Viñeta
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El más valiente
![]() |
Dámaso Gómez en Bogotá. Foto: www.lamejortoros.com |
Fue inevitable abrir
los archivos y las comparaciones.
--Cuál ha sido el
torero más valiente para ti –le pregunté.
--¡Dámaso Gómez! –contestó
automáticamente.
--Fíjate, mi padre
decía que Chicuelo II, y alternaron –repuse …
Sirvieron la cena. Sin
abandonar el tema la tramitamos y creo que habíamos dejado atrás Jamaica (donde
murió el segundo) cuando Galeano se durmió. Incapaz de hacerlo en los aviones
volví, en el desvelado cruce del Atlántico, a los lejanos relatos de mi
viejo...
A uno, recurrente,
que incluía los toreros recién mencionados. La corrida del domingo 5 de febrero
de 1956, en la Santamaría de Bogotá. Él había viajado a ella desde Barranquilla,
su sede por entonces como ingeniero de la Shell. El cartel era fortísimo, lo
justificaba: Toros de Achury Viejo, para César Girón, Dámaso
Gómez y Chicuelo II.
La boletería se
agotó de inmediato y a mis diez años, estudiante interno, no tuve ninguna oportunidad
de asistir. Pero todo lo que pasó allí es vox populi, pertenece a la
historia taurina, a la historia patria y a la historia de la relación con quien
me hizo aficionado. Lo repasó en muchas de las conversaciones taurinas que
tuvimos durante su vida. Murió hace treinta y cinco años. Le acompañó a ella su
colega y querido amigo Alfonso Benítez, quien a veces participaba y aportaba remembranzas…
—Llegamos, más de
media hora antes del paseíllo. Fila 4 de sol. La plaza se puso de bote en bote.
Pero en medio de la expectación algo flotaba como una premonición... En la corrida del domingo anterior, cuando “La
Nena”, hija del dictador Gustavo Rojas Pinilla, recibió junto a su esposo Samuel
Moreno, el brindis de Joselillo de Colombia, una soberana bronca se
había desatado. Eso quizá no se quedaría así —Contaba.
Tengo por a prueba
de dudas el testimonio de mi padre, quien valga decir era conservador (partido
afecto al gobierno, con ministros en él), y cuyos detalles coinciden con
publicaciones posteriores de otros testigos, periodistas e historiadores.
Como el general Álvaro
Valencia Tovar, entonces mayor del ejército, quien años después, recordaría que
Rojas Pinilla, disgustado, reconvino a la cúpula militar por su “inacción ante
lo ocurrido, tanto para prevenirlo como para reprimirlo”. “Emití una orden que
en síntesis disponía: evitar desórdenes en la plaza. Enviar suboficiales
vestidos de civil (el siguiente domingo) para controlar los energúmenos de
ambos bandos”. Declararía luego el general Navas Pardo, entonces comandante de
la brigada de Institutos militares. Miles de boletas, se compraron para el
efecto, aseguraron Alberto Donadio y Silvia Galvis autores de respectivos
libros sobre aquel período.
—De pronto, antes
del paseíllo, cómo por compromiso, estallaron en todos los tendidos y balconadas
vivas estentóreos al mandatario y su familia. Quien los contrariaba o no
secundaba era de inmediato agredido con manoplas, cachiporras, varillas y
algunos lanzados al callejón, donde los culatazos complementaban… Sorprendido,
impotente y conminado por Alfonso comencé a corear los vivas, mientras veía
caer heridos junto a mí. —confesaba, siempre muy avergonzado. Era hombre honorable.
“La masacre de la
Santamaría” se ha llamado esa fecha. Nadie sabe ni sabrá cuántos muertos o
desaparecidos hubo (evacuaban los lesionados en camiones). La censura (periódicos
cerrados) dificultó cualquier precisión. Pero los cálculos van más a lo alto
que a lo bajo de los entre ninguno y seiscientos que alegaron después leales y
opositores.
—Anticipadamente soltaron
la corrida, buscando aplacar o disimular la carnicería. Lograron ambas cosas.
Los de Achury Viejo (en Conde de la Corte), salieron fieros. Dámaso surgió
de la tragedia y como queriendo purgarla, se la jugó en dos
faenas de tal entrega que tapó el miedo con otro miedo y al final se llevó tres
orejas un rabo y una pata (la última otorgada en esta plaza). César Girón,
en la cumbre de su carrera, lució en todos los tercios recibiendo cuatro orejas
y un rabo, y Chicuelo II, a fondo, una de cada uno de sus
toros...
—¡Imagínense! 9 orejas dos rabos y una pata!… Claro, el
triunfalismo fue azuzado también por los apaleadores que cumplida su gesta se
hicieron claque, buscando convertir la infamia en apoteosis. —Explicaba —De todos
modos, la corrida más tremenda y en las circunstancias más horribles que ha vivido
Bogotá y que he vivido —remataba tristemente cada vez.
Al año siguiente
caería la dictadura, reemplazada por una junta presidencial de la cual hizo
parte el general Navas Pardo. El valeroso Dámaso, torearía solo 14
corridas, ocupando el puesto 25 del escalafón, y yo iniciaría mi bachillerato...
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