martes, 28 de abril de 2020

LETANÍA 2020 - VIÑETA 352


Viñeta 352

Letanía 2020
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali abril 28 de 2020

Foto: Yonderboy, https://commons.wikimedia.org
Mortinata, la temporada deja la vida sin vivirla. Ya no tendrá cielo, sol, nube, sombra, lluvia, calor, frío, brisa, bandera, bullicio en los pasillos, capotes en las barreras, cuadrillas en los callejones, cámaras en los atriles, público en los tendidos, clarines al viento, toros al ruedo, jaleos, pitos, palmas, ovaciones, trofeos, broncas, éxitos, fracasos, vueltas, bochornos, triunfos, derrotas, apoteosis, miedo, arrojo, sangre, gloria, pena...

Cuánta plaza cerrada. Cuánto paseíllo abortado. Cuánta faena imposible. Cuánto toro inédito. Cuánto torero parado. Cuánta carrera cortada. Cuanta ilusión desechada. Cuánta fiesta prohibida. Cuánto suceso insuceso. Cuánto arte inconcebido. Cuánta devoción guardada. Cuanta energía retenida. Cuánta noticia sin hecho. Cuánto feligrés sin rito. Cuánto antitaurino sin su razón de ser…

Lo que pudo haber sido no fue. Ya no correrá manso, bravo, aplomado; noble, avieso, avisado; borrego, marrajo, terciado; utrero, cinqueño, anovillado; negro, albahío, colorado; sardo, jabonero, atigrado; caribello, estornino, salpicado; berrendo, zambombo, vareado; dige, veleto, destartalado; gacho, delantero, facado; tuerto, feo, avacado; bonito, bruto, acompasado; tardo, abanto, aplomado; fiero, boyancón, pregonado; huido, gazapón, descastado... 

No alumbrarán verónica, revolera, chicuelina; larga, cambiada, belmontina; mariposa, gaonera, serpentina; nazarena, marinera, cacerina; farol, saltillera, fregolina. Ni vendrán caballo, vara, tumbo, susto, chillido, quite, cuarteo, sesgo, topacarnero, saludo. Ni brindis, estatuario, capeína; trinchera, natural, riverina; molinete, circular, granadina; forzado, péndulo, manoletina; noria, tresenuno, bernadina; cambio, desdén, pedresina; tanda, firma, dosantina; arrimón, distancia, vitolina; trapazo, desplante, arrucina…

Las espadas no irán a recibir, a volapié, aplaudidas; al encuentro, a capón, ignoradas; a la cruz, limpias, premiadas; al contrario, al rincón, olvidadas; a los bajos, al cuello, protestadas; adelante, atrás, atravesadas; al hueso, cortas, envainadas; medias, hondas, avisadas; completas, lagartijeras, descentradas; en guardia, degollantes, rechifladas; escupidas, alevosas, abroncadas; frontales, fulminantes, ovacionadas, fotografiadas, publicadas, perennizadas…
  
Tampoco habrá devoluciones, indultos, ni arrastres aclamados, discretos, solemnes, vergonzantes, presurosos, lentos, reverentes. Ni vocerío. Ni pañuelos. Ni sombreros. Ni acuerdos. Ni desacuerdos. Ni pasodoble, ni marcha, ni pasacalle. Ni enfado. Ni alegría. Ni llegada expectante. Ni salida, con ganas de torear o de morirse...

Cuántos de siempre no volverán jamás. Dejan vacío, espera, desconcierto…


martes, 21 de abril de 2020

EL TOREO ENSEÑA - VIÑETA 351


Viñeta 351

El toreo enseña
Jorge Arturo Díaz Reyes, abril 21 de 2020

Verónica. Diego Ramos
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, lamenta Neruda promediando su Poema 20. Tampoco la gente, los toros y el mundo lo seremos cuando esto pase. Que pasará, quizá es la única certeza que hoy tenemos.

El resto es futurología, ciencia poco fiable, pero muy socorrida para justificar el presente. Más en estos días de incertidumbre cuando en caída libre buscamos algo de que agarrarnos –¿Qué sucederá?

Los encargados de decidir por los demás están obligados a prever, anticipar y cuando no adivinar. Como el presidente de Colombia Iván Duque y el alcalde de Madrid José Martínez-Almeida, quienes cada uno por su lado, apostaron a ello en estos días.

