Viñeta 350
Revista de prensa
Desde mi pantalla,
como desde una cofa, la oteo día tras día, semana tras semana. Admirado por el
ingenio y la tenacidad de los que la mantienen a flote en esta inmovilidad tensa
y sin destino a la vista; pero además confirmado por ellos en mi vieja certeza
de que la tauromaquia es asunto infinito.
A falta de primicias,
reciclan y ahondan en historias a las que normalmente la temporada con su torrencial
actualidad no daba lugar. Cuando cesaba Europa venía América y viceversa. Siempre
habían hechos, de “última hora” para escoger. Ya no. Ahora no hay tema desechable
y hay que echar mano de aquello que alguien dijo y García Márquez gustaba
repetir; la literatura (y el periodismo es uno de sus géneros), consiste en
hacer pequeñas las cosas grandes y grandes las pequeñas.
Baste repasar al
vuelo algunos artículos recientes: Remembranza de los últimos 53 pasos y medio
de paseíllo en Resurrección que dio Curro Romero, hace veinte años en el ruedo
de la Maestranza. Homenaje a la melancolía de Antoñete. Advertencia para
animalistas y no, de un científico desde Shanghái, de que más grave que desaparezca
el lince es que desaparezcamos nosotros. Inventario de los bienes dejados por Pepe-Hillo
tras la cornada mortal en 1801. Reclamo de la peña José y Juan, de que para honrar
el centenario del uno no hay que desmerecer al otro. Conmemoración de cuando Mondeño
se hizo fraile hace 35 años. Una vaca dificulta a Perera acrotalar un becerro. Espacio
al monólogo de un perro...
Mientras por otro
lado más tradicional, Andrés Amorós reseña diez trascendentales libros para la
cuarentena. Barquerito dispara “Escritos del confinamiento”. C.R.V. publica su
“Diario del estado de alarma”, De Labra en México no para de comentar y
Guillermo Rodríguez en Bogotá de apuntar.
Notas entreveradas
destacan: La solidaridad, la disciplina social y la valentía de sanitarios y socorristas.
Quejas gremiales por el paro, el desamparo y el lucro cesante de profesionales
y empresas. Llamados a los gobiernos, las respuestas, antirrespuestas, y la
incertidumbre por el futuro de la fiesta, de la economía, del mundo. Por
supuesto, persiste la publicidad, expresa y tácita, que financia el sistema.
La única verdadera
noticia que llega, y que, como la corrida, aunque sin su honda belleza, nos
vuelve a la fatalidad de la vida, es la cotidiana lista de obituarios, de
miembros de la familia taurina caídos en esta pandemia:
El decano de los
matadores de toros, Manolo Navarro. El banderillero palmirano Miguel Escobar
“Miguelete”. Los ganaderos: Borja Domecq, de Jandilla. Joaquín
Barral, de Barral. Antonio Bañuelos, de Bañuelos. Antonio
González de Cantinuevo.
Los buenos
aficionados: Marcelino Moronta, expresidente de Las Ventas. Enrique
Múgica, exministro socialista. Emilio Escobar, tío de El Juli. Pedro
Moreno, mexicano. El caleño Marino Franco.
Los trabajadores: Javier
Heppe, exgerente de la plaza de de Bilbao. José Antón, apoderado. Héctor
Escobar torilero de La Macarena en Medellín. Roberto Tapia, fotógrafo
mexicano. Matías Vega el querido librero de Las Ventas y Pedro Cano,
veterano almohadillero.
Los artistas y
fieles aficionados: José María Galiana, cantautor y periodista taurino. Luis
Eduardo Aute, músico, cineasta, escultor, pintor, poeta. Y muchos otros que
apenado no alcanzó a mencionar, entre los ya más de ciento veinte mil fallecidos
en el mundo. Todos pesan.
Y cada uno justifica
re-citar el verso de John Donne, que dio título y epígrafe a la novela de Hemingway
sobre la guerra civil española: “La muerte de cualquier hombre me disminuye,
porque estoy ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan
las campanas; doblan por ti.”
Sin embargo, siendo el
hombre factor común de la tragedia, tampoco han faltado quienes prefieren escatimar,
incordiar o medrar en medio del espanto. Cómo ignorarlo.
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