domingo, 14 de septiembre de 2014

VIÑETA 67 - COLÓN Y LOS TOROS


Colón y los toros
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 13 de septiembre del 2014
Cristóbal Colón era genovés, pero su gesta fue hispana y en sus carabelas llegaron los toros a América. Dicen que trajo el primer ganado en 1493. Su segunda expedición, la más grande. Diecisiete barcos. Lo debió regar por las islas del Caribe, pues no tocó el continente hasta su cuarto intento.
Quizá no trajo sangre brava, más difícil de manejar. No se puede asegurar. Pero el manso enmontado, pronto debió embravecer y dar lidia, como la sigue dando el toro criollo. Y como la dio esa punta fiera que Melchor de Valdés echara en su "Hato Bermejo" de Ibagué (Colombia) por 1542, de la cual salieron cimarrones que se hicieron terror de la comarca obligando a su persecución y cacería.
Fue poco antes que Juan Gutiérrez Altamirano fundara con casta navarra en México, Atenco,  la ganadería más antigua del mundo 1552. Claro, junto a los toros Colón trajo los hombres que gustaban de festejar con ellos. Y así, en la cultura, vino el toreo, y se quedó, sobreviviendo a las persecuciones gazmoñas.
Pero no cesan ahí las culpas toreras del descubridor. Para birlarle a su nieto, Luis Colón, el título de virrey con derecho al 10% de la renta en todas las tierras descubiertas (América entera, imaginénse), Carlos I  se lo cambio por el Ducado de Veragua, un cuadrícula de selva panameña, llena de indios rebeldes que jamás le dejaron conocerlo y que de paso mataron a su hermano Francisco quién se empeñó en ello.
Tres siglos despúes el descendiente Pedro Colón, XIII Duque, le compró a la reina de España, la "Vacada Real", herrándola con el nombre de su ducado, Veragua, misma que a su vez terminaría 95 años más tarde en manos de Juan Pedro Domecq Villavicencio, quien minimizando el origen vazqueño y difuminando su épica historia dio paso al monoencaste actual que nos aqueja. Esto último, por supuesto no se le puede achacar a Don Cristóbal.



lunes, 8 de septiembre de 2014

VIÑETA 66 - ODIO TAUROLÓGICO -


Odio taurológico
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 08 de septiembre del 2014
Incitar al odio y la violencia contra grupos o personas por su origen, raza, religión, pensamiento, gustos... es un agravante de cualquier crimen, pero también un crimen por sí mismo. La Unión Europea ha instado a luchar contra esta "lacra" y a incluirla como delito en los códigos penales.
Algunos paises lo hacen, otros no. No hay unanimidad en el mundo, porque la discusión jurídica es honda y toca el derecho a la libre expresión, pero es indispensable mantenerla para una sociedad multicultural globalizada, en la cual el uso del odio y sus horrorosas consecuencias, tan viejo como la civilización, en lugar de disminuir aumenta.
Pues en esta esta época superpoblada y ultracompedida, es un discurso fácil para captar adeptos, lanzar campañas, beneficiar intereses, empujar causas. Exime de argumentos ir a los instintos, excitarlos. Rotular, despreciar, discriminar, befar al otro, al diferente; injuriarlo, agredirlo, eliminarlo.
La guerra santa desatada en Bogotá contra los toros por el alcalde Petro, ha abundado en esto. Las injurias públicas desde sus líneas a los aficionados como, sádicos, bárbaros, borrachos, pervertidos, torturadores, asesinos, han obtenido la respuesta que perseguían, ahondar el enfrentamiento, agudizar la contradicción, aumentar la intolerancia mutua. Sacar el debate de lo racional a lo visceral.
Entonces han sonado también con encono, desde las trincheras de los “prohibidos”, las recriminiciones a su pasado insurgente, a las tragedias que produjo la guerra en que participó (y continúa), y la descalificación en globo de toda su gestión como alcalde, para complacencia de muchos rivales políticos suyos, tan o más antitaurinos que él.
Colombia lucha hoy por la paz, por el cese del rencor, por hallar una salida civilizada de su inveterada guerra, se cree con derecho a esa ilusión. El fomento del odio ideológico, en este caso del odio taurológico, va en contravía, no importa que se haga con el pretexto de la paz animal.






jueves, 4 de septiembre de 2014

VIÑETA 65 - ¿AHORA QUÉ?

¿Y ahora qué?
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 04 de septiembre del 2014


La Corte Constitucional dijo lo que tenía que decir. No podía decir otra cosa. Es más, ya lo había dicho antes, en octubre del 2012, cuando un concepto suyo, igual, abortó la votación de una prohibición municipal con mayoría previamente pactada por el Concejo de Medellín, ad portas de la temporada paisa.

En Colombia, las corridas de toros son legítimas, por Ley 916 de 2004. Nadie puede prohibirlas. Todos lo sabíamos. Desde mucho antes que Petro fuera elegido. El asunto es que no hemos podido hacer valer la ley, ni hallar quien la haga valer. Ese ha sido el problema. No más.

