Viñeta 313
Con qué cara
Sigo
leyendo a Yuval Harari. Sin la revolución agrícola (y ganadera) no hubiese sido
posible la revolución industrial ni la sociedad actual, plantea.
Una
sociedad en la cual, por ejemplo, el 2% de la población de los Estados Unidos
que se ocupa de la agricultura y la ganadería produce alimentos para mantener el
98% de la población del país y además rendir enormes excedentes que se exportan
a otros países. Datos oficiales.
Con
ojos de aficionado a los toros, cuestionado moralmente como todos por los “animalistas”,
me centro en lo pecuario. En todo el mundo
los animales hoy en día se producen masivamente, de manera industrial, sin consideración
alguna por su individualidad, instinto ni sensibilidad.
Miles
de millones pasan su vida en cintas de producción mecanizadas y anualmente se matan
alrededor de 50.000 millones de ellos. En las granjas avícolas los polluelos
imperfectos son extraídos, asfixiados en cámaras de gas, triturados automáticamente
o arrojados a la basura. Cientos de millones mueren así cada año.
A las
gallinas ponedoras, hechas por la evolución para explorar su entorno, buscar
comida y picotear, se las confina a morir en jaulas no mayores de 25 por
22 centímetros.
Las
puercas viven y crían en cajas tan pequeñas en las cuales no pueden siquiera
darse la vuelta, durmiendo sobre sus propios orines y excrementos. Recién
paridas, les quitan los hijos para engordarlos y sacrificarlos.
Las
vacas lecheras pasan casi toda su existencia en recintos minúsculos, recibiendo
mecánicamente comida, hormonas, medicinas y siendo ordeñadas por máquinas. Para
no hablar de las dedicadas a carne cuya vida en promedio no se permite más allá
de los dos años. Ni de las infinitas formas modernas de maltratar a todas las otras
especies animales y vegetales.
Cuando
se comparan estas vergonzosas realidades con la crianza del toro de lidia, en su
hábitat natural, de manera espaciosa y libre, permitiéndole, correr, jugar, desarrollarse,
socializar con su manada, recibiendo esmerado cuido y al final, adulto, batirse
instintivamente por su vida con código, identidad, ceremonia y respeto. No
puede uno menos que preguntarse con qué cara esta sociedad que vive de lo uno pueda
cuestionar lo otro.
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