Viñeta 334
Crédulos por creyentes
¿Cuántos de los asistentes a una
corrida vuelven? Muchos, aún. Así sean cada vez menos y con menor frecuencia,
como indican las decrecientes estadísticas de la fiesta. Creo que los
espectadores de una sola vez en la vida siguen siendo una pequeña parte del
total cada tarde.
Aún en ciudades proverbialmente
taurinas, Madrid, por ejemplo, donde para los turistas la experiencia de ir a
los toros hace parte del paquete prepagado (sin importar que por lo abigarrado
del tour sean apenas los tres primeros, o solo uno según los nervios del
debutante). No tengo cifras, pero quizá ese porcentaje de visitas primerizas y
únicas vaya en aumento, según el reciente interés de algunas empresas de
viajes en el toreo.
Mas la otra pregunta, clave, para
empresarios y en general para quienes profesamos el culto, es porqué los asiduos
y aficionados ralean su concurrencia o terminan desertando. Y en progresión, a
juzgar por los muchos festejos que se dejan de dar año tras año, el
despoblamiento y desaparición de ganaderías, el subempleo torero… Ahí, sí hay
números contundentes.
Esta es una cuestión de mayor
calado, de vida o muerte, pues la pérdida de fieles, que desde lo económico se puede
paliar temporalmente con el público de aluvión, marca también la pérdida de fe y
el debilitamiento del credo, que por ese camino puede terminar modernizándose de
rito canónico a espectáculo pintoresco, en el que cualquier histrionismo, coreografía,
truculencia que atraiga la curiosidad de aquella novelería más crédula y menos
creyente será bendecido por la rentabilidad momentánea.
Sí, poco a poco los de siempre
se alejan, llevándose con ellos la herencia que asegura el futuro. Pero en
lugar de intentar atesorarla, su abandono se saluda como una necesaria renovación.
Insistiendo en la más incierta y retórica de las manidas consignas para “salvar”
la fiesta: “Esto hay que cambiarlo, hay que ponerlo a tono con los tiempos que
corren”.
Podrá sonar lógico, pero no. A
qué quieren cambiar. En qué quieren convertirse. Cuáles son los tiempos qué
corren ¿Los de la virtualidad? ¿Los de las cosas no son como son sino como parecen?
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