Por Jorge Arturo Díaz Reyes 10 de marzo 2015
En medio
del clamor transatlántico por la no presencia en Sevilla de cuatro primadonas,
y los adicionales gritos inconexos protestando la exclusión del paisano
Fulanito, el querido Zutano, el publicitado Perencejo, ninguna voz ha extrañado
la ausencia de todo un continente. Será porque parece obvia.
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carteles de toros, y ningún espada suramericano. Un continente (hispano), con
más de cuatrocientos millones de personas, donde la fiesta vive desde hace
quinientos años. Cada vez más acorralada, cada vez más ignorada, pero
batiéndose aún, y por tanto cada vez más necesitada de reconocimiento para
mantener su frente y su siempre abierto mercado activos. ¿No merece acceso al
templo?
Qué va, se
dirá. El toreo es don personal y las empresas taurinas no son organizaciones de
representación geográfica o política, como la ONU. Tampoco lo son de seguridad
social. Son organizaciones con ánimo de lucro, y como tales contratan (si
pueden) a quien les mueve la taquilla; punto.
Hemos de aceptarlo. En este
“mejor de los mundos” la rentabilidad no es todo, es lo único. Pero aún así,
resulta que el negocio es global y hay que cuidarlo, aquí y allá. So pena de
muerte a la gallina de los huevos de oro.
¿Es que no
hay un torero, sur acá del paralelo 20, que interese, aunque sea por contraste o
curiosidad antropológica? ¿Uno que sea buena inversión, hoy o a futuro? Medio
milenio de toreo, medio millardo de personas, una veintena de matadores que
alternan en las ferias propias más que dignamente con los de otras latitudes, y
nada. Ni siquiera con los muchos cupos que dejaron vacantes los raros (uno
solo despreció cinco).
Cuesta
creerlo, no doy nombres. Pero me consta que hubo quien, con aval, se ofreció
públicamente para lidiar los toros que nadie quiere, los que todos rehúyen, si
pueden. Y nada.
Solo dos
novilleros, ambos peruanos, cruzarán El Arenal este año, fuera de feria. Pobre
consuelo ¿Y cuando sean toreros, qué? Tendrán que preguntarse con los de ahora
como el humillado Belmonte en la corrida del Montepío 1917 ¿Es que no somos
nadie?
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