Ayer, hoy,
mañana
Por Jorge Arturo Díaz Reyes 24 de marzo 2015
También
la tauromaquia es una, sus principios pocos, las corridas muchas, pues como sugería Ortega, cada generación vuelve y se retrata en las propias.
Y
en una y otra, literatura y tauromaquia, siempre han concurrido verdad y
mentira, fealdad y belleza, virtud y pecado. A veces en el mismo autor, en el
mismo torero, en la misma página, en la misma faena, en la misma oración, en la
misma suerte. Al fin y al cabo son artes. Creaciones y reflejo de lo humano, y
lo humano es así, complejo, impuro, imprevisible. Hay que leer a Quevedo, hay
que recordar a Paula, hay que mirarse al espejo.
La
inconstancia es una constante. Ni todo tiempo pasado fue mejor, ni hoy se torea
mejor que nunca !Mentiras! Todos los períodos, cada cual a su modo, fueron imperfectos,
únicos e irrepetibles, incluidos el actual y los que vendrán.
Idealizar
el ayer o el hoy, tergiversarlos para condenar uno u otro, ha sido trucó
retórico de historiadores, literatos y taurómacos ligeros. No hay paraíso perdido, ni hallado. Sí utopías, y valientes que apuestan todo por ellas, y sus imposibles perfecciones.
Antes,
ahora, después, Homero, Virgilio, Cervantes, Lorca, Romero, Paquiro, Belmonte,
Manolete... Cada cual con su verso, con
su toro. Digno o indigno, grande o pequeño, vil o heróico en su momento y
circunstancia.
Extraviar
la realidad. Delirar en presente o en pretérito. Disfrazarse de Amadís,
obsesionarse con el Grial, embestir molinos, quizá sea una bella locura (si es
real), pero es una locura, y fingirla para desertar del hoy o repudiar el ayer,
es una cobardía, una patraña. Predicar que todo está perdido, que nos rindamos,
que ya no hay toros, relatos, toreros ni poetas, es como invitar a borrar la
historia o a enajenarse con la auto complacencia del instante.
Que
se recluya en la incierta memoria quien quiera. O que renuncie a ella quien prefiera.
Que se vaya de la fiesta, quien le plazca, o que se quede con el cerebro
pausado en la última escena quien desee. Pero que no pretexte la perfección
para justificarse. No existe, no ha existido, no existirá.
Quizá el misterio del arte consista en eso, en que
un ser tan chapucero como el hombre pueda insinuarla de pronto con un
pensamiento, una palabra, un gesto. Al menos es lo que siempre me ha
maravillado en la tauromaquia.
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