sábado, 25 de octubre de 2014

VIÑETA 70 LA FERIA DESMADRADA

La feria desmadrada
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 26 de octubre del 2014

Cali siempre ha sido de toros, y cuando el 28 de diciembre de 1957, por la tarde, "Resoplón" de Clara Sierra saltó el ruedo, sólo inauguró su más reciente plaza, Cañaveralejo. Bueno, también inauguro la feria, la primera. Cinco corridas.

Fue tal el entusiasmo despertado que al año siguiente una rumba general se les agregó con cabalgata, gallos, música, bailes, licor, desfiles, reinados y folclor, haciendo de ellas, con sus preámbulos y remates, el epicentro de la enorme jarana.

La plaza hervía con el mismo fuego de las calles ganando un ambiente que término caractérizandola. En Cali, la feria son los toros, decían todos, ensombrerados y con el poncho al hombro. Esa unión entre la joven madre y su primogénita, fiestera y alocada, hizo de las dos una, pese a que desde su nacimiento está última, tuvo su propia programación y dirección a cargo de personajes designados por los políticos de turno.

Así, de año en año, de fiesta en fiesta, de trago en trago,  han envejecido alegres, juntas e inseparadas. Pero de un tiempo acá, la hija no sólo ha comenzado a independizarse, sino a malquerer a su madre hasta el punto de negarla.

Y el feo desafecto filial parece venirle, más que de su propio corazon, del de sus transitorios directivos (burócratas antitaurinos o taurinos vergonzantes algunos), dueños designados de alegrías ajenas. No, no es una impresión subjetiva. La revista oficial de la feria (año 3, número 7), publicada por la alcaldía y Corfecali, lo constata.

En todo el fascículo, desde el editorial, firmado por el señor alcalde (supuesto aficionado), pasando por el "programa oficial de la feria", hasta la contraportada, no hay una sola mención a los toros, ni una sola. Según eso, no tienen arte ni parte. A cambio, abundan actividades masivas cuya programación simultánea con las corridas les compiten, y entorpecen el desplazamiento y la concurrencia del público a la plaza.

Un programa, valga señalarlo, centrado casi exclusivamente en la salsa, ritmo neoyorkino de moda, que no solo han querido convertir en folclórico, sino en la única expresión cultural de la ciudad.

Monotemático esnobismo que desconoce todas las ricas tradiciones y hondas raíces, entre ellas la fiesta de los toros, la más culta, según García Lorca, y que ha estado aquí desde la misma fundación por don Sebastián de Belalcazar en 1536. Es la ignorancia, es el abuso, es el desmadre.

sábado, 18 de octubre de 2014

VIÑETA 69 - TRABA Y BOTERO EN NUEVA YORK

Traba y Botero en Nueva York

Por Jorge Arturo Diaz Reyes 19 de octubre del 2014
Amaba yo a Marta Traba, su bocota, su capul azabache, su pequeña estatura, su talle, sus pantorrillas robustas, su vocecita de niña, su cantarín acento argentino, su torrencial retórica, su recia feminidad, su pasión por el arte y las causas perdidas.

La amaba sin hablarle, no creo que supiera nunca de mi existencia. Pero no perdía en las noches su programa de televisión a blanco y negro, y fui asiduo del Museo de Arte Moderno de la Universidad Nacional, que ella fundó, solo por mirarla y oírla. Leía sus escritos por suyos más que por otra cosa. Era casi un quinceañero. Fue hace más de medio siglo.

Veinte años después Marta, hija de gallegos, cayó del cielo sobre Madrid, en un avión que despegó hacia Bogotá y jamás llegó. No he conocido una mujer que se le parezca. Me sigue doliendo su muerte, como el primer día. La perdimos todos. Cuantas cosas dejó sin hacer su inteligencia interrumpida.

