domingo, 23 de julio de 2023

SIN REMEDIO - VIÑETA 509

 
VIÑETA 509
 
Sin remedio
Jorge Arturo Díaz Reyes, 24 VII 2023  
Paco Ramos en Valencia. Fotograma: Mundotoro TV
Ayer, la desigual, floja y mansa corrida de Miura llevaba la tórrida tarde valenciana cuestabajo. El quinto se puso de rodillas cinco veces antes de la segunda vara y lo echaron ignominiosamente. La negación de su raza. Y salió el domecq quinto bis, de El Parralejo. Todo lo contrario. Cinqueño, con plaza y pastueño, pastueño, pastueño. Como decía Corrochano “manso que parece bravo”. Paradigma de los miracorridas de hoy. Claro, embistió de largo, fue más allá y volvió, con dulzura, lentitud y obediencia supinas. Humillado, en redondo, en círculo, por delante, por detrás, a lo que fuera. Encima blandito.
 
El castellonense Paco Ramos, torero de vida dura que anda ganándose el pan por los páramos peruanos. Dijo luego “como disculpándose: “no estoy acostumbrado a ese modo de embestir”. No tenía por qué, pues lo bordó con capa y muleta en una faena lírica. Desde las tres verónicas genuflexas, tres erectas, dos chicuelinas y una larga que “Vivaracho” tomó, así como dije, como una invitación a la danza. Qué suerte, Paco. Y tú que te quejabas.
 
Poco palo. !Cuidadito! Quite personalísimo a compás abierto y revolera. El Soro sopla su consabida diana floreada. Y en el platillo sembrado, el hombre aguanta el galope desde las tablas, lo pasa sin pestañear dos veces por la espalda, dos por el pecho y remata con otro pectoral. Cuatro derechas y broche celebran pianísimo las embestidas de seda. Un traspiés del toro se ignora, y público y banda se van arriba en modo rumba.

Temple, rima, largura en la baja muleta. Una miradita para tablas también se obvia. Para que ponerse aguafiestas. Dele música y ole. Otra tanda por el mismo lado exquisita, y otra más circular de cuatro vueltas, uno de costado, cambio de Mano y pecho. Y ahora por naturales gourmet y el forzado. Lo soñado, la conjunción de la bondad y la justicia. El contraste con los rudos miuras. La faena de la feria se decía. De las que cambian el destino de un torero. Por fin, al cabo de dieciocho años de penas.
 
Pese a que al final el manso que parecía bravo peló el cobre y se rajó, rajado, nadie dijo nada, y no hacía falta sino la suerte suprema para cruzar el umbral de la dicha. Y, y, y… de manera imperdonable, cuarteando pincha bajo dos veces y tres arriba, antes de la estocada contraria pero fulminante.
 
Todo se derrumbó. Se perdieron las orejas, la puerta grande y el final a lo cenicienta. Todos tristes, yo también. Qué amargo epílogo, toro y torero emborronaron el último párrafo del cuento. Para completar, algunos chisgarabis pidieron la vuelta al toro y los otros, más, ovacionaron el arrastre. 

Paco caminó contrito por las tablas mientras le aplaudían, le tiraban  prendas y lo consolaban con palabras bonitas. Pero la cosa no tenía remedio. Se había hecho el harakiri con su propia espada.

lunes, 17 de julio de 2023

TARDE HEMINGWAYANA - VIÑETA 508

 VIÑETA 508

 
Tarde hemingawyana
Jorge Arturo Díaz Reyes, 17 VII 2023  
Francisco Espada ante “Picasso”. Fotograma: Mundotoro TV
El valiente puede ser destruido, pero nunca derrotado. Era el furor que animaba los personajes del narrador norteamericano. El heroísmo de los modestos en sus patéticos fracasos y sus oscuras glorias. Proclividad que para unos taxonomistas literarios lo rotula como romántico tardío.
 
De haber estado él en Las Ventas ayer seguro habría salido muy conmovido porque la corrida contuvo muchos de los elementos emocionales con que construyó sus relatos, y que hicieron cumbre en su magistral cuento torero  “El Invicto”, el cual también se desarrolla en Madrid imaginariamente hace más de un siglo, en la plaza vieja, la de la Fuente del Berro.
 
Cómo se parecen la escena final de su relato y el epílogo de Francisco Espada con el quinto, “Picasso”. En medio de la bronca feroz, por una minoría, que infamaba el valor y la verdad de una faena a la que había llegado con el traje agujerado por el tercero. A la segunda bernadina de colofón, vino la terrible cogida. Terrible, sí. Enganchado por el muslo, corneado de nuevo, tirado por los aires, apuñaleado y arrojado a la arena como un guiñapo. Le quitaron el toro, le recogieron y corrieron con él a la enfermería, no se sabía en qué condición. Hasta los desalmados enmudecieron, y en el culposo silencio parecía flotar la exclamación postrera de “El invicto”: “!¿Habéis visto hijos de perra?!”
 
La tarde tuvo ese tono tan duro. Tres toreros necesitados, uno, el confirmante, sin apoderado siquiera, en una plaza desértica, por la soledad y por el clima. Jugándose todo, como si les fuera la vida en ello, frente a un cinqueño, armadísimo y encastado encierro de Robert Margé que marcaba antigüedad y territorio.
 
De no haber sido por la televisión, el drama apenas lo hubiesen vivido los pocos asistentes. Entre los cuales estaba, también presenciando su primera corrida, un famoso paisano del escritor; Dwight  Howards, estrella que fue del basquetbol en la NBA y quien, como él hace un siglo, presenciaba su primera corrida. Dijo al final ante las cámaras,
—!Wonderful!— en su acepción “terrífic”, supongo.
 
Se toreó mucho y de verdad. Fue una gran corrida. Las veletas y astifinas cabezas ponían un selló de autenticidad en los embroques, y su bronco talante, que hacía muy costoso picarlos, banderillearlos y estoquearlos, cotizaba el ponerse y el quedarse ante sus astifinas arremetidas. Todos tres, cada uno a su modo, lo hicieron, y además templaron, ligaron y mandaron en terrenos minados.
 
Todos tres a su turno, sintieron los pitones en la piel. Molina en el cuello Jiménez en la barriga y Espada en todas partes. De milagro el saldo no fue más cruento. Las seis faenas tuvieron contenidos de alta calidad y belleza mientras los toros atacaron, y cuando se defendieron fueron enaltecidas con la proximidad y el aguante. Ninguna perfecta, cierto, eso no existe sino en la mente de los tontos y de los fanáticos. Pero todas hubiesen merecido premios de no haber fallado en la tan difícil y peligrosa suerte suprema.
 
Fue una tarde dura como tal vez quiso decir el enorme Howard, y seguramente hubiese dicho también Hemingway, “maravillosa”... por lo modestamente heroica.