Por Jorge Arturo Díaz Reyes 31 de marzo 2015
Es
el segundo, negro, bragado, astifino. Bravucón, puntea las capas y el peto. Arrolla
los banderilleros. Es bruto. Es un problema. La cosa no pinta bien. Hay que
hacer algo.
Tiro
la montera y me arrodillo. Ahí mismo, en los medios. De largo, con la muleta
por delante. Un gesto, siempre da resultado.
Se
arranca de las tablas. Galopa. El suelo trepida. Lo espero quieto, boca seca sonriente,
la tempestad va por dentro. Persigue rabioso la muleta, en redondo. !Eso! Una,
dos, tres, cuatro veces. Me pasa por la cara como un tren, resoplando,
salpicando arena, relumbrando los ojos, obligándome a entrecerrar los míos.
Repite
frenético, achicando más y más los círculos del recorrido, mientras el rugido
colectivo se agranda. Siempre funciona. Siento la vibración general, el poder
de mi brazo, la excitación del dominio. Soy el centro.
Entre
óles alcanzo a distinguir la voz de José --¡Parate! ¡Párate! --¿Cómo me voy a
parar. No ves cómo está el público? --Respondo mentalmente. Al tiempo que un
cañonazo en el pecho, me dispara por el aire. Vuelo desarticulado, la plaza
gira, no hay dolor, ni sonido.
Caigo
hecho un enredo, indefenso. Pitonazos y pitonazos furiosos. Las costillas
crujen. Uno cala el cuello y asoma entre mis dientes, áspero, amargo, lijando
los labios. Cuelgo como pez en anzuelo. Revuelo de capotes y arena. Gritos,
chillidos, confusión. Me lo quitan. Corren conmigo.
En
la enfermería me desnudan con prisa, buscan las venas. Oigo al médico --Dos
heridas y traumatismos. Es grave, hay que operar ya --Pienso por primera vez en
el fin... Todo se apaga.
De
pronto veo la foto, grande, a color. Barrera de por medio abrazo a Marco Emilio
Ocampo, el cirujano de la plaza. Es amigo. Le debo la vida. Le brindo el toro. Abro los ojos.
No, aún estamos en el quirófano. Seguimos allí. El anestesiólogo dice
--Terminamos.
Vuelvo
a la fotografía. --Sí, es él, pero no soy el torero que le brinda... Es rubio,
es... Manuel Díaz "El Cordobés".
--Entre
brumas recuerdo la cita en el consultorio, cuando mirándola en la pared,
revivimos con Marco aquel 28 de diciembre del 98. Estábamos programando esta
cirugía... No, no fueron dos cornadas las mías, fueron dos vulgares hernias. Pura narcosis
anestésica.
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