Acabo de leer que Fernando Botero, el pintor, lanza otro libro en Nueva York, capital del éxito. Una tauromaquia con ciento setenta y  cinco obras. Marta no era de toros, pero la noticia me la trae de nuevo, vívida, pues entre la muchas cosas que le regaló a Colombia fue habernos mostrado una generación de jóvenes pintores, que a lo mejor sin ella nunca hubiésemos visto ni valorado: Alejandro Obregón, Enrique Grau, Edgard Negret y por supuesto, Fernando Botero entre otros.

Botero venderá mucho y bien su libro, como vende todo lo que firma. Qué lejos está el hambre de artista pobre allí mismo. Su pintura plana, desproporcionada, costumbrista, de dibujo infantil, primitivista, caricaturesco, sin perspectiva, tan consumida y alabada, tan populachera, no me conmueve, y la taurina menos. Siempre, he intuido, por allá en el fondo, que como el mismo declara, la frecuenta porque “Los toros hacen la vida fácil al pintor” y porque “me faltó coraje para ser torero”.

Pero juro que si Marta, su hada madrina, se dignara resucitar y hablarme, y me preguntara si me gusta la pintura de su exitoso ahijado, y a mí me saliera voz para contestarle, le diría de inmediato que sí, que toda, solo por no contrariarla.

jueves, 2 de octubre de 2014

VIÑETA 68 - LA OREJA DE CANTINERO

La oreja de Cantinero

Por Jorge Arturo Diaz Reyes 30 de septiembre del 2014

El 30 de septiembre de 1915 por la tarde, José Gómez Ortega, en la cumbre de su gloria, ataviado de nazareno y azabache, cruza el ruedo de la llena y soleada "Maestranza" para matar, él solo, seis toros de Santa Coloma. Tenía 20 años.

Deshecho el paseíllo, estalla la ovación que fue la tónica en las primeras cuatro lidias. El quinto, "Cantinero", negro, lucero, cornicorto, mata dos caballos tomando cuatro varas, y arremete fiero a los floridos quites. Torero de todos los tercios, a son de pasodoble clava tres pares con galleos, recortes y clamor.

La muleta ejecuta "una de las faenas más enormes que se han presenciado en el coso sevillano", según la crónica de Onarro al otro día en el Noticiero de Sevilla. Abierta con el pase de la muerte, seguido de naturales, transcurre jaleada sobre un ruedo lleno de sombreros. "Gallito" recoge uno lo cuelga del pitón y luego lo devuelve al feliz aficionado. A volapié mata desatando la tempestad de pañuelos y gritos que obligan la concesión de la oreja.

Una oreja, la primera otorgada en 178 años de la plaza. La primera también para un torero histórico que llevaba, desde novillero, casi un lustro asombrándola con sus hazañas, sin haberla obtenido.

Los testimonios recogidos por Pierre Arnouil e Ignacio de Cossío, quienes incluyen esta, entré las 30 "Gandes faenas del siglo XX", (Espasa Calpe, S.A., Madrid 1999) nos permiten revivirla tras un siglo, y pensar en lo que se debía ser y hacer entonces para cortar una oreja en Sevilla.

