martes, 24 de noviembre de 2020

LA PALABRA Y LA ESPADA - VIÑETA 382

 
Viñeta 382
 
La palabra y la espada
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali noviembre 24 de 2020
 
Ivan Parra “Parrita” y Edgard García “El Dandy”
En medio de tantas tribulaciones que prodiga la pandemia, dos más. El sábado pasado, casi al tiempo, murieron en Colombia, un comentarista taurino connotado y un torero distinto. En ese orden: Iván Parra “Parrita” y Edgard García “El Dandy”. Uno en Bogotá y otro en Pereira. La prensa taurina retumbó la mala noticia.
 
Lo acostumbrado. Manifestaciones de duelo, alabanzas, obituarios, biografías sintéticas. Cada hombre es único e irrepetible, y cada muerte afecta la humanidad, la merma, como decía John Dunne. Pero repercute más en el ámbito donde transcurrió su vida. Ese círculo conocido entre sí, que lo conoció, siguió sus pasos, y de él forjó una imagen colectiva.
 
El de “Parrita” y “El Dandy” fue la tauromaquia colombiana. Su afición, una familia heterogénea encajó dolida el doble y simultaneo golpe. Temido el primero, tras infructuosa espera de un transplante renal. Inesperado el segundo, por el Covid 19. No les era hora de morir y murieron.   
 
Ambos apasionados del toro. Novilleros juveniles. El primero abandonó el ruedo y se subió al palco de radio, el segundo persistió y tomó alternativa. Poco más tuvieron en común. Pero cada cual puso en la fiesta el sello de su identidad.
 
Iván, un estudioso y un estilista de la palabra, elevó con su meticulosa, eufónica y colorida dicción el lenguaje taurino a a niveles de nitidez no alcanzados antes en el país. Quienes frecuentábamos su sintonía sabíamos que incluso a veces le resultaba necesario sacrificar un tanto de realismo en aras de la consonancia.
 
Hace unos años, cuando el toreo hubo de hablar en el congreso nacional, nadie halló extraño que él hablara por todos. ¿Quién lo hubiese hecho más bellamente? Pero también le dio espacio a la escritura, en su revista “Faena”, que fundó, dirigió y editó por muchos años. Me duele menos recordarlo joven, matizando las ferias, que al final, minado por la enfermedad empuñando tozudo el micrófono que no quiso abandonar.
 
Edgard, no toreó por hambre, pero lo hizo como si lo tuviera. Hombre de fortuna, la compartió con la fiesta, su vocación. Se arriesgó sin necesidad económica por los ruedos de América y Europa que le admitieron, a veces pagando más que cobrando. “A mí lo que me gusta es torear”, decía, sin agregar nada más.
 
Fundó ganadería, y conspicuo hasta en el atavío, abrió sin ambage su casa y su experiencia para los principiantes, y los sin oportunidades. Las grandes empresas lo ignoraron, no las necesitó. Las grandes plazas no se le abrieron, no las extrañó. Pero los grandes toros que lidió por doquier, sí le honraron. Ahí queda eso.
Ya nada será igual sin ellos. ¡Qué pesar!

martes, 17 de noviembre de 2020

HUMANISMO Y ESPECISMO - VIÑETA 381

 Viñeta 381
 
Humanismo y especismo
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali noviembre 17 de 2020

 
Paquirri

“Habida cuenta de cómo nos tratamos los humanos entre nosotros; cámaras de gas, racismo, guerras y otras ocupaciones menores, ¿qué posibilidades tienen una vaca o un mono?”
 
Se pregunta el inglés Anthony Grayling, filósofo profesor de la Universidad de Londres, refiriéndose al “especismo”, tema que no caprichosamente colocó, antes del “odio” y después del “racismo”, en el capítulo: “Enemigos y falacias” de su libro: El sentido de las cosas (Ares y Mares, 2002, Barcelona).
 
Buena pregunta, querríamos responder todos, dándonos tiempo para buscar una evasiva, como cualquier político, pillado con las manos en la masa, frente a una rueda de prensa. Porque a la luz de la historia, la única respuesta cierta sería confesar, que sí, que es cierto, que el hombre no solo ha sido un lobo para el hombre, sino el peor depredador para todas las otras especies y la naturaleza entera.
 
Y que la justificación de su feroz comportamiento, ha sido el instinto, la lucha por la vida, el comer o ser comido, el salvar la existencia primero que todo. El matar para vivir y el vivir para matar. Individuo y manada en ello. Fatalidad, pecado original, culpa sobre la cual ha eregido su moral.
 
Bien y mal, piedad y crueldad, egoísmo y solidaridad, según la conveniencia o la inconveniencia... ¿Quién define lo uno y lo otro? ¿Quién decide cuándo matar, esclavizar, contaminar, destruir, es moral y cuándo inmoral? ¿Quién lo califica de crimen o heroísmo? El conjunto de los beneficiarios; la sociedad, a través de quienes en ella legislan, juzgan y ejecutan.
 
Entonces, cómo señala Grayling, si crímenes inveterados contra la misma humanidad se premian y si el hombre vive del abuso y aniquilación de otras especies, ¿por qué no habría quienes convengan moral y libre de especismo (discriminación basada en la diferencia de especie), condenar y perseguir a otros por lo contrario; el culto al toro (naturaleza) y su alegórico rito sacrificial (corrida)? ¿Por qué no?
 
Todo moralismo es por definición inmoral, zahería Nietzche... Hipócrita, encimaba Oscar Wilde… Pero cada cual puede usar el adjetivo que le nazca.
 

