martes, 21 de abril de 2020

EL TOREO ENSEÑA - VIÑETA 351


Viñeta 351

El toreo enseña
Jorge Arturo Díaz Reyes, abril 21 de 2020

Verónica. Diego Ramos
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, lamenta Neruda promediando su Poema 20. Tampoco la gente, los toros y el mundo lo seremos cuando esto pase. Que pasará, quizá es la única certeza que hoy tenemos.

El resto es futurología, ciencia poco fiable, pero muy socorrida para justificar el presente. Más en estos días de incertidumbre cuando en caída libre buscamos algo de que agarrarnos –¿Qué sucederá?

Los encargados de decidir por los demás están obligados a prever, anticipar y cuando no adivinar. Como el presidente de Colombia Iván Duque y el alcalde de Madrid José Martínez-Almeida, quienes cada uno por su lado, apostaron a ello en estos días.

El uno anunció: “Olvidémonos de eventos masivos (corridas) por largo tiempo”; y el otro, algo más preciso: "Esta primavera y este verano no va a haber acontecimiento multitudinario alguno (corridas) en España y posiblemente si lo alargamos hasta el otoño tampoco".

Igual que a muchos, el aviso, me sonó a derrota. Tanto como quizá suena el tercero a un torero en apuros. La temporada colombiana está lejos, fines de diciembre, pero la europea, que sigo siempre, ha sido abortada no más concebida.

Hace un par de meses en el hotel Ibis de Bogotá, cincuenta metros acá de la Santamaría, domingo de corrida, El Tato Cruz, aficionado caleño, habitual de San Isidro, comentaba feliz que tenía su viaje familiar listo; pasajes, hospedaje, abonos pagados y me conminaba a imitarlo antes de que sea tarde —me aconsejó con sonrisa de futurólogo.

Fue la primera imagen que me vino cuando leí el vaticinio de don José y luego la de otros amigos colombianos en similar trance, Rafael Giraldo, Paulo Sánchez, José Miguel Sandoval, Alberto Lopera, Jorge Agudelo, etc. Pero atrás de aquellas ilusiones personales frustradas, vi nublada la suerte de toda la temporada española, colombiana y la de todo el toreo.

Además de aficionado, soy médico viejo y mi juramento exige objetividad y mesura en las opiniones cuando impliquen la salud. Consciente de todo ello expreso la mía, muy modesta.

Este virulento y minúsculo invasor, de unas pocas millonésimas de milímetro, que nos agobia. Contra el cual no hay tratamiento ni vacuna específicos, ha dejado la ciencia en evidencia, metido a la humanidad bajo la cama y ocultado que se sigue muriendo por muchas otras causas.

Aislamiento, aislamiento, aislamiento… Único manejo. El mismo que hace dos mil quinientos años hubiese recomendado Hipócrates. ¿Y el progreso qué? ¿Cuándo vamos a emplear y hacer valer sus herramientas?

Hay que reaccionar, dejar la pasividad, salir del escondite, dar cara al enemigo común y pasar a la ofensiva. Porque si no el remedio será peor que la enfermedad. Lo afirman los economistas, por experiencia, no por futurología. Y mucho antes lo había dicho El Espartero: Más cornadas da el hambre.

Aunque pueda sonar frívolo en las circunstancias actuales, no lo es; el toreo enseña. La vida es peligrosa. Vivir es un riesgo constante, pero hay que vivir. Con la técnica que se posee, urge dar el paso adelante y acometer la faena con valor inteligente.

Parar, de frente, con protocolos de control diseñados para ubicación inmediata de focos, portadores y contactos; aislarlos, tratarlos y reintegrar con diseños de seguridad laboral y social a los sanos. Ya.
Mandar, con liderazgo global, experto, informado, real, justo, fiable que aúne individuos y naciones, no al contrario.
Templar, la embestida del virus, recuperando el terreno, el trabajo, la cotidianidad.
Ligar, los recursos y esfuerzos generales uno con otro para la reactivación.
Cargar la suerte, aguantando el riesgo (controlado), las bajas inevitables y el dolor.
Vaciar atrás el miedo y salir con cara alta.

