sábado, 28 de febrero de 2015

APOCALIPSIS NO - VIÑETA 85

Apocalipsis no
Por Jorge Arturo Díaz Reyes 3 de marzo 2015

Hace años no voy a “La Maestranza”. Vieja plaza por cuyo ruedo, señalaba Mira, cruza el meridiano de la historia taurina, que también es la de España, explicó antes Ortega.

No he vuelto. Me pesa. Porque además en ella, como en los grandes templos, el rito adquiere magnitudes emocionales de sublimidad. Los milagros de Curro que presencié allí, por ejemplo, fueron actos de fe, colectivos arrebatos místicos increíbles en otro escenario, en otra dimensión.

Confieso que teniendo que dejar mis pacientes, mi familia y viajar 23.000 kilómetros ida y vuelta para elegir una entre las grandes ferias españolas, he optado por el racionalismo duro del San Isidro madrileño. Más corridas, más toro, más rigor. Más agonía y menos éxtasis.

Pero no me consuelo, y sigo todo cuanto concierne a Sevilla con amor lejano, siempre; y desde hace más de un año, también con malestar digestivo por ese asunto de las figuras que le niegan y reniegan su presencia. Presencia "divina" e "indispensable", para sus adoradores.

¿Qué tienen derecho a o no ir? Claro. ¿Quién puede objetarlo? Nadie. Pero sus pretextos, publicados por ellas mismas en los medios, ya son otra cosa. Y pese a las amenazas de "acciones legales" lanzadas por sus voceros parciales, EMTSA Y FIT, contra quien los vincule a un "boicot", los comentarios, las hipótesis, los análisis, también son un derecho. En libertad de prensa, digo.

Desde la distancia, me hago un recuento noticioso: A relance de unas generalizaciones de los empresarios Canorea y Valencia, cinco se chantaron el guante y se declararon ofendidas, anunciando su ausencia mientras la empresa Pagés regentara la plaza. Lo cumplieron, G5. Luego, dijeron que volverían previa disculpa pública. Cuando esta se les dio, menos Perera, dialogaron condiciones de contratación. El Juli dijo que no porque no estaban todos. Morante que sí pero con "otros posibles interlocutores", y Talavante que tampoco porque lo llamaron sin la presteza ni la reverencia debidas; coincidiendo los tres en que ni el oro ni el moro habían sido el obstáculo. Al final sólo Manzanares aceptó, G4.

¿Boicot? ¿La negativa individual pero conjunta de grandes proveedores de taquilla, condicional a la no continuidad de la empresa, podría llamarse tal? ¿Sería suspicacia imaginarlo? ¿Sería delito sugerirlo? No sé. Que lo digan los jueces llegado el caso.

Lo que sí sé es que nadie es imprescindible, y en la fiesta menos. En su momento, faltaron, los Romero, Costillares, Pepeillo, Paquiro, Cúchares, Lagartijo, El Guerra, los Gallo, Belmonte, Chicuelo, Manolete, El Cordobés, Curro... y ahí está la Plaza. Cuando en 1946, Livinio Stuick inició la feria de San Isidro, las figuras no fueron, y ahí está la feria.

Seguramente, mientras este conflicto dure, la suma catedral será hollada por menos fans y mermará ingresos, pero a cambio también disminuirá costos y ganará severidad. Lo uno por lo otro. No será el apocalipsis. Habrá toros, toreros y el toreo prevalecerá.

martes, 24 de febrero de 2015

EL INICIADOR - VIÑETA 84

El iniciador
Por Jorge Arturo Díaz Reyes 24 de febrero 2015
 
Jorge Arturo Díaz aficionado
Suelto su mano y corro gradas arriba entre la gente, tras mi hermano. Curiosidad, emoción, ansia de llegar primero y ver qué hay. La plaza de madera se despereza y gime Sofocados por la risa y la carrera desembocamos al tendido. De un golpe se abren cielo, sol, colores, música, entusiasmo, fiesta, y un algo como temor de lo que pueda ser. Todos esperan.

