viernes, 27 de junio de 2014

ALGECIRAS 2000 - VIÑETA 42

Algeciras 2000
Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 27 de junio del 2014



Germán Wolff y el autor. Foto: Vanessa García
     Dejamos Marbella, y a eso de las cinco de la tarde entramos en Algeciras preguntando, equivocando el camino, desandando, dando vueltas, atravesando el Real de la feria, subimos hasta la "Plaza de las Palomas". Frente a ella, "Miguelín", sobre un pedestal, da su "Rodolfína". Tras él, abajo, al fondo; la bahía, La Línea de la Concepción  y el Peñón inglés. ¿Inglés? 

Ya no hay tiempo para buscar hotel. La corrida primero. ¡Qué sol! Criado Holgado mandó un encierro alto, muy armado, con poder, duro, áspero -al que no le faltó sino morder- dijo uno al final. Seguro no se lo quiso torear nadie más. 

Nadie más que tres paisanos necesitados, en una plaza casi vacía, digo: Juan Carlos Landrove, un veterano de La Línea, Juan Muriel y José María Soler, dos jóvenes algecireños. Lo de siempre: a torero modesto, toro grande y billete chico. 
   Landrove, con la primera fiera, pleno de ilusión y ayuno de mando, se dio todo. Desbordado, puso el cuero como argumento, sufrió dos malas cogidas y una de las cornadas más graves de toda la temporada, veinticinco centímetros dentro del vientre. Mientras le operaban sonaron los tres avisos para Muriel, quien espantado no pudo matar al ofensivo "Sabanero".

De allí en adelante no fue sino esperar la tragedia en cada viaje. De suerte no volvió. Todos teníamos miedo, no solo los toreros. Muriel apenas logró unas posturas, y Soler, desaforado, intentó muchas cosas pero no pudo parar sus pies. 

Bajando de la plaza, las casetas feriales bullían en flamenquerías, nos quedamos un rato por ahí, viendo bailar, y después fuimos a buscar hospedaje. No encontramos. 

Ya bien entrada la noche tomamos la carretera de Tarifa, cansados, sin saber bien donde íbamos. Unos diez kilómetros adelante, cuando conversábamos sobre cuanto pudieron parecerse las corridas antiguas a la de hoy, saliendo de una curva vimos el "Mesón de Sancho" y hasta ahí llegamos. 

Nos dieron cabañas frente a una plácida piscina rodeada de altos árboles. Más tarde comprobamos que habíamos acertado, que se estaba bien y se comía mejor, que no era caro y que allí paraba Curro Romero, cuyo largo y esencial monólogo autobiográfico venía devorando Germán desde Madrid. Pura suerte. Fue nuestra base en la feria.



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