VIÑETA
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Para bien y para mal
Jorge Arturo Díaz Reyes, XI 1º
2021
Tras
casi dos años de clausura (por enfermedad), reabrió el sábado la plaza de toros
más grande del mundo, La México, y lo hizo con la mayor entrada, también en el
mundo, durante los últimos dos años. Casi 20 mil espectadores, los cuales,
valga decir, quedaron muy holgados en las 41.262 localidades que ofrece la
Monumental.
En
términos revisteros, menos de medio aforo, y si se trata de ver con ojos
realistas la cosa, muy poco tras el largo ayuno, para una capital históricamente
taurina, que cuenta en su área metropolitana con más de 20 millones de
habitantes. Pero, bueno, hay formas de ver las cosas. Cada quien juzgará. Por
mi parte, dadas las circunstancias, un taquillazo. Que marcó además la inauguración
de una nueva temporada nacional y continental americana, junto con la novillada
el mismo día en Zacatecas.
El
asunto fue el toro, como siempre. Seis, escogidos para tan significativa
ocasión por los ganaderos de: Rancho Seco, La Joya, Arturo Huerta, Jaral de
Peñas, Los Encinos y La Joya. Con 505 kilos promedio, edad reglamentaria según
las tablillas y diversa lámina como era de esperar por su origen. Mas de trapío
discutible, que desató protestas ruidosas para el 5o. En cuanto al juego, el
denominador fue la poca raza y escaso fondo. Quizá todo lo resume Pepe Mata en
el titular de su crónica. “El público reclamó la incontestable verdad del
toro en todo su esplendor”.
Respecto
a la “novillada extraordinaria” de Zacatecas, hubo consenso en que los utreros
de Guadiana estuvieron por debajo de la novel terna. Doce reses de siete
ganaderías mexicanas arrojan un balance negativo. Es apenas un comienzo, sí, pero
igual podemos decir que por la exigencia de la fecha, este sondeo con lo mejor
que pudo encerrarse no pasa.
Y aunque
sea lugar común hay que repetirlo. Para bien y para mal el fundamento de la
tauromaquia es el toro. Su plenitud, su edad, su madurez, su cuajo, su ofensividad,
su integridad, su belleza y su casta. Todo en uno, ningún factor es
prescindible. Sobre tal pedestal descansa el honor de la fiesta, de sus
protagonistas, y la credibilidad de las empresas ante la clientela. Cualquier
esfuerzo de reconstrucción o salvamento del toreo tendría que partir de allí,
antes qué de la mercadotecnia, la publicidad o el reformismo.