Viñeta 333
Visiones de otra fiesta
Ruano Llopis 1934 |
Entre las imágenes que marcan la infancia de mi afición está la de un gran cartel en “Casa da Troya”, esquina noroccidental de la Plaza de Caycedo. Recién había vuelto de Bogotá, por vacaciones. Fue al pasar, una mirada momentánea. Iba en la camioneta de mi padre. Se acercaban la navidad y la temporada. Serían las once de la mañana, brillaba el sol, hacía calor, había en el ambiente una festiva exaltación.
El reencuentro, el haber dejado lejos, aunque solo fuese por unas semanas, el frío, el internado… la sensación de libertad y la inminencia de acontecimientos inciertos y emotivos agitaban. Me impactó. Los colores, el tamaño natural, el realismo y la fantasía. Todo al tiempo, como un relámpago. El ruedo claroscuro, en primer plano el castoreño volteado, luego el torero verde y oro, de espaldas, arrodillado, la mano derecha por encima de la montera desplegando el capote rosa, echando el torso al viaje del toro berrendo que lo enrosca. Más allá el picador y el caballo sin peto se marchan. Es un quite. Al fondo, la barrera, la masa indefinida, la balconada, el tejadillo, el cielo azul. Y encima, de borde a borde, sobre una panoplia de muleta, banderillas y espada, una bella mujer con mantilla se asoma por entre las grandes letras de la palabra “Toros”.
Todo junto, todo al golpe. La evocación, el arrojo, la valiente alegría, la celebración heroica, la fiesta máxima, el deseo de vivirla, y la promesa de ser siempre parte. Una epifanía. Los detalles, la información, el autor vinieron luego. Mucho después lo supe, una litografía de Ruano Llopis. En aquella época feliz, los carteles venían de España y luego se sobreimprimían los datos a necesidad. Lo esencial era la imagen, lo demás, accesorio.
Han pasado tantos años, tantas cosas y el recuerdo permanece. Más exigente cada que me agrede alguno de los esnobistas avisos de corridas y ferias, tan en boga. No voy a discutir ahora si estos son arte, artesanía o artería. Solo digo que no me gustan, que no me hablan, que no me invitan y además que no los veo como carteles de toros, como parte del clásico género definido por genios durante casi trescientos años.
Quizá cumplan la función comercial básica de cualquier aviso; llamar atención, informar, anunciar. Quizá puedan reclamarse arte, al fin y al cabo, en él cabe todo el espectro sensorial y emocional. Y quizá también puedan argumentarse como nuevas visiones, vale. Pero visiones de otra fiesta, otra iconografía, otra verdad, otro tiempo.
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