domingo, 28 de abril de 2024

CASI UN RENACIMIENTO - VIÑETA 534

 
VIÑETA 534
 
Casi un renacimiento
Jorge Arturo Díaz Reyes 29 IV 2024 
Domingo de Resurrecció 2024, Sevilla. Fotograma: OneToro
El mundo del toro salió de la pandemia, cuándo se pensaba que quizá había sido el golpe definitivo, y los antitaurinos apesadumbrados temían quedarse sin el crédito.
 
Por el contrario. Pese a su terebrante insidia, estos últimos años han sido casi un renacimiento. Rebrotaron los públicos. Reabrieron las ferias. El número de festejos aumentó por encima de la prepeste. Las ganaderías no dan abasto. Refluyó el dinero. Las figuras que habían huido reaparecieron. Los más de los héroes, que durante la prolongada cuarentena mantuvieron vivo el fuego, retornaron a su olvido…
 
Y los que pensaban, al borde de la tumba, que había que ser blandos con la moribunda, recobraron la dureza y la exigencia del máximo toro, torero y toreo. Como dice José Ramón Márquez en su crónica sobre la faena de El Cid a “Marinero” de Ana Romero, el martes pasado en Zaragoza: “…que los jóvenes algún día digan que vieron torear a un hombre de la manera en que torean los hombres de verdad. Sin amaneramientos, cursiladas ni floripondios”. Mientras otros, claro, volvían a clamar furiosos por todo lo contrario.
 
Mejor dicho, con este bienvenido retorno a la próspera normalidad, también se restableció aquello de “dos taurinos, tres opiniones”. A cuál más apasionada e intransigente. Cada una tenida por única valedera, y las otras por herejías intolerables. Los obcecados por la idolatría, el señuelo triunfo-derrota y el deseo de prevalencia, pugnan como en la política o el fútbol... Voy por la mía con la razón o sin ella.
 
Esas fobias, adicciones e intereses que sesgan la realidad, también salieron de la cueva hibernante con tanta o más fuerza que antes. Qué si lidia, qué si arte. Como si la lidia en sí misma no fuese arte, y el arte lidia. O “El arte de torear”, que tituló PepeHillo hace más de dos siglos.
 
El rito trágico, que recitaba Unamuno, suigéneris por demás, en el cual, cómo en todos, caben infinitas expresiones y matices, tantos como toros, hombres y circunstancias puedan darse. Pero a diferencia de todos, siempre y cuando estén avalados por la ética. Toro, torero y toreo auténticos. Con tales premisas, todas las tauromaquias y gustos valen, sino no.
 
Aquel dogma de lo bonito por lo bonito. De que el toro, en últimas, es el instrumento del artista y debe supeditarse a su necesidad (“por el bien del espectáculo”), es en definitiva una negación o al menos una perversión.
 
El arte total, y la tauromaquia es uno, va de la belleza a la fealdad, de la exquisitez a la crudeza, de la emoción a la conmoción. ¿Acaso no son arte porque no son bonitos: el cuadro de Goya “Cronos devorando a sus hijos”; el drama de Sófocles, “Edipo rey”, destinado a matar a su padre, cohabitar con su madre y sacarse los ojos; la escultura clásica anónima, “Lacoonte y sus hijos, atacados por las serpientes”; o el toro agónico, tambaleándose por la “Estocada de la tarde” de Benlliure?
 
Las deseadas concurrencias, para quienes se torea, también son diversas y plurales, afortunadamente.  Qué tal que se les exigiera pensamiento único. Ya para velar por los principios, aplicar el reglamento y dar ejemplo están las presidencias. Que también despertaron a lo suyo con igual diversidad. Hay que ver.
 
 

lunes, 8 de abril de 2024

EL TOREO DE LAS LUCES - VIÑETA 533

 
VIÑETA 533
 
El toreo de las luces
Jorge Arturo Díaz Reyes 8 IV 2024 
Toros en Madrid 1791. Antonio Carnicero
Quieran que no los “ilustrados”, la corrida moderna es hermana de la ilustración. Alumbró al tiempo con ella, el romanticismo y la democracia. En pleno Siglo de las Luces y al rededor de su gran eclosión, la revolución francesa. En esa España que se desimperializaba, urbanizaba e industrializaba, el asalto de los peones al ruedo desplazando a los caballeros, erigió a Pedro Romero, Costillares y Pepeillo como su gran triunvirato.
 
Todo pasó allí. Es cosa manida. El cultivo especializado de las castas primigéneas del toro bravo, la asunción del toreo a pie, los cánones de la lidia, el tronío y la majeza, la consolidación de la liturgia, los tercios, las suertes fundamentales, el volapié, las primeras plazas de toros, el cobro de las entradas, las empresas, las primeras figuras, el traje de luces, el cartel de toros, las tauromaquias escritas (Pepeillo 1796), y las gráficas de Antonio Carnicero, Enmanuel Witz, Goya…, los reglamentos, la crónica taurina, la escuela… Sí, todo surgió allí. Lo demás ha venido por añadidura.  
 
Y ocurrió sin más opción, como va y viene la historia, empujada por su propia inercia. De la misma forma que ahora, ese gran péndulo vuelve a la contrailustración, el desapego a la razón, a la tradición, a la ciencia y al progreso. A la indolente animalización, el antiintelectualismo, el utilitarismo, la industrialización del arte, la estética del artificio, la realidad simulada, el nada es lo que es sino lo que parece.
 
A esto llamado Posmodernismo, que tampoco es que se lo hayan inventado los filósofos, quienes apenas sí se han empeñado en describirlo y ponerle rótulo. En señalar otra vez que por ahí refluye la cultura, en su eterno retorno a la barbarie.
 
Y en ella, la tauromaquia, tratando de hallar su sitio y nuevas expresiones, sin tener que arrojar por la borda sus verdades vertebrales para seguir flotando en este mar aleve, en el que su estética, valores y realismo lastran. En esta sociedad que condena su culto de naturaleza, honor y belleza, como anacronismo absurdo incompatible con su tecnológica brutalidad. Un mundo irracional que, como los avestruces, con la cabeza bajo la pantalla, niega la realidad del horror y la muerte, que produce masivamente a cambio de satisfacer su voracidad esnob.
 
Ahora es cuando el romanticismo, la democracia, la libertad y la fiesta, utopías del Siglo de las luces, deben ser apagados por los pretorianos del nuevo oscurantismo.

lunes, 1 de abril de 2024

ESA TRISTE ALEGRÍA - VIÑETA 532

 
VIÑETA 532
 
Esa triste alegría
Jorge Arturo Díaz Reyes 1º IV 2024 
Ureña en Las Ventas 2023. Foto: Las Ventas
La fiesta de los toros es una tragedia. Tópico. Hemingway que no lo sabía, descubrió que era cierto, cuando a los 23 años vio en Madrid, con ojos asombrados la primera corrida de su vida y salió a contarlo en inglés, con una crónica (histórica) que tituló así. Pero ya lo habían explicado hace milenios los griegos que lo explicaron todo.
 
Sin embargo, como si se quisiera olvidar, se la llama solo Fiesta. Nada más, a secas. Totalizando el empaque lúdico sobre la fatalidad que conlleva, Con un lapidario: “aquí vinimos fue a divertirnos”, paran los orgiásticos a los huraños integristas.
 
Nietzche ahondó en esa contradicción humana con “El nacimiento de la tragedia…”, sin aludir la tauromaquia. Claro, él era alemán y mientras pergeñaba esas cosas en Basilea, no tenía como enterarse de qué al tiempo, Lagartijo, Frascuelo, El Gordito y otros andaban dilucidando a muerte el mismo problema por los ruedos de España.
 
Problema que hoy, en la era de la imagen, parece resuelto ya. Lo esencial es el show. Esa es la onda, desde el callejón de los taurinos, hasta el palco de Usía, pasando por los tendidos que sostienen la industria. Recreación o nada. Pero no, están equivocados, no se eso lo que congrega. Ni lo que vende, no lo que combaten los antitaurinos. Es la verdad que va por dentro. Bajó el oropel. Cuando la suerte, la faena, la corrida la develan, cala de inmediato en el espectador, instintivamente. Es que no hay rito igual. Tan biológico. Por eso vuelven…, y pagan.
 
Si solo fuera por la forma, el colorido, la pose, la majeza, el aspaviento, se irían mejor al teatro, al estadio o al cine con sus delirantes “efectos especiales”. Pero no, lo que hace fieles, es esa conjunción real de lo bello y lo terrible. Qué como en la vida, sucede a cada trance, hasta el inexorable trance supremo.
 
Hay toreros que naturalmente invocan ese misterio existencial. Y lo infunden con o sin apologistas, exégetas ni asesores artísticos. Lo traen, nacieron así. Desnudos de frivolidad, cargan consigo el aire de lo trágico. Como los santos que ponen un halo de pena en cada milagro.
 
Muchos mueren ignorados, otros incomprendidos, los menos, consagrados y convertidos en iconos. Sus estampas amarillean en tascas, museos, libros... Aún los hay, que siguen impartiendo esa triste alegría. Paco Ureña es uno, creo.