martes, 17 de diciembre de 2019

CRÉDULOS POR CREYENTES - VIÑETA 334


Viñeta 334

Crédulos por creyentes
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, diciembre 17 de 2019

Foto: www.las-ventas.com
¿Cuántos de los asistentes a una corrida vuelven? Muchos, aún. Así sean cada vez menos y con menor frecuencia, como indican las decrecientes estadísticas de la fiesta. Creo que los espectadores de una sola vez en la vida siguen siendo una pequeña parte del total cada tarde.

Aún en ciudades proverbialmente taurinas, Madrid, por ejemplo, donde para los turistas la experiencia de ir a los toros hace parte del paquete prepagado (sin importar que por lo abigarrado del tour sean apenas los tres primeros, o solo uno según los nervios del debutante). No tengo cifras, pero quizá ese porcentaje de visitas primerizas y únicas vaya en aumento, según el reciente interés de algunas empresas de viajes en el toreo.

Mas la otra pregunta, clave, para empresarios y en general para quienes profesamos el culto, es porqué los asiduos y aficionados ralean su concurrencia o terminan desertando. Y en progresión, a juzgar por los muchos festejos que se dejan de dar año tras año, el despoblamiento y desaparición de ganaderías, el subempleo torero… Ahí, sí hay números contundentes.

Esta es una cuestión de mayor calado, de vida o muerte, pues la pérdida de fieles, que desde lo económico se puede paliar temporalmente con el público de aluvión, marca también la pérdida de fe y el debilitamiento del credo, que por ese camino puede terminar modernizándose de rito canónico a espectáculo pintoresco, en el que cualquier histrionismo, coreografía, truculencia que atraiga la curiosidad de aquella novelería más crédula y menos creyente será bendecido por la rentabilidad momentánea.

Sí, poco a poco los de siempre se alejan, llevándose con ellos la herencia que asegura el futuro. Pero en lugar de intentar atesorarla, su abandono se saluda como una necesaria renovación. Insistiendo en la más incierta y retórica de las manidas consignas para “salvar” la fiesta: “Esto hay que cambiarlo, hay que ponerlo a tono con los tiempos que corren”.

Podrá sonar lógico, pero no. A qué quieren cambiar. En qué quieren convertirse. Cuáles son los tiempos qué corren ¿Los de la virtualidad? ¿Los de las cosas no son como son sino como parecen?

jueves, 12 de diciembre de 2019

MURIÓ GERMÁN WOLFF - VIÑETA 329A

Gran Aficionado colombiano

Alicante 2000, German Wolff al centro, con su esposa Vanessa y Jorge Arturo Díaz
El martes 12 de noviembre a las 9 de la noche, tras breve y fulminante enfermedad falleció en su natal Medellín, Colombia, Germán Augusto Wolff Idárraga. Tenía 67 años. Distinguido cirujano plástico de prestigio internacional, docente universitario y por 20 años director del programa de postgrado de la Universidad de Antioquia. Adquirió desde niño la tauromaquia como vocación alterna. Habitual en las ferias de su país, España y Francia, había regresado a su sede y labores tras asistir a las de San Miguel en Sevilla y Otoño en Madrid. Pocos días después enfermó.

De ancestros alemanes y vascos, pero con tradición taurina de generaciones, ejerció una afición de talante riguroso y purista con acento en la estética. Vivía las corridas con exigencia, intensidad y expresividad poco comunes. Amó la fiesta con celo y admiró diversas tauromaquias, pero su preferencia manifiesta por las de Curro Romero, Manzanares (padre) y Morante de la Puebla definían su concepto.

Contrajo amistades y afectos en muchas de las ciudades taurinas del mundo, las cuales no eran inmunes a sus reclamos, altisonancias y contradicciones cuando de los cánones trataba. Germán también fue una fiesta     



VISIONES DE OTRA FIESTA - VIÑETA 333

Viñeta 333

Visiones de otra fiesta
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, diciembre 10 de 2019

Ruano Llopis 1934
Entre las imágenes que marcan la infancia de mi afición está la de un gran cartel en “Casa da Troya”, esquina noroccidental de la Plaza de Caycedo. Recién había vuelto de Bogotá, por vacaciones. Fue al pasar, una mirada momentánea. Iba en la camioneta de mi padre. Se acercaban la navidad y la temporada. Serían las once de la mañana, brillaba el sol, hacía calor, había en el ambiente una festiva exaltación.

