La cultura del honor
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 31 de agosto del 2014
Quizás lo más
profundo respecto a toros lo escribió el filósofo alemán Wilhelm Hegel, sin
mencionarlos, sin haber presenciado una sola corrida, y sin siquiera
proponérselo.
Un año antes de
morir, lo hizo en su libro Lecciones
sobre filosofía de la historia universal (1830), cuya edición castellana
tardía, esta prologada por un buen aficionado y colega suyo, José Ortega y
Gasset.
En la página 676
afirma: "Los españoles son el pueblo del honor, de la dignidad personal y,
por tanto, de la gravedad en lo individual. Este es su carácter
principal." Sí. Ahí en esas líneas está todo, tácita, ética y
estéticamente.
Un pueblo así, una
cultura así, con ese "carácter principal", era natural que erigiera
como su rito social más auténtico y representativo, una ceremonia de dignidad,
gravedad individual y honor extremos. ¿Cual mejor, cual más verídica que la
corrida de toros?
Una liturgia
trágico festiva, real, a vida y muerte, regida por ancestrales cánones de
naturaleza, valentía y riesgo en aras del espíritu general. Una celebración de
raíces prehistóricas y prerreligiosas, que luego fue sofisticada y estructurada
en el siglo de las luces, y cuyos verismo, calado emocional y moral caballeresca
(quijotesca) fueron reconocidos por el romanticismo como propios.
Esta es la parte
taurina no dicha, pero implícita en la definición hegeliana. Su conclusión
inevitable. Sin importar que a continuación, llevado más que por su
eurocentrismo (Europa, según él terminaba en los Pirineos), por su
nacionalismo, despreciara como decadente, inerte, y rezagado al pueblo
peninsular (y su extensión americana) en
el que aduce: "los conventos y la corte han cebado a la masa perezosa y la
han empleado para lo que han querido."
Bueno, nadie es
perfecto, cada pueblo tiene su historia. También sabemos hoy hasta donde llegó
su vanidoso germanismo en 1945. El asunto es la identidad, no la pretendida
superioridad. Rendirse a otra, exigir la castración del propio "carácter
principal", el sentido del honor para nuestro caso, es dejar de ser. Las
culturas nacen, crecen y mueren, pero no por decreto.
*Figura: Busto de "Lagartijo" en la calle Osario de Córdoba (Esp)
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