Sí, no más, pero que tremendo "no más". Pues en este país los abusos del pequeño poder burocrático, hacen parte de la cultura, y hasta del  folclor, con título propio, "alcaldadas", (una canción popular dice: "El alcalde de mi pueblo ordena; mátese media vaca, mátese media vaca"), y cualquier funcionario con el voto del rebaño se pone por encima de la ley.

Entonces, la inoperancia del derecho impele los abusados a las  vías de hecho. Como la huelga de hambre de los novilleros, la cual con su firmeza y repercusión mediática internacional, fue la que al fin vino a desenterrar la diferida (por muchos meses) respuesta del alto tribunal a la consulta de la Corporación Taurina de Bogotá, arrendataria desahuciada de la plaza.

Hay quienes enarbolan ese fallo como un trofeo propio. Razones tendrán. Allá ellos. Los huelguistas, por su lado, con sabia serenidad han dicho, ---Aquí no se ha ganado nada, la huelga sigue --Y tienen razón.

Mientras no se adelanten y concreten las acciones jurídicas necesarias para ejecutar la sentencia de la Corte (en un plazo máximo de seis meses), mientras no cese la extralimitación y se aplique la ley, palabra más palabra menos, estamos como al principio.

El alcalde, contendor sagaz y conocedor de nuestro folclor, debe tener ya sus movimientos bien calculados. La pregunta para quienes desde nuestro lado cantan victoria es ¿Y ahora qué?

domingo, 31 de agosto de 2014

VIÑETA 64 - LA CULTURA DEL HONOR


La cultura del honor
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 31 de agosto del 2014

Quizás lo más profundo respecto a toros lo escribió el filósofo alemán Wilhelm Hegel, sin mencionarlos, sin haber presenciado una sola corrida, y sin siquiera proponérselo.                            
Un año antes de morir, lo hizo en su libro Lecciones sobre filosofía de la historia universal (1830), cuya edición castellana tardía, esta prologada por un buen aficionado y colega suyo, José Ortega y Gasset.
En la página 676 afirma: "Los españoles son el pueblo del honor, de la dignidad personal y, por tanto, de la gravedad en lo individual. Este es su carácter principal." Sí. Ahí en esas líneas está todo, tácita, ética y estéticamente.
Un pueblo así, una cultura así, con ese "carácter principal", era natural que erigiera como su rito social más auténtico y representativo, una ceremonia de dignidad, gravedad individual y honor extremos. ¿Cual mejor, cual más verídica que la corrida de toros?
Una liturgia trágico festiva, real, a vida y muerte, regida por ancestrales cánones de naturaleza, valentía y riesgo en aras del espíritu general. Una celebración de raíces prehistóricas y prerreligiosas, que luego fue sofisticada y estructurada en el siglo de las luces, y cuyos verismo, calado emocional y moral caballeresca (quijotesca) fueron reconocidos por el romanticismo como propios.
Esta es la parte taurina no dicha, pero implícita en la definición hegeliana. Su conclusión inevitable. Sin importar que a continuación, llevado más que por su eurocentrismo (Europa, según él terminaba en los Pirineos), por su nacionalismo, despreciara como decadente, inerte, y rezagado al pueblo peninsular (y su extensión  americana) en el que aduce: "los conventos y la corte han cebado a la masa perezosa y la han empleado para lo que han querido."
Bueno, nadie es perfecto, cada pueblo tiene su historia. También sabemos hoy hasta donde llegó su vanidoso germanismo en 1945. El asunto es la identidad, no la pretendida superioridad. Rendirse a otra, exigir la castración del propio "carácter principal", el sentido del honor para nuestro caso, es dejar de ser. Las culturas nacen, crecen y mueren, pero no por decreto.
*Figura: Busto de "Lagartijo" en la calle Osario de Córdoba (Esp)

jueves, 28 de agosto de 2014

VIÑETA 63 - ROMERO POR GOYA


Romero por Goya

Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 28 de agosto del 2014


Entre la muchedumbre de personajes que retrató Goya, incluído él mismo, no le salió ninguno mejor librado que Pedro Romero. De un realismo  cruel hasta lo caricaturesco, el genio aragonés pintó casi a todos, dramáticamente, conmovedoramente feos.

Así los vio, así los escrutó, así los reprodujo, sincero, como reflejos de sus almas. Desde la plebe hasta la familia real, de la cual fue pintor oficial y a la que sin réplicas, befó. Insinuando en el cuadro, dicen, adulterios y falsas paternidades.

¿Porqué tan apuesto entonces el torero rondeño? Iluminado, sereno, cerca de los cuarenta. Moreno, pelo grisáceo, largas patillas, rasgos armoniosos, mirada sincera, media sonrisa, alta la frente, vertical el tronco fino. Engalanado a la usanza torera, redecilla, camisa blanca de generosas chorreras, chaleco de lujo, chaquetilla azabache forrada de rojo, ancha capa cereza colgada del hombro y en primer plano, pendiendo relajada, la mano derecha. La que mató, según cuentas, más de cinco mil toros, recibiendo.

