martes, 7 de febrero de 2017

...O MUERTE INDIGNA - VIÑETA 185

Viñeta 185
...O muerte indigna
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 7 de febrero 2017

El único animal que el hombre mata con dignidad es el toro de lidia. A todos los demás los asesina con alevosía, premeditación, indefensión, ventaja, superioridad y ocultamiento. Por millones, legitimando la hecatombe con el pretexto de que es para propio beneficio. Bueno, en principio todo crimen parte del mismo principio, beneficio del criminal.

En los mataderos, en los criaderos industrializados, en los laboratorios de investigación, en la pesca, en la cocina, en la casa, en la caza,... por cielo, mar y tierra, hoy y siempre, con todo lo que su tecnología le ha proveído, desde piedra y garrote hasta informática.

Porque la especie humana es depredadora. No por mala (moralmente), por necesidad vital. Porque no tiene otra salida. Porque la biología condena los vivos a matar o morir. Porque así es. Porque la muerte existe como fin de la vida. Todos, animales y vegetales, nacemos para morir y dar vida a otros.

Desde tiempos inmemoriales, yo supongo que desde que la consciencia existe, el hombre (y la mujer), se han consumido en esa culpa. En ese pecado original. Y desde entonces han tratado de purgarlo. Racionalizando, idealizando, sublimando, legislando… deificando los animales o la naturaleza que agreden para vivir. En las protorreligiones mediterráneas el toro era dios (sacrificado ritualmente) y así.

La vergüenza nos ha podido porque no hemos podido con ella. Los toros rupestres de Altamira y Lascaux, los pétreos de Guisando, los mosaicos taurinos cretenses lo atestiguan.

La corrida “moderna” es la última versión del mea culpa biológico. Del, pero es que aun somos capaces de matar un animal, uno solo, con decencia y juzgar eso bello. Cara a cara, cruzando armas con él, a vida por vida, en un rito de honor, con una liturgia y un código ético-estético. Dándole identidad, nombre, condición de igualdad, derecho a defenderse y a vivir (indulto).

Todo esto tras haber sido criado con mimo durante al menos cuatro años, y como exige la moral del absurdo; también para nuestro propio beneficio. Pues al final, igual que millones y millones de animales que masacramos vergonzantemente, calladamente, será descuartizado, cocinado, devorado y sus otros despojos convertidos en productos industriales y comerciales.

En Colombia la Corte Constitucional, (cinco magistrados), ha votado por criminalizar las corridas y penalizarlas (12 a 36 meses de cárcel y más), mejor dicho, que todos los toros vayan al matadero. Pero ha dejado una rendija; que sea el Congreso, en un plazo no mayor a dos años, quien decida sobre la cuestión esencial; muerte digna o muerte indigna.

LA LEY DEL GARGAJO - VIÑETA 184

Viñeta 184
La ley del gargajo
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 31 de enero 2017

En Colombia la Corte Constitucional ha dicho en repetidos fallos que la fiesta de los toros es legal, protegida por la Constitución. Jurisprudencia que terminó liberando la plaza de Santamaría, secuestrada durante un lustro por los antitaurinos alcaldes Petro y Peñalosa.

La respuesta anunciada, fue el bárbaro ataque con visos de linchamiento a los pasivos asistentes a la corrida reapertura el domingo 22 de enero. En ella, el gargajo fue la suerte reina, la consigna, el argumento principal. Disparado al rostro de las indefensas víctimas, sin distingos de género, edad o condición, precedía las otras agresiones físicas y verbales.

Democracia, derecho a la protesta, libertad de manifestación, fueron los pretextos cómplices. Ahora, los piadosos gargajeantes, contenidos por la policía, vuelven de nuevo a la Corte y la convocan para que se desdiga. Que confiese sus equivocaciones, que les complazca y los deje prohibir, abolir, exterminar al toro y su culto en todo el país.

Claro, dado el revuelo mediático, la expectativa está que arde por este enésimo debate, (como si no hubiese asuntos más graves que atender). Desbordan los análisis, cábalas, apuestas.

