VIÑETA
433
Los sonidos del toro
Jorge Arturo Díaz Reyes, XI 22
2021
Aunque
generalmente silenciosos, adustos, rumiantes, los toros se hacen oír. De pronto
bufan, mugen, braman… ¿Por qué lo hacen? ¿Por instinto, por su vida, por su
lugar sobre la tierra?
¿Qué
dicen? ¿Acusan el viejo abuso del hombre? ¿Le retan? ¿Se resisten a ser
tratados cómo pusilánimes? ¿Lo expresan individual o colectivamente? ¿Lo han
acordado? ¿Cuándo, cómo? ¿Quién puede interpreta su lenguaje? ¿Quién lo habla?
¿Quizá
sus cultores, los que han convivido con ellos, los han criado y hasta sacralizado?
¿Aquellos que los nombran, los adoran, les reconocen su sitio en la naturaleza
y lo comparten? ¿Los que aún, como alegoría de un pasado decente, se baten con
ellos, cara a cara, ritualmente?
¿Acaso,
los que ni los conocen, pero suplantándolos buscan con falsa piedad el exterminio
de su raza (genocidio animal)? ¿Esos que para lograrlo se hacen sus voceros
inconsultos y administradores de sus atribuidos derechos? ¿Serán ellos?
Los
toros suenan y oyen los infinitos sonidos de su mundo. El trueno, los trinos de
los pájaros, el reclamo de la vaca, el rumor del río, del viento, del follaje, la
voz del mayoral, el clarín, el clamor de la plaza, el desafío de quien holla su
terreno.
¡Jee
toro! Grita el torero, y él parte a cumplir con su destino. La lucha vital, su razón
de ser, su dignidad, la de toda la especie. Solo así, es él mismo. No nació
para mascota, para ser manoseado, vejado, acorralado. Ni para dejarse asesinar
por miríadas, indefenso en los mataderos. Nació para pelear por su existencia.
¡Libertad
¡Pampa y sol! Yo era el robusto
señor
de la planicie, donde el aire
mi
bramido llevó, cual son de cuerno
que
soplara titán de anchos pulmones…
Eso
imaginó entenderle Rubén Darío quien, pese a su grandilocuencia, jamás
pretendió ser su representante político, o evadir sus personales conflictos de
conciencia usándolo como comparsa de santurronas posturas. Ni aun siquiera porque
cómo todo buen poeta era también mitómano.
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