El uno anunció: “Olvidémonos de eventos masivos (corridas) por largo tiempo”; y el otro, algo más preciso: "Esta primavera y este verano no va a haber acontecimiento multitudinario alguno (corridas) en España y posiblemente si lo alargamos hasta el otoño tampoco".

Igual que a muchos, el aviso, me sonó a derrota. Tanto como quizá suena el tercero a un torero en apuros. La temporada colombiana está lejos, fines de diciembre, pero la europea, que sigo siempre, ha sido abortada no más concebida.

Hace un par de meses en el hotel Ibis de Bogotá, cincuenta metros acá de la Santamaría, domingo de corrida, El Tato Cruz, aficionado caleño, habitual de San Isidro, comentaba feliz que tenía su viaje familiar listo; pasajes, hospedaje, abonos pagados y me conminaba a imitarlo antes de que sea tarde —me aconsejó con sonrisa de futurólogo.

Fue la primera imagen que me vino cuando leí el vaticinio de don José y luego la de otros amigos colombianos en similar trance, Rafael Giraldo, Paulo Sánchez, José Miguel Sandoval, Alberto Lopera, Jorge Agudelo, etc. Pero atrás de aquellas ilusiones personales frustradas, vi nublada la suerte de toda la temporada española, colombiana y la de todo el toreo.

Además de aficionado, soy médico viejo y mi juramento exige objetividad y mesura en las opiniones cuando impliquen la salud. Consciente de todo ello expreso la mía, muy modesta.

Este virulento y minúsculo invasor, de unas pocas millonésimas de milímetro, que nos agobia. Contra el cual no hay tratamiento ni vacuna específicos, ha dejado la ciencia en evidencia, metido a la humanidad bajo la cama y ocultado que se sigue muriendo por muchas otras causas.

Aislamiento, aislamiento, aislamiento… Único manejo. El mismo que hace dos mil quinientos años hubiese recomendado Hipócrates. ¿Y el progreso qué? ¿Cuándo vamos a emplear y hacer valer sus herramientas?

Hay que reaccionar, dejar la pasividad, salir del escondite, dar cara al enemigo común y pasar a la ofensiva. Porque si no el remedio será peor que la enfermedad. Lo afirman los economistas, por experiencia, no por futurología. Y mucho antes lo había dicho El Espartero: Más cornadas da el hambre.

Aunque pueda sonar frívolo en las circunstancias actuales, no lo es; el toreo enseña. La vida es peligrosa. Vivir es un riesgo constante, pero hay que vivir. Con la técnica que se posee, urge dar el paso adelante y acometer la faena con valor inteligente.

Parar, de frente, con protocolos de control diseñados para ubicación inmediata de focos, portadores y contactos; aislarlos, tratarlos y reintegrar con diseños de seguridad laboral y social a los sanos. Ya.
Mandar, con liderazgo global, experto, informado, real, justo, fiable que aúne individuos y naciones, no al contrario.
Templar, la embestida del virus, recuperando el terreno, el trabajo, la cotidianidad.
Ligar, los recursos y esfuerzos generales uno con otro para la reactivación.
Cargar la suerte, aguantando el riesgo (controlado), las bajas inevitables y el dolor.
Vaciar atrás el miedo y salir con cara alta.

Podrá ser lento, como en el buen torear, pero hay que hacerlo y comenzar ahora. Sin rajarse. La lucha biológica lo impone. Las pandemias son periódicas en los rebaños. Más en uno tan grande, abigarrado y complejo como el humano. La historia lo demuestra. Sí vamos a seguir huyendo cada que aparezca una (que vendrá), no tendremos futuro ni futurología.

La corrida lo consagra, por eso choca con el vano postmodernismo. La muerte existe, no solo ajena y en la televisión. Hay que afrontarlo, negarla, taparse, no nos hará eternos.

martes, 14 de abril de 2020

REVISTA DE PRENSA - VIÑETA 350


Viñeta 350

Revista de prensa
Jorge Arturo Díaz Reyes, abril 14 de 2020

La prensa taurina, también recluida y ayuna de su materia prima, las corridas; estacionada en un presente sin futuro predecible ha optado por la memoria, la reflexión y la imaginación. Salvo, claro, unos pocos medios que dejaron sus titulares de antes de la peste congelados.

