Por Jorge Arturo Diaz Reyes 30 de septiembre del 2014
El 30 de septiembre de 1915 por la tarde,
José Gómez Ortega, en la cumbre de su gloria, ataviado de nazareno y
azabache, cruza el ruedo de la llena y soleada "Maestranza" para matar, él solo, seis
toros de Santa Coloma. Tenía 20 años.
Deshecho el paseíllo, estalla la ovación que
fue la tónica en las primeras cuatro lidias. El quinto, "Cantinero",
negro, lucero, cornicorto, mata dos caballos tomando cuatro varas, y arremete
fiero a los floridos quites. Torero de todos los tercios, a son de pasodoble
clava tres pares con galleos, recortes y clamor.
La muleta ejecuta "una de las faenas más enormes que se han presenciado en el coso
sevillano", según la crónica de Onarro al otro día en el Noticiero de
Sevilla. Abierta con el pase de la muerte, seguido de naturales, transcurre
jaleada sobre un ruedo lleno de sombreros. "Gallito" recoge uno lo
cuelga del pitón y luego lo devuelve al feliz aficionado. A volapié mata
desatando la tempestad de pañuelos y gritos que obligan la concesión de la
oreja.
Una oreja, la primera otorgada en 178 años de
la plaza. La primera también para un torero histórico que llevaba, desde
novillero, casi un lustro asombrándola con sus hazañas, sin haberla obtenido.
Los testimonios recogidos por Pierre Arnouil e
Ignacio de Cossío, quienes incluyen esta, entré las 30 "Gandes faenas del siglo XX",
(Espasa Calpe, S.A., Madrid 1999) nos permiten revivirla tras un siglo, y
pensar en lo que se debía ser y hacer entonces para cortar una oreja en
Sevilla.
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