Él nos alcanza. Me siento seguro y feliz. Es grande, fuerte, confiado, alegre. Mi primera corrida. Nuestra primera corrida juntos. Imágenes, no significados. Tanto por ver, tanto por saber, y esa sensación en el pecho. Es un pueblo. Quizás El Socorro, quizás Duitama. No sé, viajamos toda la mañana por montañas, en su camioneta de agrónomo, verde, International, con una enorme sirena plateada en el capó.

!El toro! !Uf! Corre. Ataca, el torero aguanta. Gritos. Regresa, el torero se quita. Burlas. ¡Cobarde! sonríe la señora del diente de oro. El asunto es no mostrar el miedo, parece. Yo escondo el mío. Hay que ser macho. Ya tengo cinco años. A ratos me distraigo con Jaime y jugamos. Es más pequeño. Yo estoy aprendiendo a leer, él no. El carrito que trajo en el bolsillo cae al fondo. Se pierde. Nadie se da cuenta. Nos miramos callados.

Plaza de Santa María. --Ese que lleva la montera en la mano es Antonio Ordóñez --me dice. Le acompaño en tertulias y tertulias. Recuerdan, exageran, presumen, comparan, juzgan. discuten, coinciden. El valor es el máximo valor. El arte rellena. Oigo y aprendo nombres reverenciados: Ortega, "Manolete", Arruza, Garza, Dominguín, Girón...

Pasan diez, veinte, treinta y más años. La vida. Corridas y corridas compartidas. Las escribo. Creo que me lee. No lo deja ver, no lo comenta. Lo miro, se ha puesto grueso, cano, y pausado. Tiene la frente más amplia, el rostro surcado, los hombros cargados, pero sus grandes manos de basketbolista siguen fuertes, y al estrecharlas aún dan seguridad. Siempre.

Enero seis de 1985. Cañaveralejo. Corrida del toro. Encierro de Pimentel; "Palomo", Manzanares, "El Cali", Ortega Cano, Víctor Méndes, Curro Durán, César Rincón. La disfruta y la sufre. Su manera. ¿Iremos a Madrid? No, por que poco después, el 18 de febrero, lunes, a la hora de la siesta, se duerme para siempre. Me llaman. Cruzo la ciudad aterrado. No logro despertar su corazón. Una, dos, tres décadas cumplidas... y sigue acompañándome a los toros. Era mi padre.

martes, 17 de febrero de 2015

VUELO NOCTURNO - VIÑETA 83

Vuelo nocturno
Por Jorge Arturo Díaz Reyes 17 de febrero 2015

Arrastran el mansísimo del Paraíso. Muere la temporada. Salgo entre toreros por “cuadrillas”. Morral a cuestas, me voy despidiendo. Contenido por la multitud circundo media plaza. Cruzo la explanada. Trepo al puente, alto, largo, estrecho, congestionado, única conexión peatonal con el mundo. La Macarena es isla rodeada por locos autopistas y un río. Al extremo, la gente se precipita en cascada.

Me lanzo a la turbulenta San Juan. Las luces deslumbran, los motores rugen, sus ráfagas golpean. Gano la orilla. Peleo por un taxi a San Diego. La radio grita goles. Transbordo. Silencio, montaña, curvas. Alto de las Palmas. Rionegro. Aeropuerto José María Córdoba (héroe bolivariano asesinado por bolivarianos). Díez y media, frío, niebla. Último avión a Cali, lleno. Instrucciones-órdenes: inmóvil, atado, prohibido... Cierro los ojos y trato de recordar...

"Solterón" de Paispamba. Cali, Manizales, sol y lleno. Medellín, techo y cemento. Pastueños de González. Pastueños de Gutiérrez. Leñosos de Achury. Hermosos de Santa Bárbara. Postreros de La Carolina. Postrados de Rincón. Rincón abroncado. Rincón yéndose. Dos estocadas de Bolívar. Tres naturales del Cid. El Juli sobrado siete veces. Capote alegre, muleta baja, toro perruno. Talavante máximo en festivales. Talavante mínimo en corridas. Perera quieto. Perera fuera de cacho. Perera saliéndose. Fandiño con pintura de guerra. Castella sí, pero no. Adame versión ligh. Urdíales no visto. Roca Rey pinchando. Campuzano vigilando. Perlaza grana y oro, a su padre, último brindis. "Chiricuto" y "Granerito" asomándose. "Toronjo" y "Dalí" burlando. "Morante" mordiendo. Despuntados cayendo a rejonazos feos. Ventura y Hermoso idolatrados. Oles. Música. Pañuelos. Gritos. Pitos. Palcos. Orgasmos reales y fingidos. Orejas de buena y mala muerte. Vueltas y saludos. Concedidos y robados. Taquilla cara. Ray Bans y Rabanne. Sin alguacilillo ni cabestros. La fiesta en el filo. Álvaro Wolff muerto. Antitaurinos rabiosos. El amo de Las Ventas fumando. Sombreros, ponchos, botas. La juventud emparrandada. Los de siempre no siempre. Las mujeres, claro. Empresarios contentos. Tobón ovacionado. Jurados fallando y fallando. La Corte diciendo. Petro riendo…

El altavoz corta la duermevela. Damos contra la pista. En Palmaseca es casi media noche. Calor. Carreteo hacia el muelle. Suenan hebillas. Todos quieren irse. Pienso en Corrochano “edad de oro”. No tomaba notas, lo que no impresiona la memoria no merece contarse, decía.

martes, 10 de febrero de 2015

LA MUERTE DEL RENEGADO - VIÑETA 82

La muerte del renegado
Por Jorge Arturo Díaz Reyes 10 de febrero del 2015. 
Publicada por www.burladero.tv

Puerta 9. La Macarena, Foto: J. A, Díaz Reyes
Tenía sesenta y tres, era delgado, alto, calvo, parco, discreto, sólo, pensador. Blando en el trato, duro en las convicciones. Álvaro Wolff Idárraga, paisa  de ancestros alemanes y vascos, tuvo una profesión, educador, y dos aficiones; la guitarra y los toros.

Estas las cultivó con religiosidad. Llevó la primera del oído al alma y del alma a la interpretación, en la cual a fuerza de hábito alcanzó maestría. Tocaba para sí. Tanto profundizó que sin ánimo de lucro se hizo constructor artesanal. No quiso morir sin terminar la última. Hizo ambas cosas y después lo cremaron, sin pompa, como había pedido, como había vivido.

La otra le apasionó desde niño, jugando al toreo, alistándose  como acomodador en los tendidos de la vieja Macarena de Medellín para ver todas las corridas. Luego, adulto devoto, dejando por años un rastro de plata en las taquillas e incubando largamente un fundamentalismo ascético, que al final no encontraba toro, torero ni toreo suficientemente puros.

A comienzos del 2003, la demolición de la vieja plaza y la muerte de su padre y compañero de corridas marcaron la ruptura. Fue su última temporada. La idea que sublimó del rito llegó a serle incompatible con la realidad y decidió no volver. Nunca. 

Decía el gran "Guerrita" que resulta más difícil hacer un buen aficionado que una figura del toreo. Por tanto, perderlo también debería ser más doloroso, digo yo. Sin embargo no es así, el retiro y la muerte de las figuras sacuden la fiesta con estruendo. Se las llora y canta por siglos. Mas a los buenos aficionados, que igual se retiran (a veces) y mueren (siempre), se les ignora.

Álvaro fue mi amigo. En estos años de su ostracismo voluntario, nos encontrábamos las noches después de las corridas, me pedía que se las contara. Escuchaba paciente, callado, moviendo escéptico y tal vez nostálgico su cabeza de artista. Nada más. Últimamente habíamos dejado de vernos. No pudimos despedirnos pues abandonó la vida de pronto y en silencio, tal como doce años antes abandonó la devoción que le significó tanto.

Su muerte me duele, pero sé que no afectará la fiesta. Su apostasía sí, porque la culpa, la estigmatiza, la identifica con sus impostores, y sumada con la de tantos otros creyentes que hastiados de sufrirlos reniegan, podría llegar a destruirla. Primero que los antitaurinos.