Por Jorge Arturo Díaz Reyes 3 de marzo 2015
No he
vuelto. Me pesa. Porque además en ella, como en los grandes templos, el rito adquiere
magnitudes emocionales de sublimidad. Los milagros de Curro que presencié allí,
por ejemplo, fueron actos de fe, colectivos arrebatos místicos increíbles en
otro escenario, en otra dimensión.
Confieso
que teniendo que dejar mis pacientes, mi familia y viajar 23.000 kilómetros ida
y vuelta para elegir una entre las grandes ferias españolas, he optado por el
racionalismo duro del San Isidro madrileño. Más corridas, más toro, más rigor.
Más agonía y menos éxtasis.
Pero no me
consuelo, y sigo todo cuanto concierne a Sevilla con amor lejano, siempre; y desde
hace más de un año, también con malestar digestivo por ese asunto de las
figuras que le niegan y reniegan su presencia. Presencia "divina" e
"indispensable", para sus adoradores.
¿Qué
tienen derecho a o no ir? Claro. ¿Quién puede objetarlo? Nadie. Pero sus
pretextos, publicados por ellas mismas en los medios, ya son otra cosa. Y pese
a las amenazas de "acciones legales" lanzadas por sus voceros parciales, EMTSA Y
FIT, contra quien los vincule a un "boicot", los comentarios, las
hipótesis, los análisis, también son un derecho. En libertad de prensa, digo.
Desde la
distancia, me hago un recuento noticioso: A relance de unas generalizaciones de
los empresarios Canorea y Valencia, cinco se chantaron el guante y se declararon ofendidas, anunciando su ausencia mientras la empresa Pagés regentara la plaza. Lo
cumplieron, G5. Luego, dijeron que volverían previa disculpa pública. Cuando
esta se les dio, menos Perera, dialogaron condiciones de contratación. El Juli
dijo que no porque no estaban todos. Morante que sí pero con "otros
posibles interlocutores", y Talavante que tampoco porque lo llamaron sin
la presteza ni la reverencia debidas; coincidiendo los tres en que ni el oro ni el
moro habían sido el obstáculo. Al final sólo Manzanares aceptó, G4.
¿Boicot?
¿La negativa individual pero conjunta de grandes proveedores de taquilla, condicional
a la no continuidad de la empresa, podría llamarse tal? ¿Sería suspicacia imaginarlo?
¿Sería delito sugerirlo? No sé. Que lo digan los jueces llegado el caso.
Lo que sí
sé es que nadie es imprescindible, y en la fiesta menos. En su momento, faltaron,
los Romero, Costillares, Pepeillo, Paquiro, Cúchares, Lagartijo, El Guerra, los
Gallo, Belmonte, Chicuelo, Manolete, El Cordobés, Curro... y ahí está la Plaza.
Cuando en 1946, Livinio Stuick inició la feria de San Isidro, las figuras no
fueron, y ahí está la feria.
Seguramente,
mientras este conflicto dure, la suma catedral será hollada por menos fans y mermará ingresos, pero a cambio también disminuirá costos y ganará
severidad. Lo uno por lo otro. No será el apocalipsis. Habrá toros, toreros y
el toreo prevalecerá.
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