domingo, 14 de septiembre de 2014

VIÑETA 67 - COLÓN Y LOS TOROS


Colón y los toros
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 13 de septiembre del 2014
Cristóbal Colón era genovés, pero su gesta fue hispana y en sus carabelas llegaron los toros a América. Dicen que trajo el primer ganado en 1493. Su segunda expedición, la más grande. Diecisiete barcos. Lo debió regar por las islas del Caribe, pues no tocó el continente hasta su cuarto intento.
Quizá no trajo sangre brava, más difícil de manejar. No se puede asegurar. Pero el manso enmontado, pronto debió embravecer y dar lidia, como la sigue dando el toro criollo. Y como la dio esa punta fiera que Melchor de Valdés echara en su "Hato Bermejo" de Ibagué (Colombia) por 1542, de la cual salieron cimarrones que se hicieron terror de la comarca obligando a su persecución y cacería.
Fue poco antes que Juan Gutiérrez Altamirano fundara con casta navarra en México, Atenco,  la ganadería más antigua del mundo 1552. Claro, junto a los toros Colón trajo los hombres que gustaban de festejar con ellos. Y así, en la cultura, vino el toreo, y se quedó, sobreviviendo a las persecuciones gazmoñas.
Pero no cesan ahí las culpas toreras del descubridor. Para birlarle a su nieto, Luis Colón, el título de virrey con derecho al 10% de la renta en todas las tierras descubiertas (América entera, imaginénse), Carlos I  se lo cambio por el Ducado de Veragua, un cuadrícula de selva panameña, llena de indios rebeldes que jamás le dejaron conocerlo y que de paso mataron a su hermano Francisco quién se empeñó en ello.
Tres siglos despúes el descendiente Pedro Colón, XIII Duque, le compró a la reina de España, la "Vacada Real", herrándola con el nombre de su ducado, Veragua, misma que a su vez terminaría 95 años más tarde en manos de Juan Pedro Domecq Villavicencio, quien minimizando el origen vazqueño y difuminando su épica historia dio paso al monoencaste actual que nos aqueja. Esto último, por supuesto no se le puede achacar a Don Cristóbal.



lunes, 8 de septiembre de 2014

VIÑETA 66 - ODIO TAUROLÓGICO -


Odio taurológico
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 08 de septiembre del 2014
Incitar al odio y la violencia contra grupos o personas por su origen, raza, religión, pensamiento, gustos... es un agravante de cualquier crimen, pero también un crimen por sí mismo. La Unión Europea ha instado a luchar contra esta "lacra" y a incluirla como delito en los códigos penales.
Algunos paises lo hacen, otros no. No hay unanimidad en el mundo, porque la discusión jurídica es honda y toca el derecho a la libre expresión, pero es indispensable mantenerla para una sociedad multicultural globalizada, en la cual el uso del odio y sus horrorosas consecuencias, tan viejo como la civilización, en lugar de disminuir aumenta.
Pues en esta esta época superpoblada y ultracompedida, es un discurso fácil para captar adeptos, lanzar campañas, beneficiar intereses, empujar causas. Exime de argumentos ir a los instintos, excitarlos. Rotular, despreciar, discriminar, befar al otro, al diferente; injuriarlo, agredirlo, eliminarlo.
La guerra santa desatada en Bogotá contra los toros por el alcalde Petro, ha abundado en esto. Las injurias públicas desde sus líneas a los aficionados como, sádicos, bárbaros, borrachos, pervertidos, torturadores, asesinos, han obtenido la respuesta que perseguían, ahondar el enfrentamiento, agudizar la contradicción, aumentar la intolerancia mutua. Sacar el debate de lo racional a lo visceral.
Entonces han sonado también con encono, desde las trincheras de los “prohibidos”, las recriminiciones a su pasado insurgente, a las tragedias que produjo la guerra en que participó (y continúa), y la descalificación en globo de toda su gestión como alcalde, para complacencia de muchos rivales políticos suyos, tan o más antitaurinos que él.
Colombia lucha hoy por la paz, por el cese del rencor, por hallar una salida civilizada de su inveterada guerra, se cree con derecho a esa ilusión. El fomento del odio ideológico, en este caso del odio taurológico, va en contravía, no importa que se haga con el pretexto de la paz animal.






jueves, 4 de septiembre de 2014

VIÑETA 65 - ¿AHORA QUÉ?

¿Y ahora qué?
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 04 de septiembre del 2014


La Corte Constitucional dijo lo que tenía que decir. No podía decir otra cosa. Es más, ya lo había dicho antes, en octubre del 2012, cuando un concepto suyo, igual, abortó la votación de una prohibición municipal con mayoría previamente pactada por el Concejo de Medellín, ad portas de la temporada paisa.

En Colombia, las corridas de toros son legítimas, por Ley 916 de 2004. Nadie puede prohibirlas. Todos lo sabíamos. Desde mucho antes que Petro fuera elegido. El asunto es que no hemos podido hacer valer la ley, ni hallar quien la haga valer. Ese ha sido el problema. No más.