Desde mi pantalla, como desde una cofa, la oteo día tras día, semana tras semana. Admirado por el ingenio y la tenacidad de los que la mantienen a flote en esta inmovilidad tensa y sin destino a la vista; pero además confirmado por ellos en mi vieja certeza de que la tauromaquia es asunto infinito.

A falta de primicias, reciclan y ahondan en historias a las que normalmente la temporada con su torrencial actualidad no daba lugar. Cuando cesaba Europa venía América y viceversa. Siempre habían hechos, de “última hora” para escoger. Ya no. Ahora no hay tema desechable y hay que echar mano de aquello que alguien dijo y García Márquez gustaba repetir; la literatura (y el periodismo es uno de sus géneros), consiste en hacer pequeñas las cosas grandes y grandes las pequeñas.

Baste repasar al vuelo algunos artículos recientes: Remembranza de los últimos 53 pasos y medio de paseíllo en Resurrección que dio Curro Romero, hace veinte años en el ruedo de la Maestranza. Homenaje a la melancolía de Antoñete. Advertencia para animalistas y no, de un científico desde Shanghái, de que más grave que desaparezca el lince es que desaparezcamos nosotros. Inventario de los bienes dejados por Pepe-Hillo tras la cornada mortal en 1801. Reclamo de la peña José y Juan, de que para honrar el centenario del uno no hay que desmerecer al otro. Conmemoración de cuando Mondeño se hizo fraile hace 35 años. Una vaca dificulta a Perera acrotalar un becerro. Espacio al monólogo de un perro...

Mientras por otro lado más tradicional, Andrés Amorós reseña diez trascendentales libros para la cuarentena. Barquerito dispara “Escritos del confinamiento”. C.R.V. publica su “Diario del estado de alarma”, De Labra en México no para de comentar y Guillermo Rodríguez en Bogotá de apuntar.

Notas entreveradas destacan: La solidaridad, la disciplina social y la valentía de sanitarios y socorristas. Quejas gremiales por el paro, el desamparo y el lucro cesante de profesionales y empresas. Llamados a los gobiernos, las respuestas, antirrespuestas, y la incertidumbre por el futuro de la fiesta, de la economía, del mundo. Por supuesto, persiste la publicidad, expresa y tácita, que financia el sistema.

La única verdadera noticia que llega, y que, como la corrida, aunque sin su honda belleza, nos vuelve a la fatalidad de la vida, es la cotidiana lista de obituarios, de miembros de la familia taurina caídos en esta pandemia:

El decano de los matadores de toros, Manolo Navarro. El banderillero palmirano Miguel Escobar “Miguelete”. Los ganaderos: Borja Domecq, de Jandilla. Joaquín Barral, de Barral. Antonio Bañuelos, de Bañuelos. Antonio González de Cantinuevo.

Los buenos aficionados: Marcelino Moronta, expresidente de Las Ventas. Enrique Múgica, exministro socialista. Emilio Escobar, tío de El Juli. Pedro Moreno, mexicano. El caleño Marino Franco.

Los trabajadores: Javier Heppe, exgerente de la plaza de de Bilbao. José Antón, apoderado. Héctor Escobar torilero de La Macarena en Medellín. Roberto Tapia, fotógrafo mexicano. Matías Vega el querido librero de Las Ventas y Pedro Cano, veterano almohadillero.

Los artistas y fieles aficionados: José María Galiana, cantautor y periodista taurino. Luis Eduardo Aute, músico, cineasta, escultor, pintor, poeta. Y muchos otros que apenado no alcanzó a mencionar, entre los ya más de ciento veinte mil fallecidos en el mundo. Todos pesan.

