Colón y los toros
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 13 de septiembre del 2014
Cristóbal Colón era genovés, pero su gesta
fue hispana y en sus carabelas llegaron los toros a América. Dicen que trajo el
primer ganado en 1493. Su segunda expedición, la más grande. Diecisiete barcos.
Lo debió regar por las islas del Caribe, pues no tocó el continente hasta su
cuarto intento.
Quizá no trajo sangre brava, más difícil de
manejar. No se puede asegurar. Pero el manso enmontado, pronto debió embravecer
y dar lidia, como la sigue dando el toro criollo. Y como la dio esa punta fiera
que Melchor de Valdés echara en su "Hato Bermejo" de Ibagué
(Colombia) por 1542, de la cual salieron cimarrones que se hicieron terror de
la comarca obligando a su persecución y cacería.
Fue poco antes que Juan Gutiérrez Altamirano
fundara con casta navarra en México, Atenco,
la ganadería más antigua del mundo 1552. Claro, junto a los toros Colón
trajo los hombres que gustaban de festejar con ellos. Y así, en la cultura,
vino el toreo, y se quedó, sobreviviendo a las persecuciones gazmoñas.
Pero no cesan ahí las culpas toreras del
descubridor. Para birlarle a su nieto, Luis Colón, el título de virrey con
derecho al 10% de la renta en todas las tierras descubiertas (América entera,
imaginénse), Carlos I se lo cambio por
el Ducado de Veragua, un cuadrícula de selva panameña, llena de indios rebeldes
que jamás le dejaron conocerlo y que de paso mataron a su hermano Francisco
quién se empeñó en ello.
Tres siglos despúes el descendiente Pedro
Colón, XIII Duque, le compró a la reina de España, la "Vacada Real", herrándola
con el nombre de su ducado, Veragua, misma que a su vez terminaría 95 años más tarde en
manos de Juan Pedro Domecq Villavicencio, quien minimizando el origen vazqueño
y difuminando su épica historia dio paso al monoencaste actual que nos aqueja.
Esto último, por supuesto no se le puede achacar a Don Cristóbal.
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