 

 

 



martes, 10 de noviembre de 2020

TORO Y CIVILIZACIÓN - VIÑETA 380

 
Viñeta 380
 
Toro y civilización
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali noviembre 10 de 2020
  
Morante de La Puebla. Foto: Arjona, https://twitter.com/Firma_Arjona
No somos tan viejos como creemos. El toro llegó antes que nosotros, mejor dicho, que nuestra versión del homo sapiens. Esta, de ciudad, escritura, conciencia del pasado, arte y división del trabajo, a la que se atribuyen siete mil años mal contados. Nada, casi nada en la infinitud del tiempo y el espacio.
 
Hace por ahí 10.000 cultivamos. Hace más o menos 15.000 domesticamos animales. Hace unos 20.000 hablamos (articuladamente). Hace quizá 30.000 pintábamos toros en las cavernas, y desde mucho antes fuimos carnívoros. Arari, el inteligente profesor israelí, hace un magistral recuento biográfico en su vendidísimo libro “Sapiens”.
 
Cuando resultamos así, como somos ahora, ya traíamos heredado el culto taurómaco. Que es protohistórico (antes de la historia). Las primeras deidades fueron toro y mujer. Dioses de nutrición, sexo, fertilidad, fuerza, supervivencia. Hondas raíces biológicas que subsisten. Las formas culturales que ha tomado el rito entre tanto son expresiones aleatorias de lo mismo. Lo afirman, con pruebas, arqueólogos, antropólogos e historiadores.
 
Entonces, a qué tanta bulla y asco al único ceremonial vivo que consagra ese nuestro pretérito tiempo mayor, cuando éramos ecológicos y no “ecologistas”. Por qué tanta gazmoñería. Si somos lo que somos y ocupamos el lugar que ocupamos y usurpamos en el planeta. Si esa es nuestra historia, no muy digna, más bien indigna, con las otras formas de vida.
 
Si proclamándonos, más astutos, ápices de la evolución, reyes de la naturaleza, nos hicimos dueños del patio y abusamos, esclavizamos, desplazamos, matamos, devoramos, ensuciamos exterminamos y lo justificamos ufanos en aras del progreso.
 
Los “animalistas” aplauden hoy que gracias a la crisis viral, a las no corridas, a la quiebra ganadera, desaparezcan hatos enteros de bravos, asesinados a mansalva en los mataderos. Celebran ver esa otra especie al filo de la extinción. Les apetece carnear ese animal sagrado, que infunde, temor, admiración, distancia, reverencia, y batiéndose cuerpo a cuerpo con el hombre, por su vida y su sitio en el mundo, simboliza un equilibrio humano con la naturaleza y una inocencia perdidos para siempre.
 
Es la civilización de los que pretendiendo defenderlo le niegan la existencia y se niegan a sí mismos.

martes, 3 de noviembre de 2020

UN FAROL SOÑADO - VIÑETA 379

 Viñeta 379

Un farol soñado
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali noviembre 3 de 2020
  
Foto: https://www.larazon.es/toros

Cali a 54 días de la feria, recibe dos noticias impactantes: Una, que Tauroemoción asume la gestión de Cañaveralejo por tres años (aplausos y prendas). Otra, que se darán las corridas… si el alcalde quiere (asombro).

Pues claro que el alcalde no quiere. Lo ha repetido hasta la saciedad. Pese a que fueron los toros los que crearon la feria y no al revés (¿lo sabrá?). Pese a lo que manda la Ley taurina (916). Pese a la promesa de protocolo sanitario riguroso. Y pese a que le ofrezcan lo que le ofrezcan, pues en esta materia su actitud es la misma terca, recursiva y rabulezca de Gustavo Petro en Bogotá durante años respecto a la Santamaría.

Pero además por todo lo demás. Digámonos la verdad. No hay tiempo, los abonos modalidad base de la feria ya no tendrían plazo. No se han planteado carteles, avistado ni comprado encierros. La pandemia recrudece, las medidas preventivas de aislamiento, confinamiento y hasta toque de queda imposibilitarían la congregación de público, aún mínimo.

Para este diciembre, ni siquiera parece posible improvisar unas heroicas corridas virtuales a puerta cerrada, ya ensayadas recientemente sin éxito en Manizales. El jerarca municipal y su solícito Concejo tampoco las permitirían.

La empresa debuta entonces con un farol. De rodillas, capote a dos manos sobre la cabeza, toro por alto y a su aire. Alegre y valiente manera de iniciar faena.

Y su brindis: “Porque otra vez la de Cali sea una feria universal… Traer las máximas figuras, (que otrora siempre vinieron) y toros de Victorino Martín (¿?)… Regresar el dinero si los carteles no gustan… Resucitar preferia y novilladas... Hablar de toros todo el año…” No pasa hoy de ser una declaración de buenas intenciones.

Conmueve la ilusión con que la celebran queridos amigos, aficionados y periodistas. Mismos que no hace mucho también aplaudían la venta de la mitad de los terrenos de la plaza (¡patrimonio cultural!), para disque con esa platica convertirla, no en de toros sino de cualquier cosa, y así recuperar “la mejor feria de América”.  Y… mira cómo estamos.

Nada sería mejor que su sueño se realizara, pero ya deberíamos estar lo bastante curtidos como para no saber que los sueños, sueños son.

Pueda que antes de 2023 despierten y el dinosaurio de varias cabezas, que ha devorado la fiesta en Cali, no esté ahí. Lo dudo mucho.