martes, 26 de mayo de 2020

EN LA CORRIDA MÁS GRANDE - VIÑETA 356

Viñeta 356

En la corrida más grande
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali mayo 26 de 2020

Paseíllo en Ronda. Foto: A.L., https://elpais.com/cultura
¿Cuándo dejamos de ser monos habilidosos (técnicos) y nos convertimos en hombres? Cuando hicimos arte, no antes. Las primeras muescas en el hacha de piedra, las primeras manos tiznadas en la roca, los primeros tintes en el rostro, las primeras danzas con toros… expresiones del yo autoconsciente, del sentimiento, de la emoción vertidos libres de lo utilitario animal. Fue cuando adquirimos la facultad estética.


Todo humano es artista y todo arte es humano. Es la  marca específica. De lo sublime a lo terrible. El bebé que tararea, o… por ejemplo, Dalí faroleando ser capaz de sacrificar la humanidad entera a cambio del éxtasis artístico que le produciría el hongo atómico. ¿Por qué no? --dejaba flotando --si se justifica igual amenaza con pretextos más brutos, más inhumanos, más feos.

¿Y por qué no matar un toro ritualmente, artísticamente si se le asesina y despedaza por miríadas para devorarlo? “Nadie tiene derecho de propiedad sobre la Belleza o la Verdad, son creaciones en las que todos participamos”, reclamaba Henry Miller, con razón creo.

Todos artistas, todos humanos. Cada cual apropia percepciones, las procesa en su mundo interno y las exterioriza. Obrando su realidad imaginada, su arte. Veraz y verosímil en sí, para sí.

En la corrida más grande que se dio en Ronda la vieja,
cinco toros de azabache con divisa verde y negra…

¿Es bello? --¡Mentira! --Podría decir un enterado. La divisa verdinegra es de Miura, y solo para Madrid. En Ronda, hubiese usado la verde y roja. Encima… ¿Una corrida de cinco toros?... ¿Todos azabaches, de una ganadería cuya característica original es la policromía?... ¿Y cómo iba a ser esa corrida la más grande que se vio en la plaza cuna del toreo y escenario de su historia? Las tuvo que ver mucho más grandes...

Bueno, quizá todo eso sea real, pero también que para el poeta su obra es otra realidad construida. Y leyéndola, releyéndola, recitándola, oyéndola nos podemos adentrar en ella conmovidos, creyentes, humanos. El arte no se miente, si lo es.


martes, 19 de mayo de 2020

EL AÑO PRÓXIMO - VIÑETA 355


Viñeta 355

El año próximo…
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali mayo 19 de 2020

Foto: http://artesaniasdecolombia.com.co
Esta es una historia verídica. El parecido con personas, lugares y circunstancias de la vida real es el mayor que tras tantos años alcanza mi memoria. Sucedió a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado en una distante población paramuna de la cordillera oriental colombiana, cuya unión con el mundo era una carretera estrecha, serpenteante, fangosa y abismal por la cual cada tercer día escalaba quejumbroso un bus destartalado, veterano de guerras lejanas, que, si el tiempo lo permitía, bajaba el día siguiente.


Su puerto era la explanada central de tierra pisada, verdadero “espacio multiuso”; de encuentro, de juego, de fútbol, de mercado, de retreta, de procesiones, de ferias, de toros y la mayor parte del tiempo, plácido solaz y estercolero de vacunos, equinos, perros y moscas.

También, una vez al año, escenario de la fiesta patronal. Esa víspera, recuerdo, había mucho ambiente y visitantes rurales. Pequeños toldos de lona blanca, esparcidos por los márgenes, alumbrados con lámparas de petróleo, exhibían maravillas, coloridas y olorosas golosinas, fritangas, refrescos, licores, apuestas tentadoras... Un par de parlantes roncaban corridos mexicanos, de los de la revolución.

En el centro, cerrada y oscura, compitiendo en tamaño con la iglesia, se levantaba muda la estructura circular de madera que habían estado claveteando durante un mes; la plaza de toros. Misteriosa y lista para la corrida del año.

