ESA TRISTE ALEGRÍA - VIÑETA 532
VIÑETA 532
Esa triste
alegría
Jorge Arturo Díaz
Reyes 1º IV 2024 La fiesta de los toros es una tragedia. Tópico. Hemingway
que no lo sabía, descubrió que era cierto, cuando a los 23 años vio en Madrid, con
ojos asombrados la primera corrida de su vida y salió a contarlo en inglés, con
una crónica (histórica) que tituló así. Pero ya lo habían explicado hace milenios
los griegos que lo explicaron todo.
Sin embargo, como si se quisiera olvidar, se la
llama solo Fiesta. Nada más, a secas. Totalizando el empaque lúdico sobre la
fatalidad que conlleva, Con un lapidario: “aquí vinimos fue a divertirnos”, paran
los orgiásticos a los huraños integristas.
Nietzche ahondó en esa contradicción humana con “El
nacimiento de la tragedia…”, sin aludir la tauromaquia. Claro, él era alemán y mientras
pergeñaba esas cosas en Basilea, no tenía como enterarse de qué al tiempo, Lagartijo,
Frascuelo, El Gordito y otros andaban dilucidando a muerte el mismo problema por
los ruedos de España.
Problema que hoy, en la era de la imagen, parece resuelto
ya. Lo esencial es el show. Esa es la onda, desde el callejón de los
taurinos, hasta el palco de Usía, pasando por los tendidos que sostienen la
industria. Recreación o nada. Pero no, están equivocados, no se eso lo que congrega.
Ni lo que vende, no lo que combaten los antitaurinos. Es la verdad que va por
dentro. Bajó el oropel. Cuando la suerte, la faena, la corrida la develan, cala
de inmediato en el espectador, instintivamente. Es que no hay rito igual. Tan biológico.
Por eso vuelven…, y pagan.
Si solo fuera por la forma, el colorido, la pose, la
majeza, el aspaviento, se irían mejor al teatro, al estadio o al cine con sus delirantes
“efectos especiales”. Pero no, lo que hace fieles, es esa conjunción real de lo
bello y lo terrible. Qué como en la vida, sucede a cada trance, hasta el inexorable
trance supremo.
Hay toreros que naturalmente invocan ese misterio
existencial. Y lo infunden con o sin apologistas, exégetas ni asesores artísticos.
Lo traen, nacieron así. Desnudos de frivolidad, cargan consigo el aire de lo trágico.
Como los santos que ponen un halo de pena en cada milagro.
Muchos mueren ignorados, otros incomprendidos, los
menos, consagrados y convertidos en iconos. Sus estampas amarillean en tascas,
museos, libros... Aún los hay, que siguen impartiendo esa triste alegría. Paco
Ureña es uno, creo.
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