Hace más de un año, el 26 de octubre de 2015 para ser exactos, muy temprano, a las siete y media de la mañana, todavía sin disipar los vapores de la celebración por la minoritaria elección, el alcalde Enrique Peñalosa reafirmó ante la prensa su fervor de antitaurino converso: “Seré el primero en salir a marchar si las corridas de toros regresan a Bogotá”.
Promesa, voto, amenaza, o todos los anteriores, que ratificó hace siete meses (Ver diario El Espectador). No sé si lo cumplió. No lo vi el domingo entre la horda fanática que disparaba infamias, escupitajos, golpes y objetos contra quienes entrábamos y salíamos pacíficamente de la Santamaría, y sobre la fuerza pública que casi fue desbordada. Sería difícil no haberlo visto, su trapío es muy conspicuo.
De cualquier manera, si fue honró su palabra, si no, pues también vale, terceras personas la honraron por él. Y ahora que ando precisando fechas el 21 de junio pasado, en esta misma columna (Viñeta 156), advertí sobre lo peligroso de aquella repetida declaración, decisión, incitación, o todas las anteriores (perdón por citarme, pero es necesario), textualmente:
“Amenaza de cuidado, pues ya sabemos del cariz que han tenido siempre dichas marchas. Da terror imaginar a los aficionados inermes tratando de acceder a la plaza en medio de la horda furiosa y además envalentonada por tener el alcalde a la cabeza…
El respeto a los derechos humanos, la paz, el orden público y la ley no solo son deberes de todo ciudadano sino obligaciones perentorias para quien preside una ciudad. Supone uno que el señor Peñalosa en lugar de promover “marchas” antiaturinas de azaroso resultado tendría que clarificar nítidamente su posición.”
Dicho y hecho. Ahora todo son disculpas: “fueron infiltrados”, “minorías violentas”, “mis enemigos políticos”. Difícil de creer, el operativo evidentemente planificado y coordinado a imagen y semejanza de una guerrilla urbana, yo lo vi. Grupos separados rodearon la plaza desde antes de la corrida y después de ella persiguieron y emboscaron a las víctimas por varias cuadras. Botas, sombreros, cojines… eran los signos para la identificación de los objetivos; mujeres, ancianos, niños… muchos heridos...
“!Mueran ustedes hijueputas pero no maten los toros!” gritaban algunos de los piadosos animalistas con chaquetas de cuero. Por lo vivido, me resulta imposible disculpar al alcalde Peñalosa y a su conmilitón antitaurino y predecesor Gustavo Petro. Las palabras delatan al uno y el estilo al otro. Bien decía Buffón: el estilo es el hombre.
Desde ahora digo que asistiré a la próxima corrida en la Santamaría, espectáculo lícito, protegido por la ley, y desde ahora hago responsables a estos dos ilustres políticos de lo que me pueda pasar.
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