Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 17 de mayo del 2014 - 21:25
Temprano en la plaza
Doce del día. Puerta de cuadrillas. Veintiséis caballos
de rejoneo, vistiéndose de toreros. Cintas, castañetas, crineras… Minuciosidad,
estética, rito. Arriba las placas conmemorativas de las corridas de
Beneficencia comienzan con el nombre de un rejoneador, Álvaro Domecq 1943.
Y en el 46 otra vez él, con Manolete, Manolo González y
Luís Miguel, quien, dicen, entró a última hora pagando sus toros para poder
codearse con “El Monstruo”, al que acusaba de rehuirlo.
Por enfemería y capilla, pasillo adentro, soledad,
silencio, bocas de tendido vacías y barras desoladas. Después del cinco, alto
en las paredes, fotos y fotos, nostalgia de tiempos idos, "cuando el toro
era toro, el torero torero, y el toreo toreo". Todo tiempo pasado fue
mejor. Azulejos que perpetúan hazañas de lidiadores que no se pueden, no se
deben, no se quieren olvidar.
Y en la sala Bienvenida, entre muchos fetiches, un
cartelito, pequeño, insignificante, que marca el día en que
"Machaquito" y "El Gallo" le cedieron trastos al gran
revolucionario, Juan Belmonte, 16 de octubre de 1913, toros de Bañuelos. La
corrida fue tan mala y la bronca tal, que el padrino, hastiado, se cortó la
coleta. Lo demás es historia.
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