Podrá ser lento, como en el buen torear, pero hay que hacerlo y comenzar ahora. Sin rajarse. La lucha biológica lo impone. Las pandemias son periódicas en los rebaños. Más en uno tan grande, abigarrado y complejo como el humano. La historia lo demuestra. Sí vamos a seguir huyendo cada que aparezca una (que vendrá), no tendremos futuro ni futurología.

La corrida lo consagra, por eso choca con el vano postmodernismo. La muerte existe, no solo ajena y en la televisión. Hay que afrontarlo, negarla, taparse, no nos hará eternos.

martes, 14 de abril de 2020

REVISTA DE PRENSA - VIÑETA 350


Viñeta 350

Revista de prensa
Jorge Arturo Díaz Reyes, abril 14 de 2020

La prensa taurina, también recluida y ayuna de su materia prima, las corridas; estacionada en un presente sin futuro predecible ha optado por la memoria, la reflexión y la imaginación. Salvo, claro, unos pocos medios que dejaron sus titulares de antes de la peste congelados.

Desde mi pantalla, como desde una cofa, la oteo día tras día, semana tras semana. Admirado por el ingenio y la tenacidad de los que la mantienen a flote en esta inmovilidad tensa y sin destino a la vista; pero además confirmado por ellos en mi vieja certeza de que la tauromaquia es asunto infinito.

A falta de primicias, reciclan y ahondan en historias a las que normalmente la temporada con su torrencial actualidad no daba lugar. Cuando cesaba Europa venía América y viceversa. Siempre habían hechos, de “última hora” para escoger. Ya no. Ahora no hay tema desechable y hay que echar mano de aquello que alguien dijo y García Márquez gustaba repetir; la literatura (y el periodismo es uno de sus géneros), consiste en hacer pequeñas las cosas grandes y grandes las pequeñas.

Baste repasar al vuelo algunos artículos recientes: Remembranza de los últimos 53 pasos y medio de paseíllo en Resurrección que dio Curro Romero, hace veinte años en el ruedo de la Maestranza. Homenaje a la melancolía de Antoñete. Advertencia para animalistas y no, de un científico desde Shanghái, de que más grave que desaparezca el lince es que desaparezcamos nosotros. Inventario de los bienes dejados por Pepe-Hillo tras la cornada mortal en 1801. Reclamo de la peña José y Juan, de que para honrar el centenario del uno no hay que desmerecer al otro. Conmemoración de cuando Mondeño se hizo fraile hace 35 años. Una vaca dificulta a Perera acrotalar un becerro. Espacio al monólogo de un perro...

Mientras por otro lado más tradicional, Andrés Amorós reseña diez trascendentales libros para la cuarentena. Barquerito dispara “Escritos del confinamiento”. C.R.V. publica su “Diario del estado de alarma”, De Labra en México no para de comentar y Guillermo Rodríguez en Bogotá de apuntar.

Notas entreveradas destacan: La solidaridad, la disciplina social y la valentía de sanitarios y socorristas. Quejas gremiales por el paro, el desamparo y el lucro cesante de profesionales y empresas. Llamados a los gobiernos, las respuestas, antirrespuestas, y la incertidumbre por el futuro de la fiesta, de la economía, del mundo. Por supuesto, persiste la publicidad, expresa y tácita, que financia el sistema.

La única verdadera noticia que llega, y que, como la corrida, aunque sin su honda belleza, nos vuelve a la fatalidad de la vida, es la cotidiana lista de obituarios, de miembros de la familia taurina caídos en esta pandemia:

El decano de los matadores de toros, Manolo Navarro. El banderillero palmirano Miguel Escobar “Miguelete”. Los ganaderos: Borja Domecq, de Jandilla. Joaquín Barral, de Barral. Antonio Bañuelos, de Bañuelos. Antonio González de Cantinuevo.

Los buenos aficionados: Marcelino Moronta, expresidente de Las Ventas. Enrique Múgica, exministro socialista. Emilio Escobar, tío de El Juli. Pedro Moreno, mexicano. El caleño Marino Franco.

Los trabajadores: Javier Heppe, exgerente de la plaza de de Bilbao. José Antón, apoderado. Héctor Escobar torilero de La Macarena en Medellín. Roberto Tapia, fotógrafo mexicano. Matías Vega el querido librero de Las Ventas y Pedro Cano, veterano almohadillero.

Los artistas y fieles aficionados: José María Galiana, cantautor y periodista taurino. Luis Eduardo Aute, músico, cineasta, escultor, pintor, poeta. Y muchos otros que apenado no alcanzó a mencionar, entre los ya más de ciento veinte mil fallecidos en el mundo. Todos pesan.

Y cada uno justifica re-citar el verso de John Donne, que dio título y epígrafe a la novela de Hemingway sobre la guerra civil española: “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”  

Sin embargo, siendo el hombre factor común de la tragedia, tampoco han faltado quienes prefieren escatimar, incordiar o medrar en medio del espanto. Cómo ignorarlo.

martes, 7 de abril de 2020

MIGUELETE Y MORENITO - VIÑETA 349

Viñeta 349

Miguelete y Morenito
Jorge Arturo Díaz Reyes, abril 7 de 2020

Miguelete ovacionado en Palmira, Morenito doctorado en Valencia
Tarde, tórrida y encapotada. Corrida de la Hispanidad, 11 de octubre de 1953. Guayaquil Ecuador. Toros mediacasta de Lorenzo Tous. Aurelio Puchol “Morenito de Valencia” le acababa de ceder el primero y los trastos a Salomón Vargas “Gitanillo de Camas”.

Ese torero intrascendente que fue trascendental en la formación de Curro Romero: “A mí Salomón me enseñó a torear con el capote. Yo me fijé cómo lo cogía, como con dos deditos”. Una de las muchas agradecidas menciones que le dedica “El Faraón” en su biografía, “La esencia”.

No pasaba gran cosa, y salta el segundo, “Cique”, morucho, berrendo, bien comido y avisado. La brega se hace peligrosa e ingrata. El banderillero Miguel Escobar “Miguelete” resulta cogido y llevado a la enfermería. Toro sublevado, público de uñas. “Morenito”, ante la imposibilidad de gustar, opta por asustar. Se tira en un pase de rodillas. La cornada cala el bajo vientre y vacía el paquete intestinal. Corren con el destripado y bajan al herido Miguel de la única mesa quirúrgica para socorrer a su agonizante maestro, que poco después muere sin salir del shock.

La tragedia solo mereció un modesto párrafo a mitad de columna, bajo el subtítulo “Otras noticias”, en página interior del ABC de Madrid. Plaza que nunca le atendió la súplica de confirmar su alternativa. “Jamás torerarás aquí” le había sentenciado la empresa, según Curro Meloja.

Aurelio tenía treinta y nueve años. Había tomado alternativa doce atrás en la empobrecida y rencorosa España de la posguerra. Se la otorgaron Juanito Belmonte y Manolo Martín-Vazquez en Valencia, durante las fiestas de San Jaime. Pese a triunfos laboriosos en Barcelona, Levante y el norte, la falta de oportunidades terminó por expatriarlo a Suramérica, donde rodando, rodando ancló en Palmira (Colombia). Entoncés próspera, llamada capital agricola del país. Foco de afición,  dueña de una flamante plaza nueva y de la única facultad de agronomía. En la cual por cierto en aquel tiempo estudiaba mi padre.

Bien acogido, vivió allí su lustro final. Creando escuela y estimulando una generación de novilleros, toreros y subalternos: Nito Ortega, Pepe Noreña, Hernán Mena, Fabio Lenis, Memo Valencia, Miguel Escobar… que a su vez proyectarían la siguiente con: Enrique Trujillo, Álvaro Medina, Rafael Gómez “El Pollo”, Luis Balanta y muchos más.

Hoy ya nadie llama capital a Palmira, la plaza “Barona Pinillos” está en ruinoso abandono, la memoria de Morenito se borra, la afición languidece y para completar, “Miguelete”, murió hace cuatro días. Allí mismo, donde había nacido y se había hecho torero.  

Sobrevivió sesenta y siete a la cornada de Guayaquil que dejó débil su pierna derecha, pero no lo retiró. Tozudo, bueno en lo suyo, toreó tres décadas más, lidiando por acá con las históricas figuras de aquella era dorada. Sin olvidar nunca esa tarde fatal. Me la relató conmovido una vez en el tendido palmirano hace ya mucho.

Era jovial Miguel, decidido, de gran afición, preciso en los quites, visajoso con los palos y relajado y modoso en los preámbulos de corrida. Tanto, que se quedaba dormido.

--Llegaba sobre la hora de salir para la plaza y nos hacía esperar siempre –recuerdan riéndo tristones sus compañeros; Mena, “El Pollo” y Balanta.

--Una vez, por desquitarnos, le adelantamos el reloj dos horas en el hotel. Despertó sobresaltado, se vistió a la carrera, se precipitó a la recepción y al no encontrar a nadie, creyó con angustia que se había ido la cuadrilla, que no alcanzaría el paseíllo. Luego cuando llegó asusatado al patio lo recibimos a carcajadas.

No cambió. También hizo esperar a la muerte, muchas veces. Hasta que tras largo declinar lo alcanzó a los 91 años.

martes, 31 de marzo de 2020

EL DÍA DESPUÉS - VIÑETA 348

Viñeta 348

El día después
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali 31 de marzo 2020

América alcanzó a evacuar casi toda su temporada. Europa solo a insinuar la suya por Ajalvir, Illescas y Olivenza... Los carteles de Castellón, Valencia, Sevilla, Córdoba y Madrid quedaron colgados en el vacío, los toros en el campo, las plazas en clausura y el futuro en veremos.

Los antitaurinos podrían estar contentos, la peste amenaza lograr lo que no ellos en cinco siglos (para contar solo desde la fallida prohibición papal de Pío V). Pero no, no puede haber contento ninguno. El contagio avanza por el mundo atacando sin distingos. Desbordando fronteras. Haciendo impotentes las potencias. Poniendo en evidencia los sistemas de salud, la política, los presupuestos, la insensatez y dejando un reguero de cadáveres, pérdidas y penas.

¿Qué pasará cuando pasé? Cuando el miedo se disipe. Cuando salgamos ateridos de nuestras madrigueras a retomar la lucha por la vida. Cuando volvamos al cotidiano competir. Cuando olvidemos a los que se batieron por nosotros. Cuando reneguemos de que por este breve lapso fuimos todos uno. Cuando la prevalencia retorne a ser paraíso y el dinero Dios. Cuando se restablezca la normalidad anómala. Cuando los políticos regresen a lo suyo. Cuando vuelvan con las falacias de vida sin muerte.

¿Habremos aprendido que si unidos, así halla sido solo por el espanto, capeamos esta desgracia, podríamos igual intentarlo con otras globales peores, como el hambre, la superpoblación, el envenenamiento del planeta?

Hay optimistas y escépticos. Los oigo ambos. La historia está por los últimos. Jamás aprendimos lo suficiente de las tragedias, pese a que siempre hubo quien las explicó. La evidencia indica que seguramente saldremos otra vez a culparnos, a pelear por los réditos y por quien pagará la cuenta. Ya se oyen voces fuertes.

Conforta la certeza de que también el día después volverán los toros a celebrar la vida, recordándonos que vivir es peligroso y siempre temporal, que la naturaleza es sobrehumana y que siendo apenas una más de sus especies mejor nos vale lidiarla con respeto, valor y belleza.

martes, 24 de marzo de 2020

GALLITO EN LA PANDEMIA - VIÑETA 347


Viñeta 347

Gallito en la pandemia
(Lecturas cuarentenarias)

Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 24 de 2020

Portada: https://www.amazon.es/1918-epidemia
En 1918 José Gómez “Gallito” encabezó por quinto año consecutivo las estádisticas de corridas toreadas. Fueron 103, apenas una menos del record hasta ese momento (104), qué el mismo había impuesto dos años antes.

