Grama y arena
Estadio Bramall Lane de Seheffiel y Plaza de toros de Sevilla |
Antes que los deportes congregaran masas la corrida
ya lo hacía. Las plazas antes que los estadios. Las ferias antes que los torneos.
Las figuras del toreo antes que los campeones de las canchas y las pistas.
Dos fenómenos culturales diferentes
con una misma paternidad, el instinto. El siglo XVIII, llamado de las luces y
la ilustración, que trajo la revolución científica, industrial, democrática, económica,
hizo crecer ciudades y cambió la manera de vivir a millones.
El trabajo repetitivo en las
fábricas, las oficinas, los mercados alejaron cada vez más a las personas de la
naturaleza y la libre actividad física, en las cuales millones de años
evolutivos moldearon el organismo, la mente y fraguaron los comportamientos.
De pronto, atrapados en la
rutina laboral urbana, una válvula de tal enajenación era pagar de vez en
cuando para ver a otros hacer lo que no podían hacer. Volver a moverse, jugar (incluso
a muerte) con los animales, correr tras ellos o tras una pelota, saltar,
esquivar, lograr, vencer, perder. Ver el toro de cerca. Sentir su poder. Evocar
la pradera. Aplacar la nostalgia de campo y libertad, perdidos tan
recientemente.
La corrida moderna, heredera
de ritos milenarios, surgió entonces como rentable negocio-espectáculo. La
estructuraron entre otros los Romero, Costillares y Pepe Illo, quien dictó las
tablas de la Ley en su “Tauromaquia o arte de torear” 1796.
Y se iniciaron la selección
del bravo y las ganaderías. Los empresarios levantaron cosos en grandes
poblaciones, cobraron las entradas y anunciaron con carteles (modalidad propia)
a los ídolos que todos querían ver. También aparecieron el arte, la música, la
literatura y el periodismo taurino especializado (1793).
Todo, una centuria más o
menos antes de la adaptación definitiva como primer estadio de fútbol en el
mundo, del campo de cricket “Bramall Lane” por el club Sheffield FC (1889) en
Inglaterra, y de que se fundara la FIFA en 1904.
Aún después, por 1920, no había
una estrella deportiva que pudiera imaginarse competiendo popularidad con
Joselito, Belmonte o Gaona. Hoy eso puede haber cambiado, pero el instinto no,
hay mucha biología detrás.
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