Hermenéutica del natural
Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 12 de agosto del 2014
Mirando una fotografía de Rafael de Paula. En jurisdicción de cacho.
Vaciado de la suerte. Actitud serena. Cuerpo
frontal, recto, entregado al embroque. Zapatillas apuntadas a la
dirección del viaje. Muleta en la izquierda, baja, tras la cadera. Brazo suelto.
Espada en la derecha, pasiva. Cornamenta
centrada en el trapo, conducida, circundando. Es el toreo puro. Ético y
estético.
El cumplimiento fiel del contrato de honor con el toro, que reza: Eres
grande y fuerte, tienes dos armas. Soy pequeño y débil, tengo un trapo. Pero
eres bruto y yo inteligente. A cambio te doy las ventajas. No usaré mi arma.
Atacas, no me quitó, no me descompongo, te aguanto, te consiento, te mando,
si no tú vences. Natural, porque así es, ahí está todo, el respeto, la
igualdad, la lealtad, la esencia. Cada elemento en su sitio y función.
En el arte del toreo, como en pocas artes, la belleza es producto de la verdad.
La estética que traiciona, finge, maquilla los alivios, podrá engañar incluso
deslumbrar, pero es pantomima. El pase natural lo transparenta.
De Paula no era el más aguerrido de los toreros, pero quizá sí de los más
valientes. Nunca quiso taparse, cuando no pudo ser sublime, las más de las
veces, prefirió el ridículo a la impostura. Enfrentar al público y a sí mismo antes
que mentir. Al fin y al cabo, el auténtico arte de torear es precioso, como los
diamantes, por escaso.
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