Llorando como…
Por Jorge Arturo Diaz Reyes, 24 de julio de 2014
Lloraban porque
oían el himno, porque ganaban, porque perdían, porque empataban. Porque
acertaban o porque fallaban. Porque mordían o porque los mordían. Lloraban porque sí o porque no.
Sollozaban
ante cámara y micrófonos. Chillaban con retorcimientos agónicos, porque los
golpeaban o porque casi los habían golpeado. Se abrazaban arrodillados y estremecido por la pena o la dicha. Se besuqueaban, se montaban, se hacían arrumacos y hasta se palmeaban las nalgas y otras partes, en los paroxismos del gol.
Todo esto en calzoncillos y frente al mayor público de la historia. Más de mil millones, en directo al partido final, para no contar los otros 63 partidos, y su infinidad de repeticiones televisivas.
¿Mundial
masculino de fútbol, rito mayor de la humanidad? Se preguntaba el zoólogo
Desmond Morris ya por 1978, en la introducción de su libro "El mono
desnudo". Si es por cantidad de fieles, no hay duda.
Los ritos
expresan la cultura, su imaginario y sus modos. Estos, que se derrocharon en
las canchas de Brasil 2014, son, a juzgar por el rating, los de la sociedad
actual, y simbolizan su concepto de la hombría.
En un
mundo así, al mismo tiempo indiferente a las cotidianas masacres de niños y
adultos, también televisadas, el espíritu caballeresco y quijotesco del toreo
no puede sobrevivir.
Con razón su
compostura, su sentido de la dignidad, y la masculinidad estoica le son anacrónicos
y repugnantes a tantos hoy en día.
Si, ya no hay na.!
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