Los toreros habían llegado con sus bultos en el viaje de la mañana. Una multitud curiosa les acompañó hasta su hospedaje improvisado en la alcaldía. No había hotel. Para qué. Las empuñaduras de las espadas que asomaban y las puyas eran la mayor atracción.

Los matreros, traídos desde los cálidos y lejanos llanos, aguardaban inquietos en sus cajones. El jolgorio se prolongó, hasta el frío amanecer, cuando entre la neblina el cura y los monaguillos, provistos de imagen e incensario, cantaron alborada por las pocas calles.   

A las dos, después de misa, la parroquia colmó el graderío bajo un cielo grisáceo. Arriba, los músicos resoplaban pasodobles criollos y el alcalde con ademanes imperiales ordenó soltar el primer toro.

Zancudo, viejo, sarmentoso, cicatrizado y cornalón. Provocó una explosión de júbilo y triquitraques. El anunciado Santiago Velandia, hombre moreno, maduro, de cara cortada, holgado en un percudido traje azul, otrora de luces, le salió al paso con ademán solemne, intentando un lance por alto. El animal percatado se paró en la mitad de la suerte y punteó un par de veces en busca del hombre que desistía, luego lo ignoró.

La escena se repitió y la tarde se fue yendo por el mismo cauce. Los toros tuvieron muertes tan poco épicas como sus lidias. El entusiasmo y el miedo tras cada salida, dieron lado a la chacota. Chillidos, aplausos y risas competían, sin que los músicos descansaran. Los momentos de más regocijo fueron los de inminencias, correteos y volteretas, que las hubo. Al final nadie salió herido, salvo en el amor propio. Eso aligeró los ánimos.

Ya en la noche, Santiago, indemne, con sombrero campesino, ruana y rostro inexpresivo, se agregó al bazar acompañado de su gente. Sentados en una de las cantinas improvisadas trasegaban aguardientes, fumaban tabaco cerrero y escupían, rodeados de curiosos que no les perdían palabra, reviviendo improbables hazañas, explicando que la faena es a cómo es el toro y prometiendo desquite para el año próximo —Si es que nos contratan —apuntó socarronamente uno de los banderilleros.

—Claro que sí —respondió el coro envalentonado por los relatos y las belicosas canciones que volaban perdiéndose sobre los tejados y las negras crestas.

Pero no, nunca los contrataron. Pocas horas y kilómetros después, el fatigado bus, que había esperado al fin de fiesta, desapareció quizá cegado por la lluvia en el hondo precipicio de la Curva ciega, con todos sus ocupantes, toreros incluidos. Ni la corrida ni su trágico epílogo llegaron a noticia de última hora en la capital.

martes, 12 de mayo de 2020

EL ÚLTIMO MODERNO - VIÑETA 354

Viñeta 354

El último moderno
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali mayo 12 de 2020
  
Foto, archivo: Burladero.es
Cuando en el noventa y uno emergió César Rincón en Las Ventas, la edad moderna tocaba su fin.

Dos años antes había caído el muro de Berlín. Ronald Reagan y Margareth Theatcher, próceres neoliberales, remataban su segundo y tercer determinantes mandatos consecutivos. Los posters publicitarios de Warhol y los cómics de Lichtenstein alcanzaban precios exorbitantes. Empezaba la invasión del computador portátil y la telefonía celular. La globalización era un hecho, no una metáfora.

Al año siguiente Fukuyama proclamaría el “Fin de la historia”, y las tres décadas que corrieron serían las primeras de otra era; la posmodernidad. Un movimiento artístico que anunció primero y dio nombre a esa transformación cultural global en que se adentraba la humanidad toda… Ya nada sería lo mismo. Tampoco el arte de torear, tan sensible a los cambios históricos.

Así, como Pedro RomeroCostillares Pepe-Hillo fundaron el toreo del romanticismo y Joselito lo culminó; así como Belmonte abrió el modernismo y Rincón lo cerró; así también este daba paso a la primera y más representativa figura posmoderna; Enrique Ponce.     