El reencuentro, el haber dejado lejos, aunque solo fuese por unas semanas, el frío, el internado… la sensación de libertad y la inminencia de acontecimientos inciertos y emotivos agitaban. Me impactó. Los colores, el tamaño natural, el realismo y la fantasía. Todo al tiempo, como un relámpago. El ruedo claroscuro, en primer plano el castoreño volteado, luego el torero verde y oro, de espaldas, arrodillado, la mano derecha por encima de la montera desplegando el capote rosa, echando el torso al viaje del toro berrendo que lo enrosca. Más allá el picador y el caballo sin peto se marchan. Es un quite. Al fondo, la barrera, la masa indefinida, la balconada, el tejadillo, el cielo azul. Y encima, de borde a borde, sobre una panoplia de muleta, banderillas y espada, una bella mujer con mantilla se asoma por entre las grandes letras de la palabra “Toros”.

Todo junto, todo al golpe. La evocación, el arrojo, la valiente alegría, la celebración heroica, la fiesta máxima, el deseo de vivirla, y la promesa de ser siempre parte. Una epifanía. Los detalles, la información, el autor vinieron luego. Mucho después lo supe, una litografía de Ruano Llopis. En aquella época feliz, los carteles venían de España y luego se sobreimprimían los datos a necesidad. Lo esencial era la imagen, lo demás, accesorio.

Han pasado tantos años, tantas cosas y el recuerdo permanece. Más exigente cada que me agrede alguno de los esnobistas avisos de corridas y ferias, tan en boga. No voy a discutir ahora si estos son arte, artesanía o artería. Solo digo que no me gustan, que no me hablan, que no me invitan y además que no los veo como carteles de toros, como parte del clásico género definido por genios durante casi trescientos años.

Quizá cumplan la función comercial básica de cualquier aviso; llamar atención, informar, anunciar. Quizá puedan reclamarse arte, al fin y al cabo, en él cabe todo el espectro sensorial y emocional. Y quizá también puedan argumentarse como nuevas visiones, vale. Pero visiones de otra fiesta, otra iconografía, otra verdad, otro tiempo.



martes, 3 de diciembre de 2019

TOROS A LA CUMBRE - VIÑETA 332


Viñeta 332

Toros a la cumbre
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, diciembre 3 de 2019

El toro bravo (en peligro de extinción), una minoría ínfima de los bovinos que habitan el mundo, pacía y se batía en su hábitat natural, desde infinidad de siglos antes de que ni las más desaforadas mitologías pudiesen imaginar las enormes islas de plástico flotando en los océanos, la gruesa capa de polución atmosférica, los continentes de porquería vertidos desde las profundidades marítimas hasta la cima del Everest y más allá (estratosfera), el descongelamiento de los polos y el apocalipsis now con los que el “progreso” nos amenaza.

Ni siquiera los modernos genios de la ciencia ficción: Verne, Wells, Asimov o Ray Bradbury… (muerto hace apenas 7 años), lo sospecharon. Tan repentina y lacerante es la culpa o el miedo por este monstruoso fenómeno de suciedad industrializada y cambio climático, que la humanidad (su causante), clama como el Raskolnikov de “Crimen y castigo”, al borde de un ataque de nervios: ¡Qué hemos hecho!

La cumbre climática de la ONU en Madrid, con asistencia de casi 200 países, incluidos 50 jefes de estado es eso. Un grito desesperado. Un acto colectivo de contrición; la enfermedad del planeta somo nosotros, la especie “inteligente” que ha proliferado descomunal, indecente y abusivamente, rompiendo todas las barreras del equilibrio biológico mundial. Hemos pecado.

Qué, no-científicos tan poderosos y acatados como Donald Trump desmientan las evidencias científicas calificándolas de cuentos de viejas o consignas de disidentes delirantes, agrava el problema y aleja la salvación.

Sin embargo, reconozcamos, frivolidad, insensatez y prejuicio campean en ambos bandos. ¿Cuántos ecologistas hay reunidos en Madrid? 25.000 dicen, y estoy seguro de qué si les hacen una encuesta ya, la mayoría se confesarán ideológicamente antitaurinos. Pues al parecer tales títulos ahora son sinónimos.

Pero, los taurinos, nos consideramos más ecologistas y somos lo uno precisamente por lo otro. Reverenciamos la naturaleza, representándola en el toro, con un rito de ofrenda, respeto e igualdad, cuya histórica omisión es precisamente la que ha puesto en estas a la especie humana.

Ojalá que las conclusiones y compromisos que arroje la crucial cumbre sean incluyentes y no den pie a más prohibiciones, anatemas, persecuciones… contra el ancestral y de verdad ecológico culto cuyo profundo significado y advertencia no se ha querido entender. Sería otro contrasentido.