Viñeta 314
Ir o no ir
A pesar de que como pasa
hoy en todos los parlamentos del mundo, nadie convence a nadie, pues las
posiciones llegan asumidas, las votaciones amarradas y conocidas de antemano y los
discursos van más para los compradores televidentes que para los inamovibles
interlocutores, fueron dos días de un espectáculo apasionante. Para mi, digo.
Tanto y más que la cocina
de Arguiñano, las hazañas pedaleras de mi paisano Egan Bernal en el Tour de
Francia, o alguna corrida transmitida en directo. La esgrima retórica, el histrionismo,
el astuto uso del idioma, la sorna, el ingenio, la tergiversación, el doble
rasero, la calumnia, el insulto, la picaresca. En fin, todo el arsenal de la
oratoria política desplegado con diversos acentos regionales y partidistas.
Y como no podía ser de otra
manera, los toros pesando en este ruedo ibérico. Así solo se les hiciera entre
las muchas peroratas una mención muy corta, la de Santiago Abascal: “Quiero
una España donde se pueda ir o no ir a los toros”. Pesaron tácitamente de
principio a fin, como se pudo colegir del informe de Adriana Lastra sobre la
negociación entre PSOE y Podemos Unidas, eje del conflicto insoluble.
El precio que puso este
partido para permitir formar gobierno fue: una vicepresidencia y cinco
ministerios, entre los cuales figuraba por ahí entreverado el de Medioambiente
y “Derechos de los Animales”.
Sabido el antitaurinismo militante
de Podemos, no es difícil suponer qué pretendían con ello ni la suerte que
correría la tauromaquia bajo su poder. Gabriel Rufián, vocero de ERC, dolido por
la intransigencia de las dos formaciones que abortó la coalición de izquierdas
las recriminó. “Debería darles vergüenza”.
Pero quizá debió dolerse
más por algo que sin ser dicho quedó patente. La entrega de la electoralmente rentable
bandera de la libertad a sus adversarios ideológicos. Ir o no ir, esa es la
cuestión.
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