VIÑETA 434
Son Cañaveralejo y La Monumental de Manizales. Atrás quedaron desperdigadas, derrotadas y abandonadas, la Santamaría (insignia), La Macarena, Cartagena…, y todo el resto de la flota con sus tripulaciones perdidas.
Las sobrevivientes, fletadas, por empresas distintas, muestran en sus lonas las huellas de los combates y en sus respectivos pescantes, a dos conductores curtidos, Alberto García y Juan Carlos Gómez. Diferentes, mucho, pero hermanados por el destino, las dificultades y los enemigos comunes.
Hombres de tesón y convicción, llevan ambos en una mano las riendas y en la otra las escrituras que legitiman su empeño; la Ley Taurina Nacional, (916 de 2004). Lo demás corre por cuenta de su valor, criterio y pericia. ¿Les bastará?
No siempre tener la razón y la ley basta. Para qué sacar ejemplos manidos de una realidad con que a diario los medios noticiosos golpean las narices de todo el mundo. Aquí, la legalidad taurina, corroborada hasta el cansancio por la Corte Constitucional, no ha sido pasaporte válido para iracundos, caciques y alcaldes que, haciéndose dueños absolutos del territorio, rotulan a quienes la invocan cómo sádicos, bárbaros, premodernos… justificando así sus autoritarismos.
Por si fuera poco, el pronóstico del clima sobre la pradera no es alentador. A corto plazo, la nueva nube pandémica que se levanta en África y Europa ha motivado la prórroga hasta febrero, de la emergencia sanitaria en el país, con más autonomía de las municipalidades (cual si la necesitaran), para prohibiciones selectivas.
El mediano y largo plazo tampoco lucen despejados. Vienen elecciones presidenciales en mayo, y de los quince candidatos (por ahora), ninguno, ni uno solo, se ha manifestado defensor de los toros y su ley. Al contrario.
¿Qué pasará pues? ¿Cómo en los viejos western, un final feliz para “los buenos” con besos y trote hacia el atardecer? ¿O cómo tantas veces logran “los malos” en la vida real, con la muerte del tipo, el bobo y la muchacha? Si quiere verlo compre boleta.
Colombian western
Jorge Arturo Díaz Reyes, XI 29 2021
A doce días de su primer festejo en Cali, la otrora larga y pujante caravana de la temporada colombiana, reducida ya sólo a dos carretas acosadas por bandas hostiles y erizadas a flechazos, trata de alcanzar a galope tendido la tierra prometida.Son Cañaveralejo y La Monumental de Manizales. Atrás quedaron desperdigadas, derrotadas y abandonadas, la Santamaría (insignia), La Macarena, Cartagena…, y todo el resto de la flota con sus tripulaciones perdidas.
Las sobrevivientes, fletadas, por empresas distintas, muestran en sus lonas las huellas de los combates y en sus respectivos pescantes, a dos conductores curtidos, Alberto García y Juan Carlos Gómez. Diferentes, mucho, pero hermanados por el destino, las dificultades y los enemigos comunes.
Hombres de tesón y convicción, llevan ambos en una mano las riendas y en la otra las escrituras que legitiman su empeño; la Ley Taurina Nacional, (916 de 2004). Lo demás corre por cuenta de su valor, criterio y pericia. ¿Les bastará?
No siempre tener la razón y la ley basta. Para qué sacar ejemplos manidos de una realidad con que a diario los medios noticiosos golpean las narices de todo el mundo. Aquí, la legalidad taurina, corroborada hasta el cansancio por la Corte Constitucional, no ha sido pasaporte válido para iracundos, caciques y alcaldes que, haciéndose dueños absolutos del territorio, rotulan a quienes la invocan cómo sádicos, bárbaros, premodernos… justificando así sus autoritarismos.
Por si fuera poco, el pronóstico del clima sobre la pradera no es alentador. A corto plazo, la nueva nube pandémica que se levanta en África y Europa ha motivado la prórroga hasta febrero, de la emergencia sanitaria en el país, con más autonomía de las municipalidades (cual si la necesitaran), para prohibiciones selectivas.
El mediano y largo plazo tampoco lucen despejados. Vienen elecciones presidenciales en mayo, y de los quince candidatos (por ahora), ninguno, ni uno solo, se ha manifestado defensor de los toros y su ley. Al contrario.
¿Qué pasará pues? ¿Cómo en los viejos western, un final feliz para “los buenos” con besos y trote hacia el atardecer? ¿O cómo tantas veces logran “los malos” en la vida real, con la muerte del tipo, el bobo y la muchacha? Si quiere verlo compre boleta.
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