Romero por Goya
Por Jorge Arturo Diaz
Reyes, 28 de agosto del 2014
Así los vio, así los escrutó, así los
reprodujo, sincero, como reflejos de sus almas. Desde la plebe hasta la familia
real, de la cual fue pintor oficial y a la que sin réplicas, befó. Insinuando
en el cuadro, dicen, adulterios y falsas paternidades.
¿Porqué tan apuesto entonces el torero
rondeño? Iluminado, sereno, cerca de los cuarenta. Moreno, pelo grisáceo,
largas patillas, rasgos armoniosos, mirada sincera, media sonrisa, alta la
frente, vertical el tronco fino. Engalanado a la usanza torera, redecilla,
camisa blanca de generosas chorreras, chaleco de lujo, chaquetilla azabache forrada
de rojo, ancha capa cereza colgada del hombro y en primer plano, pendiendo
relajada, la mano derecha. La que mató, según cuentas, más de cinco mil toros,
recibiendo.
Así lo vio, espejo de su alma, confiado, en
paz, ajeno a la ferocidad. Era un hombre que había visto morir dos hermanos en
el ruedo y que seguía sosteniendo su honor y su credo, quieto frente a los
toros, esperándolos; "El toreo es de brazos, no de pies" dijo y
cumplió primero.
Un hombre cabal, valiente, sin petulancia, en
la cumbre de su gloria. El inclemente Goya lo retrató como a nadie, pero
también retrató en él su admiración de aficionado y de torero frustrado.
Este bello Pedro Romero suyo, pintado por
1795 y que hoy sigue asombrando desde el museo Kimbell de Fort Worth Texas, es
toda una declaración de principios del romántico toreo dieciochezco,
alumbramiento y canon de la corrida moderna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario