Viñeta 235
Dios existe
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 4 de enero 2018
Foto: Camilo Díaz |
A lo largo de 28 años, mi querido y muy escéptico amigo José Antonio Almanza, jurisconsulto ínclito, ex magistrado de tribunal superior, fervoroso aficionado de los de Domiguín y Ordóñez, ha respondido siempre a mis críticas con una frase lapidaria: “La única prueba de la existencia de Dios es la tauromaquia de Enrique Ponce”.
Yo me lo he tomado más como prueba de su gracejo y picardía para no someter esa sola fe que se permite a terrenales polémicas. A tanto llega en ella, que ya bastantes años ha, un domingo, a eso de las tres de la tarde, cruzábamos con premura el lobby del hotel Tequendama de Bogotá rumbo a la corrida en la vecina Santamaría, cuando topamos con el valenciano que, de luces, a la cabeza de su gente, salía también hacia la plaza.
De pronto José Antonio se adelantó a todos, hincó al paso del torero una rodilla en tierra, con gran fervor se quitó la gorra vasca, inclinó la calva y exclamó —¡Maestro! —Verídico.
Ahora, el 29 de diciembre pasado en Cali, al finalizar el mano a mano con las tres parábolas de ciencia y arte poncista, nos encontramos de nuevo en los pasillos de Cañaveralejo. Iba “Toño” exultante, casi en trance y me volvió a soltar su famosa frase. La recibí menos a broma esta vez.
Porque tras tantos años de resistirme a la estética barroca de un toreo sobreseguro, he venido a ser abrumado por la evidencia de una temporada irrefutable. Intacto él, al final de tres décadas lidiando miles de toros, pudiéndoles, matándolos por la cara. Después de tres décadas en que lo ha conseguido todo, este hombre con el entusiasmo igual hace lo que hace. De tres décadas que, en vez de ajar su facilidad, serenidad, convicción y valor, las han acendrado. Y con esas tres décadas a cuestas ha vuelto a refrendarse como si lo necesitara.
Este año, igual que en Las Ventas por San Isidro y en Zaragoza por el Pilar y en tantas otras plazas, Enrique Ponce ha probado también en Cali, no sé si la existencia de Dios, pero sí que Almanza siempre tuvo razón con su fe en él.
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