El huérfano bogotano, ahijado de Antoñete, había llegado a la cumbre, resucitado, tras nueve duros años de alternativa, encarnando con su recia estética los valores y formas propios de la época en agonía; sacrificio, esfuerzo, inminencia, vocación heroica, olor a hule. “Pararse donde los demás no”, le reconoció José Miguel Arroyo a su retiro.

Con su corta estatura, que hacía lucir descomunales los toros, era capaz de aguantarlos de muy largo, a todo tren, quedarse ahí, poderles. Con el pundonor estoico, que se crecía en las dificultades, arrebataba las nostalgias de un mundo en disolución, de un pasado trágico, de unos valores a la baja, de un sentido de la vida y la muerte que desaparecía. La foto de su lucha cuerpo a cuerpo con Bastonito en Madrid es al toreo como “El grito” de Munch a la pintura. Con aquel material antiguo, anacrónico, fraguó el monumento que marca el final de una edad. Dos siglos.

La naciente; la de la globalización, la hiperconexión y la hiperfragmentación, la inmediatez, la imagen, la virtualidad, el sobreconsumo, el smartphone, el zapping, el collagge... Encontró espejo en la postura y apostura, la técnica, largura, repertorio, versatilidad, facilidad, coreografía, regularidad, invulnerabilidad y carisma del advenido.

Niño torero, el chivano, sobrino nieto del bravo “Rafaelillo de Valencia”, celebridad precoz, habló al sanedrín y sedujo de salida el gusto y las pulsiones emocionales de la generación que llegaba a las plazas. Y entonces el toreó eterno tuvo nuevo exégeta, nuevos ornamentos y nuevo sermón, a tono con el tiempo presente.

Pero no, no fue repentino. Hubo transición, los dos predicadores, pese a sus divergencias canónicas, coexistieron varios lustros exitosamente y hasta compartieron apoderado. Es más, después de todo, retirado ha el uno, su oro viejo aun relumbra de cuando en cuando.

Pues para el pragmatismo en boga todo vale, cuando es útil. Tradición y esnobismo, purismo y eclecticismo, dogma y antidogma, devoción y diversión... el fin justifica.

Años después (2008), con un mano a mano apoteósico en Bogotá, Ponce despidió a Rincón, y siguió reinando en la nueva fiesta, sin apelar a la estadística. Simplemente interpretando una vieja verdad; el toreo, como todo arte, refleja siempre su sociedad, tiempo y circunstancia.

martes, 5 de mayo de 2020

EL MÁS VALIENTE - VIÑETA 353


Viñeta 353

El más valiente
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali mayo 3 de 2020

Dámaso Gómez en Bogotá. Foto: www.lamejortoros.com
Ahora que ha muerto Dámaso Gómez, anciano y olvidado por la generación actual de la fiesta. Mi memoria lo encuentra primero hace unos quince o más años, cuando rumbo a la feria de San Isidro coincidimos con el banderillero retirado José Galeano en un vuelo Bogotá-Madrid.

Fue inevitable abrir los archivos y las comparaciones.
--Cuál ha sido el torero más valiente para ti –le pregunté.
--¡Dámaso Gómez! –contestó automáticamente.
--Fíjate, mi padre decía que Chicuelo II, y alternaron –repuse …

Sirvieron la cena. Sin abandonar el tema la tramitamos y creo que habíamos dejado atrás Jamaica (donde murió el segundo) cuando Galeano se durmió. Incapaz de hacerlo en los aviones volví, en el desvelado cruce del Atlántico, a los lejanos relatos de mi viejo...

A uno, recurrente, que incluía los toreros recién mencionados. La corrida del domingo 5 de febrero de 1956, en la Santamaría de Bogotá. Él había viajado a ella desde Barranquilla, su sede por entonces como ingeniero de la Shell. El cartel era fortísimo, lo justificaba: Toros de Achury Viejo, para César Girón, Dámaso Gómez y Chicuelo II.

La boletería se agotó de inmediato y a mis diez años, estudiante interno, no tuve ninguna oportunidad de asistir. Pero todo lo que pasó allí es vox populi, pertenece a la historia taurina, a la historia patria y a la historia de la relación con quien me hizo aficionado. Lo repasó en muchas de las conversaciones taurinas que tuvimos durante su vida. Murió hace treinta y cinco años. Le acompañó a ella su colega y querido amigo Alfonso Benítez, quien a veces participaba y aportaba remembranzas…

—Llegamos, más de media hora antes del paseíllo. Fila 4 de sol. La plaza se puso de bote en bote. Pero en medio de la expectación algo flotaba como una premonición...  En la corrida del domingo anterior, cuando “La Nena”, hija del dictador Gustavo Rojas Pinilla, recibió junto a su esposo Samuel Moreno, el brindis de Joselillo de Colombia, una soberana bronca se había desatado. Eso quizá no se quedaría así —Contaba.

Tengo por a prueba de dudas el testimonio de mi padre, quien valga decir era conservador (partido afecto al gobierno, con ministros en él), y cuyos detalles coinciden con publicaciones posteriores de otros testigos, periodistas e historiadores.

Como el general Álvaro Valencia Tovar, entonces mayor del ejército, quien años después, recordaría que Rojas Pinilla, disgustado, reconvino a la cúpula militar por su “inacción ante lo ocurrido, tanto para prevenirlo como para reprimirlo”. “Emití una orden que en síntesis disponía: evitar desórdenes en la plaza. Enviar suboficiales vestidos de civil (el siguiente domingo) para controlar los energúmenos de ambos bandos”. Declararía luego el general Navas Pardo, entonces comandante de la brigada de Institutos militares. Miles de boletas, se compraron para el efecto, aseguraron Alberto Donadio y Silvia Galvis autores de respectivos libros sobre aquel período.

—De pronto, antes del paseíllo, cómo por compromiso, estallaron en todos los tendidos y balconadas vivas estentóreos al mandatario y su familia. Quien los contrariaba o no secundaba era de inmediato agredido con manoplas, cachiporras, varillas y algunos lanzados al callejón, donde los culatazos complementaban… Sorprendido, impotente y conminado por Alfonso comencé a corear los vivas, mientras veía caer heridos junto a mí. —confesaba, siempre muy avergonzado. Era hombre honorable.

“La masacre de la Santamaría” se ha llamado esa fecha. Nadie sabe ni sabrá cuántos muertos o desaparecidos hubo (evacuaban los lesionados en camiones). La censura (periódicos cerrados) dificultó cualquier precisión. Pero los cálculos van más a lo alto que a lo bajo de los entre ninguno y seiscientos que alegaron después leales y opositores.

—Anticipadamente soltaron la corrida, buscando aplacar o disimular la carnicería. Lograron ambas cosas. Los de Achury Viejo (en Conde de la Corte), salieron fieros. Dámaso surgió de la tragedia y como queriendo purgarla, se la jugó en dos faenas de tal entrega que tapó el miedo con otro miedo y al final se llevó tres orejas un rabo y una pata (la última otorgada en esta plaza). César Girón, en la cumbre de su carrera, lució en todos los tercios recibiendo cuatro orejas y un rabo, y Chicuelo II, a fondo, una de cada uno de sus toros...

—¡Imagínense!  9 orejas dos rabos y una pata!… Claro, el triunfalismo fue azuzado también por los apaleadores que cumplida su gesta se hicieron claque, buscando convertir la infamia en apoteosis.  —Explicaba —De todos modos, la corrida más tremenda y en las circunstancias más horribles que ha vivido Bogotá y que he vivido —remataba tristemente cada vez.

Al año siguiente caería la dictadura, reemplazada por una junta presidencial de la cual hizo parte el general Navas Pardo. El valeroso Dámaso, torearía solo 14 corridas, ocupando el puesto 25 del escalafón, y yo iniciaría mi bachillerato...