Vista desde hoy esa cifra se agranda. Para empezar, dobla con creces las 43 alcanzadas por El Juli, puntero del escalafón el año pasado. Y eso, en un país con mucha menos población, plazas, tecnología y vías de comunicación que las de hoy.

Luego, no se puede omitir el contexto de aquella temporada lidiada toda en medio de una peste de “gripa española” que mató entre 50 y 100 millones de personas en el mundo (alrededor de 150.000 en España), y la que contrajeron hasta el mismo Rey Alfonso XIII y el presidente García Prieto. Del miedo generalizado y las muchas restricciones económicas y sanitarias que se oponían a la concurrencia de público. Y como si fuera poco, simultánea con el último año de la primera guerra mundial que agregó 20 millones más de víctimas.

¿Por qué tales desgracias no pararon el toreo? Quizá la ignorancia, quizá la pasión. Al final, el saldo de fallecimientos, no mayor al de muchos otros paises apestados, exonera parcialmente la primera. La otra, la pasional, no se puede atribuír solo a “Gallito”. Fue su rivalidad con Belmonte la que incendió ese lustro legendario del toreo. Tan cierto también, como que fue él quien lo lideró.

“Y no se te olvide que ésa faena (de Juan al toro “Barbero” en Madrid, 1917) puede ser la más grande de la historia, pero el torero más grande soy yo”. Reclamo que Clarito le guardó en sus Memorias. 

Soberbio, pero sustentado, era figura de ley: “681 corridas del 28 de septiembre de 1912 al 16 de mayo de 1920: de ellas 43 de Miura, y 26 de seis toros para él solo; 81 corridas en Madrid, 58 en Sevilla, –y el ilimitado repertorio artístico y todas las suertes conocidas del toreo de capa, todas las del tercio de banderillas, todos los pases con la muleta… el arte, el dominio, el recurso, y la suerte suprema en su fase clásica de recibir… Cabe pensar que ningún otro tan completo como Joselito ha señoreado la fiesta.”

A dos meses de conmemorar (¿sin corrida?), el centenario de su muerte en Talavera. Cuando una nueva epidemia gripal mucho menos asesina y sin guerra mundial agregada, tiene las plazas clausuradas, la fiesta prohibida y toda la humanidad acorralada, leer las crónicas de aquel horroroso y épico año, en que José contra todo, mantuvo el toreo de pie, asombra y empalidece nuestros terrores actuales.

martes, 17 de marzo de 2020

CUARENTENA - VIÑETA 346


Viñeta 346

Cuarentena
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 17 de 2020

Fotograma de la serie Dark. www.netflix.com
Es imposible abstraerse en los toros cuando pasa lo qué pasa. En mi vida vi nada como esto. Ni he sabido que haya ocurrido antes. El mundo entero en cuarentena. Nunca, pese a que la historia está plagada de terribles pandemias, tan gran confinamiento se había impuesto.

La televisión muestra escenas propias de películas posapocalípticas. Las populosas calles y plazas de las megaciudades en todos los continentes, desiertas. La fiesta cancelada. El comercio en paro, la vida detenida, el tiempo congelado. A las pantallas de cada refugio llegan el miedo, las alarmas, los recuentos de casos, de bajas, de altas, de augurios, de fronteras tapiadas, de llamados a obediencia, de patrullas vigilando el vacío...

Ni antes ni después de cuando Colón iniciara la globalización, trayendo a la vulnerable población indígena de América la gripa, el sarampión y la viruela, que en corto tiempo, no más al terminar su cuarta visita (1504), habían exterminado los aborígenes de las islas caribeñas, mientras que los del continente caían como moscas. Bien lo han contado entre otros Bartolomé de las Casas en su época y hasta no hace mucho el médico-historiador Francisco Guerra, españoles ambos.

