VIÑETA
427
El torero bonito
Jorge Arturo Díaz Reyes, X 11
2021
«Torero».
Pablo Picasso, 1970 (Óleo sobre lienzo). Fragmento cartel, RMR
Por
allá, en un mayo lejano de cuyo año no puedo acordarme, le oí a un empresario
de Cañaveralejo, uno de los más exitosos: “Ahora me voy a España y contrato
tres o cuatro toreros bien bonitos pa reventar esta plaza”. Lo decía jocosamente, pero lo sabía cierto, y lo hacía.
“Torero
apuesto hace paseíllo con una oreja en la chaquetilla” y Vende.
Pero no son solo los toreros, ni quienes como ellos tienen por oficio la
exhibición propia; modelos, actores, artistas, mediáticos…, los que disfrutan esa
ventaja o sufren ese hándicap. No, todos. El patrón estético social es ley de
gravedad humana. La fiesta no es para feos, canta un viejo son cubano…
Fuerza
biológica, gregaria, universal, que como instinto actúa independiente de la voluntad
y la consciencia. Se ha comprobado estadísticamente, artísticamente,
científicamente... Los jurados escolares, judiciales, laborales van más
inclinados a favor de los estudiantes, reos, aspirantes atractivos. Y qué decir
de las masas compradoras. Si lo sabrán los publicistas, mercaderistas y
profesionales de la imagen. Sobra ver los anuncios que incitan a comprar hasta
lo que no se necesita.
No
es asunto baladí. La belleza física de una mujer causó hace unos treinta siglos
la guerra más famosa de la historia. La industria cosmética (del encanto
personal), sin contar la cirugía plástica, es casi tan poderosa como la militar,
la psicotrópica (incluido el alcohol) o la petrolera. Según los analistas
globales de mercado, superó en 2017 los 530.000 millones dé dólares en ventas y
estiman que para 2023 alcanzará los 800.000.
Pero
volviendo a la plaza, la predispuesta simpatía del público, que también puede
ser inducida en otra infinidad de formas, no basta. Luego salta el toro, pone a
cada cual en su sitio. E igual que a los estudiantes, reos y aspirantes carismáticos,
les conviene también ser inteligentes, inocentes o aptos, al torero bonito, más
le vale, torear bien, emotivamente.
Agustín
Lara llamó al poco agraciado Silverio Pérez “tormento de las mujeres”, en
su famoso pasodoble, y no fue mera licencia poética. Él, aficionado que no
cambiaba por un trono su barrera de sol, sabía porqué lo decía, como quizá lo
hubiese podido decir también del “Divino calvo”, Belmonte, Manolete y otros
“toreros, torerazos” que, no fueron caritas de salir al ruedo con una oreja en
la chaquetilla, pero sedujeron sus épocas y siguen haciéndolo. El buen toreo
embellece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario