CASI UN RENACIMIENTO - VIÑETA 534
VIÑETA 534
Casi un renacimiento
Jorge Arturo Díaz
Reyes 29 IV 2024 Domingo de
Resurrecció 2024, Sevilla. Fotograma: OneToro El mundo del toro salió de la pandemia, cuándo se pensaba
que quizá había sido el golpe definitivo, y los antitaurinos apesadumbrados temían
quedarse sin el crédito.
Por el contrario. Pese a su terebrante insidia, estos
últimos años han sido casi un renacimiento. Rebrotaron los públicos. Reabrieron
las ferias. El número de festejos aumentó por encima de la prepeste. Las
ganaderías no dan abasto. Refluyó el dinero. Las figuras que habían huido reaparecieron.
Los más de los héroes, que durante la prolongada cuarentena
mantuvieron vivo el fuego, retornaron a su olvido…
Y los que pensaban, al borde de la tumba, que había
que ser blandos con la moribunda, recobraron la dureza y la exigencia del
máximo toro, torero y toreo. Como dice José Ramón Márquez en su crónica sobre
la faena de El Cid a “Marinero” de Ana Romero, el martes pasado en Zaragoza: “…que
los jóvenes algún día digan que vieron torear a un hombre de la manera en que
torean los hombres de verdad. Sin amaneramientos, cursiladas ni floripondios”. Mientras
otros, claro, volvían a clamar furiosos por todo lo contrario.
Mejor dicho, con este bienvenido retorno a la
próspera normalidad, también se restableció aquello de “dos taurinos, tres
opiniones”. A cuál más apasionada e intransigente. Cada una tenida por única valedera,
y las otras por herejías intolerables. Los obcecados por la idolatría, el señuelo triunfo-derrota
y el deseo de prevalencia, pugnan como en la política o el fútbol... Voy por la
mía con la razón o sin ella.
Esas fobias, adicciones e intereses que sesgan la
realidad, también salieron de la cueva hibernante con tanta o más fuerza que
antes. Qué si lidia, qué si arte. Como si la lidia en sí misma no fuese arte, y
el arte lidia. O “El arte de torear”, que tituló PepeHillo hace más de dos
siglos.
El rito trágico, que recitaba Unamuno, suigéneris por
demás, en el cual, cómo en todos, caben infinitas expresiones y matices, tantos
como toros, hombres y circunstancias puedan darse. Pero a diferencia de todos, siempre y cuando estén
avalados por la ética. Toro, torero y toreo auténticos. Con tales premisas, todas
las tauromaquias y gustos valen, sino no.
Aquel dogma de lo bonito por lo bonito. De que el
toro, en últimas, es el instrumento del artista y debe supeditarse a su necesidad
(“por el bien del espectáculo”), es en definitiva una negación o al menos una perversión.
El arte total, y la tauromaquia es uno, va de la
belleza a la fealdad, de la exquisitez a la crudeza, de la emoción a la
conmoción. ¿Acaso no son arte porque no son bonitos: el cuadro de Goya “Cronos
devorando a sus hijos”; el drama de Sófocles, “Edipo rey”, destinado a matar a su padre, cohabitar con su
madre y sacarse los ojos; la escultura clásica anónima, “Lacoonte y
sus hijos, atacados por las serpientes”; o el toro agónico, tambaleándose por la
“Estocada de la tarde” de Benlliure?
Las deseadas concurrencias, para quienes se torea, también
son diversas y plurales, afortunadamente. Qué tal que se les exigiera pensamiento único.
Ya para velar por los principios, aplicar el reglamento y dar ejemplo están las
presidencias. Que también despertaron a lo suyo con igual diversidad. Hay que ver.
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