Que la magistrada tal es inhábil por prejuiciada, como demuestra el haber participado en aquelarres antitaurinos. Que entonces el magistrado fulano también porque ha leído el Romancero gitano de García Lorca. Que zutanito está enfermo. Que menganito de vacaciones. Que la votación favorable se hace desfavorable, pasando de cinco a cuatro, a cuatro a tres...

Todos hacen predicciones partiendo de que los ínclitos jueces votarán de acuerdo a sus preferencias personales, a sus militancias políticas, a sus previos juicios y no a la ciega justicia. Qué injusticia.

Pocos reparan en paralelos importantes con lo ya fallado, como que el Tribunal Constitucional español, tras seis años de meditaciónes, sentenció que la prohibición a los toros en Cataluña violaba el derecho y la constitución. Que el Tribunal Constitucional alemán la semana pasada sentenció que el degollamiento ritual de corderos por los musulmanes era una práctica cultural lícita en el territorio nacional. Que la Fiscalía General de la nación colombiana señaló que criminalizar las corridas sería “populismo punitivo”. Que la cultura y los derechos humanos priman sobre los animalismos y las animaladas.

Yo por mi parte confío en que no se dará la razón a quienes pretenden imponer la ley del gargajo. Esa sí es anticonstitucional.

DICHO Y HECHO - VIÑETA 183

Viñeta 183
Dicho y hecho
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 24 de enero 2017

Gustavo Petro y Enrique Peñalosa

Hace más de un año, el 26 de octubre de 2015 para ser exactos, muy temprano, a las siete y media de la mañana, todavía sin disipar los vapores de la celebración por la minoritaria elección, el alcalde Enrique Peñalosa reafirmó ante la prensa su fervor de antitaurino converso: Seré el primero en salir a marchar si las corridas de toros regresan a Bogotá”.

Promesa, voto, amenaza, o todos los anteriores, que ratificó hace siete meses (Ver diario El Espectador). No sé si lo cumplió. No lo vi el domingo entre la horda fanática que disparaba infamias, escupitajos, golpes y objetos contra quienes entrábamos y salíamos pacíficamente de la Santamaría, y sobre la fuerza pública que casi fue desbordada. Sería difícil no haberlo visto, su trapío es muy conspicuo.

De cualquier manera, si fue honró su palabra, si no, pues también vale, terceras personas la honraron por él. Y ahora que ando precisando fechas el 21 de junio pasado, en esta misma columna (Viñeta 156), advertí sobre lo peligroso de aquella repetida declaración, decisión, incitación, o todas las anteriores (perdón por citarme, pero es necesario), textualmente:    

“Amenaza de cuidado, pues ya sabemos del cariz que han tenido siempre dichas marchas. Da terror imaginar a los aficionados inermes tratando de acceder a la plaza en medio de la horda furiosa y además envalentonada por tener el alcalde a la cabeza…

El respeto a los derechos humanos, la paz, el orden público y la ley no solo son deberes de todo ciudadano sino obligaciones perentorias para quien preside una ciudad. Supone uno que el señor Peñalosa en lugar de promover “marchas” antiaturinas de azaroso resultado tendría que clarificar nítidamente su posición.”

Dicho y hecho. Ahora todo son disculpas: “fueron infiltrados”, “minorías violentas”, “mis enemigos políticos”. Difícil de creer, el operativo evidentemente planificado y coordinado a imagen y semejanza de una guerrilla urbana, yo lo vi. Grupos separados rodearon la plaza desde antes de la corrida y después de ella persiguieron y emboscaron a las víctimas por varias cuadras. Botas, sombreros, cojines… eran los signos para la identificación de los objetivos; mujeres, ancianos, niños… muchos heridos...

“!Mueran ustedes hijueputas pero no maten los toros!” gritaban algunos de los piadosos animalistas con chaquetas de cuero. Por lo vivido, me resulta imposible disculpar al alcalde Peñalosa y a su conmilitón antitaurino y predecesor Gustavo Petro. Las palabras delatan al uno y el estilo al otro. Bien decía Buffón: el estilo es el hombre.

Desde ahora digo que asistiré a la próxima corrida en la Santamaría, espectáculo lícito, protegido por la ley, y desde ahora hago responsables a estos dos ilustres políticos de lo que me pueda pasar.