Así lo vio, espejo de su alma, confiado, en paz, ajeno a la ferocidad. Era un hombre que había visto morir dos hermanos en el ruedo y que seguía sosteniendo su honor y su credo, quieto frente a los toros, esperándolos; "El toreo es de brazos, no de pies" dijo y cumplió primero.

Un hombre cabal, valiente, sin petulancia, en la cumbre de su gloria. El inclemente Goya lo retrató como a nadie, pero también retrató en él su admiración de aficionado y de torero frustrado.

Este bello Pedro Romero suyo, pintado por 1795 y que hoy sigue asombrando desde el museo Kimbell de Fort Worth Texas, es toda una declaración de principios del romántico toreo dieciochezco, alumbramiento y canon de la corrida moderna.





martes, 26 de agosto de 2014

VIÑETA 62 - LO QUE DIGA FERNANDO


“Lo que diga Fernando va a misa”
Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 26 de agosto del 2014

Miguel Ángel Perera en Cali el 30 de diciembre de 2013. Foto: Camilo Díaz
A Miguel Ángel Perera le acaban de reconocer triunfador de las corridas generales de Bilbao 2014. Un mes atrás había recibido galardón similar (mejor faena) del San Fermín en Pamplona, y dos meses antes todos los de la feria de San Isidro en Madrid. Tres plazas que tienen un común, el toro.

Y entre ellas, las puertas grandes de Cáceres, Nimes, Plasencia, León, Badajoz, Teruel, Santander, Gijón… En todas dominó el extremeño. Uno de los cinco renegados de Sevilla. El único que ha contestado en el ruedo, como tiene que ser, las duras críticas que dieron origen al conflicto.

Premios aparte ¿Cuáles han sido esas respuestas? Solo presencié las cuatro faenas de Madrid. Por tanto me baso en ellas para opinar, y en particular, sobre la que más me ha conmovido este año; la de “Revoltoso” 590 kilos, de Adolfo Martín. Un toro auténtico, que salió con todo, a imponer, pero encontró la voluntad, el aguante, y el mando de una muleta que, al natural, terminó dueña de su tremebundo pitón izquierdo frente al tendido diez, antes del estocadón.

Toro y plaza de compromiso, con tauromaquia de planta firme, poder, quietud, verdad y gusto. Esas han sido las réplicas a Canorea, que él, sin hablar, ha dado por todos. No será un torero perfecto, eso no existe (dicen que Dios). Pero es el torero más convincente hoy del escalafón. Una figura que triunfa con adolfos en Las Ventas y se refrenda en Pamplona y en Bilbao. ¿No es lo que se pide?

Creo que su vocación de quietud, su decisión y sobre todo su valor, han encontrado bajo la conducción de Fernando Cepeda, un artista al que nunca le sobró arrojo, esa emocionada expresión. Ya en Cali, el 30 de diciembre pasado, con “Calentao”, animalito insignificante pero nobilísimo de González, había dado un adelanto de estética pura. Siento un algo del ginense en esa cualificación cierta y gustosa de Perera, que me hace recordar una  frase suya muy a comienzos de la relación: “Lo que diga Fernando va a misa”.


    






jueves, 21 de agosto de 2014

POESÍA TAURINA - 61


Antonio Aparicio Herrero
Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 21 de agosto del 2014

Antonio Aparicio durante la guerra civil española
De todo cuanto puede
el diestro ejecutar sobre la arena,
nada en mérito excede,
dentro de la faena,
al pase natural, música plena...
 
Las aliteraciones que subvierten el verso, no deben ser accidentales. Así era el poeta, contrario, insumiso, retador. Así pensó, vivió y cantó. Como Quevedo, su asombro.
 
 
Así escapó del bombardeo alemán en Alcalá, y de la temprana muerte que le atravesó el cuello buscándolo en la batalla del Jarama, y, luego, de la prisión de guerra. Perseguido, expatriado, errante por Hispanoamérica, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, México, y Venezuela que por medio siglo fue su segunda nación.
 
 
De Andalucía trajo lo que tenía puesto, lo que no podían quitarle, la cultura, y con ella, la poesía y el amor a la Fiesta. Maldito, prohibido, ignorado, solo cuarenta años después de su fuga se le volvió a publicar allá donde nació. El ayuntamiento de Sevilla escogió entre sus libros, “Gloria y memoria del arte de torear” para presentarlo de nuevo. Era 1981.
 
 
Es una tauromaquia musical, bella, honda, tal como la de su tierra. Sesenta y ocho poemas en ocho apartes recrean el toreo con un concepto y un sentimiento personal de aficionado, desde el alumbramiento del toro hasta su muerte ritual. Todo está ahí, comprendido, iluminado, rimado. Las escuelas taurinas bien podrían usarlo como cartilla de primeras letras.
 
 
Íntimo de Neruda, Lorca, Hernández, Alberti, compartió con ellos la tragedia, pero también el genio con que honró nuestra lengua. Este libro poco popular, de su reivindicación, es joya de la literatura taurina, y él uno de sus más brillantes creadores. Murió lejos del Arenal, hace catorce años, a los ochenta y cuatro, cuando en la ciudad que le acogió, Caracas, ya no se daban toros.