Y cada uno justifica re-citar el verso de John Donne, que dio título y epígrafe a la novela de Hemingway sobre la guerra civil española: “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”  

Sin embargo, siendo el hombre factor común de la tragedia, tampoco han faltado quienes prefieren escatimar, incordiar o medrar en medio del espanto. Cómo ignorarlo.

martes, 7 de abril de 2020

MIGUELETE Y MORENITO - VIÑETA 349

Viñeta 349

Miguelete y Morenito
Jorge Arturo Díaz Reyes, abril 7 de 2020

Miguelete ovacionado en Palmira, Morenito doctorado en Valencia
Tarde, tórrida y encapotada. Corrida de la Hispanidad, 11 de octubre de 1953. Guayaquil Ecuador. Toros mediacasta de Lorenzo Tous. Aurelio Puchol “Morenito de Valencia” le acababa de ceder el primero y los trastos a Salomón Vargas “Gitanillo de Camas”.

Ese torero intrascendente que fue trascendental en la formación de Curro Romero: “A mí Salomón me enseñó a torear con el capote. Yo me fijé cómo lo cogía, como con dos deditos”. Una de las muchas agradecidas menciones que le dedica “El Faraón” en su biografía, “La esencia”.

No pasaba gran cosa, y salta el segundo, “Cique”, morucho, berrendo, bien comido y avisado. La brega se hace peligrosa e ingrata. El banderillero Miguel Escobar “Miguelete” resulta cogido y llevado a la enfermería. Toro sublevado, público de uñas. “Morenito”, ante la imposibilidad de gustar, opta por asustar. Se tira en un pase de rodillas. La cornada cala el bajo vientre y vacía el paquete intestinal. Corren con el destripado y bajan al herido Miguel de la única mesa quirúrgica para socorrer a su agonizante maestro, que poco después muere sin salir del shock.

La tragedia solo mereció un modesto párrafo a mitad de columna, bajo el subtítulo “Otras noticias”, en página interior del ABC de Madrid. Plaza que nunca le atendió la súplica de confirmar su alternativa. “Jamás torerarás aquí” le había sentenciado la empresa, según Curro Meloja.

Aurelio tenía treinta y nueve años. Había tomado alternativa doce atrás en la empobrecida y rencorosa España de la posguerra. Se la otorgaron Juanito Belmonte y Manolo Martín-Vazquez en Valencia, durante las fiestas de San Jaime. Pese a triunfos laboriosos en Barcelona, Levante y el norte, la falta de oportunidades terminó por expatriarlo a Suramérica, donde rodando, rodando ancló en Palmira (Colombia). Entoncés próspera, llamada capital agricola del país. Foco de afición,  dueña de una flamante plaza nueva y de la única facultad de agronomía. En la cual por cierto en aquel tiempo estudiaba mi padre.

Bien acogido, vivió allí su lustro final. Creando escuela y estimulando una generación de novilleros, toreros y subalternos: Nito Ortega, Pepe Noreña, Hernán Mena, Fabio Lenis, Memo Valencia, Miguel Escobar… que a su vez proyectarían la siguiente con: Enrique Trujillo, Álvaro Medina, Rafael Gómez “El Pollo”, Luis Balanta y muchos más.

Hoy ya nadie llama capital a Palmira, la plaza “Barona Pinillos” está en ruinoso abandono, la memoria de Morenito se borra, la afición languidece y para completar, “Miguelete”, murió hace cuatro días. Allí mismo, donde había nacido y se había hecho torero.  

Sobrevivió sesenta y siete a la cornada de Guayaquil que dejó débil su pierna derecha, pero no lo retiró. Tozudo, bueno en lo suyo, toreó tres décadas más, lidiando por acá con las históricas figuras de aquella era dorada. Sin olvidar nunca esa tarde fatal. Me la relató conmovido una vez en el tendido palmirano hace ya mucho.

Era jovial Miguel, decidido, de gran afición, preciso en los quites, visajoso con los palos y relajado y modoso en los preámbulos de corrida. Tanto, que se quedaba dormido.

--Llegaba sobre la hora de salir para la plaza y nos hacía esperar siempre –recuerdan riéndo tristones sus compañeros; Mena, “El Pollo” y Balanta.

--Una vez, por desquitarnos, le adelantamos el reloj dos horas en el hotel. Despertó sobresaltado, se vistió a la carrera, se precipitó a la recepción y al no encontrar a nadie, creyó con angustia que se había ido la cuadrilla, que no alcanzaría el paseíllo. Luego cuando llegó asusatado al patio lo recibimos a carcajadas.

No cambió. También hizo esperar a la muerte, muchas veces. Hasta que tras largo declinar lo alcanzó a los 91 años.