Tampoco lo logró el cólera, que se llevó un tercio de la población de Atenas hace dos milenios y medio y ha seguido reapareciendo, por un lado y por otro, periódica y devastadoramente hasta nuestros días. Ni las vergonzantes olas de lepra y sífilis “castigos de Dios”, ni la romántica epidemia de tuberculosis en el siglo XIX. Ni la espantosa bubónica que mató el 40% de la población del Imperio Bizantino en el 542. Ni la peste negra que dejara  34 millones de víctimas entre 1347 y 1353 y alentara la imaginación de Chaucer, Bocaccio y Petrarca

Ni la llamada “gripa española” (que no era española) en 1918, la cual mato 50 millones de personas, el triple de las ocasionadas por la “Gran Guerra” en cuyo curso apareció. Ni las más recientes: de SIDA “otro castigo” (1881…) que ha liquidado más de 30 millones dicen, o el H1N1 (2009-10) con 18.000 decesos , o el Ébola (2014) que se llevó 4.500 vidas en medio año. Ninguna de estas calamidades pudo encerrarnos tanto como ahora el coronavirus.

¿Por qué todo el rebaño humano se ha logrado movilizar, o mejor inmovilizar, con este solo cometido? ¿Por qué como nunca estamos juntos contra un mismo enemigo y no unos contra otros? ¿Por qué al fin la humanidad parece haber aceptado una causa común?

Si bien la salud en juego, la velocidad y la universalidad del contagió dan para ello, su mortalidad, baja comparada con la de muchas otras desgracias previas y presentes, quizá no tanto.

Por supuesto los medios, con su tecnología, ubicuidad, información en tiempo real y capacidad de persuasión han sido factor determinante. Cierto, pero no pueden ser la única explicación, pues no hicieron igual en las muy recientes aterradoras anteriores en que también se  justificaba y necesitaba. ¿Qué pasó?

No se. Lo que si sé es que terminará. También las pandemias, nacen, crecen y mueren. El miedo cederá, volveremos a la calle, a nuestros ritos, a la desunión y a las otras rutinas letales que nos caracterizan. Seguro, hasta la siguiente.

martes, 10 de marzo de 2020

CORONAVIRUS - VIÑETA 345

Viñeta 345

Coronavirus
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 10 de 2020



La humanidad acorralada por un microorganismo, ínfimo, invisible, pero tan prolífico que ya dentro de la célula se convierte en una verdadera fábrica. Hasta 150.000 hijos por minuto, dicen.

Periodistas, médicos, funcionarios, gobiernos, políticos…, todos opinando, aconsejando y haciendo a su antojo. Aislamientos individuales y masivos, parálisis, la economía mundial tambaleando, gente con mascarilla evitándose o saludándose a patadas y codazos. El cuarto jinete del apocalipsis; la peste, cabalga de nuevo sembrando el pánico, que borra la frontera del absurdo, impulsa comportamientos animales y agrava la situación.

Se desaconsejan actos nimios como dar la mano y se  cancelan eventos millonarios de los cuales parecería no podríamos prescindir sin dejar de ser lo tan humanos que presumimos en este siglo XXI. No se si a futuro inmediato suspendan algunas de las importantes ferias taurinas europeas. O si decidan las figuras torear a puerta cerrada, como ya lo hacen las del fútbol en algunos paises.

Observaciones profesionales, documentadas de que la mortalidad por Covid 19 (así llaman el bicho), al rededor del 3% de los infectados y casi exclusiva en personas muy vulnerables y debilitadas; ancianos con enfermedades sobregregadas, no han logrado serenar a los responsables del orden y el caos nacional e internacional.

Mientras tanto, los otros tres jinetes de San Juan; el hambre, la guerra y la muerte, que nunca paran y acaban con muchos, muchos más, continúan como siempre orondos haciendo de las suyas. Con la complacencia de unos, la complicidad de otros y la tolerancia de todos. Incluso podría decirse que a sus beneficiarios, que los hay, tal protagonismo de la pandemia les tapa tropelías y viene al pelo.

Por tro lado, decíamos, ante inminente amenaza de la vida, real o ficticia, el instinto prima sobre la voluntad, la razón y los condicionamientos culturales. Las poses y los melindres caen. Tal vez por eso los animalistas tampoco han salido a culpar las corridas, a protestar la crueldad de la medicina que pretende matar tan pequeño ser y a rechazar el empleo de otros más grandes en la busqueda de posibles tratamientos y vacunas. Es que la cosa no está para imposturas.