Sí, no más, pero que tremendo "no más". Pues en este país los abusos del pequeño poder burocrático, hacen parte de la cultura, y hasta del  folclor, con título propio, "alcaldadas", (una canción popular dice: "El alcalde de mi pueblo ordena; mátese media vaca, mátese media vaca"), y cualquier funcionario con el voto del rebaño se pone por encima de la ley.

Entonces, la inoperancia del derecho impele los abusados a las  vías de hecho. Como la huelga de hambre de los novilleros, la cual con su firmeza y repercusión mediática internacional, fue la que al fin vino a desenterrar la diferida (por muchos meses) respuesta del alto tribunal a la consulta de la Corporación Taurina de Bogotá, arrendataria desahuciada de la plaza.

Hay quienes enarbolan ese fallo como un trofeo propio. Razones tendrán. Allá ellos. Los huelguistas, por su lado, con sabia serenidad han dicho, ---Aquí no se ha ganado nada, la huelga sigue --Y tienen razón.

Mientras no se adelanten y concreten las acciones jurídicas necesarias para ejecutar la sentencia de la Corte (en un plazo máximo de seis meses), mientras no cese la extralimitación y se aplique la ley, palabra más palabra menos, estamos como al principio.

El alcalde, contendor sagaz y conocedor de nuestro folclor, debe tener ya sus movimientos bien calculados. La pregunta para quienes desde nuestro lado cantan victoria es ¿Y ahora qué?

domingo, 31 de agosto de 2014

VIÑETA 64 - LA CULTURA DEL HONOR


La cultura del honor
Por Jorge Arturo Diaz Reyes 31 de agosto del 2014

Quizás lo más profundo respecto a toros lo escribió el filósofo alemán Wilhelm Hegel, sin mencionarlos, sin haber presenciado una sola corrida, y sin siquiera proponérselo.                            
Un año antes de morir, lo hizo en su libro Lecciones sobre filosofía de la historia universal (1830), cuya edición castellana tardía, esta prologada por un buen aficionado y colega suyo, José Ortega y Gasset.
En la página 676 afirma: "Los españoles son el pueblo del honor, de la dignidad personal y, por tanto, de la gravedad en lo individual. Este es su carácter principal." Sí. Ahí en esas líneas está todo, tácita, ética y estéticamente.
Un pueblo así, una cultura así, con ese "carácter principal", era natural que erigiera como su rito social más auténtico y representativo, una ceremonia de dignidad, gravedad individual y honor extremos. ¿Cual mejor, cual más verídica que la corrida de toros?
Una liturgia trágico festiva, real, a vida y muerte, regida por ancestrales cánones de naturaleza, valentía y riesgo en aras del espíritu general. Una celebración de raíces prehistóricas y prerreligiosas, que luego fue sofisticada y estructurada en el siglo de las luces, y cuyos verismo, calado emocional y moral caballeresca (quijotesca) fueron reconocidos por el romanticismo como propios.
Esta es la parte taurina no dicha, pero implícita en la definición hegeliana. Su conclusión inevitable. Sin importar que a continuación, llevado más que por su eurocentrismo (Europa, según él terminaba en los Pirineos), por su nacionalismo, despreciara como decadente, inerte, y rezagado al pueblo peninsular (y su extensión  americana) en el que aduce: "los conventos y la corte han cebado a la masa perezosa y la han empleado para lo que han querido."
Bueno, nadie es perfecto, cada pueblo tiene su historia. También sabemos hoy hasta donde llegó su vanidoso germanismo en 1945. El asunto es la identidad, no la pretendida superioridad. Rendirse a otra, exigir la castración del propio "carácter principal", el sentido del honor para nuestro caso, es dejar de ser. Las culturas nacen, crecen y mueren, pero no por decreto.
*Figura: Busto de "Lagartijo" en la calle Osario de Córdoba (Esp)