martes, 24 de marzo de 2020

GALLITO EN LA PANDEMIA - VIÑETA 347


Viñeta 347

Gallito en la pandemia
(Lecturas cuarentenarias)

Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 24 de 2020

Portada: https://www.amazon.es/1918-epidemia
En 1918 José Gómez “Gallito” encabezó por quinto año consecutivo las estádisticas de corridas toreadas. Fueron 103, apenas una menos del record hasta ese momento (104), qué el mismo había impuesto dos años antes.

Vista desde hoy esa cifra se agranda. Para empezar, dobla con creces las 43 alcanzadas por El Juli, puntero del escalafón el año pasado. Y eso, en un país con mucha menos población, plazas, tecnología y vías de comunicación que las de hoy.

Luego, no se puede omitir el contexto de aquella temporada lidiada toda en medio de una peste de “gripa española” que mató entre 50 y 100 millones de personas en el mundo (alrededor de 150.000 en España), y la que contrajeron hasta el mismo Rey Alfonso XIII y el presidente García Prieto. Del miedo generalizado y las muchas restricciones económicas y sanitarias que se oponían a la concurrencia de público. Y como si fuera poco, simultánea con el último año de la primera guerra mundial que agregó 20 millones más de víctimas.

¿Por qué tales desgracias no pararon el toreo? Quizá la ignorancia, quizá la pasión. Al final, el saldo de fallecimientos, no mayor al de muchos otros paises apestados, exonera parcialmente la primera. La otra, la pasional, no se puede atribuír solo a “Gallito”. Fue su rivalidad con Belmonte la que incendió ese lustro legendario del toreo. Tan cierto también, como que fue él quien lo lideró.

“Y no se te olvide que ésa faena (de Juan al toro “Barbero” en Madrid, 1917) puede ser la más grande de la historia, pero el torero más grande soy yo”. Reclamo que Clarito le guardó en sus Memorias. 

Soberbio, pero sustentado, era figura de ley: “681 corridas del 28 de septiembre de 1912 al 16 de mayo de 1920: de ellas 43 de Miura, y 26 de seis toros para él solo; 81 corridas en Madrid, 58 en Sevilla, –y el ilimitado repertorio artístico y todas las suertes conocidas del toreo de capa, todas las del tercio de banderillas, todos los pases con la muleta… el arte, el dominio, el recurso, y la suerte suprema en su fase clásica de recibir… Cabe pensar que ningún otro tan completo como Joselito ha señoreado la fiesta.”

A dos meses de conmemorar (¿sin corrida?), el centenario de su muerte en Talavera. Cuando una nueva epidemia gripal mucho menos asesina y sin guerra mundial agregada, tiene las plazas clausuradas, la fiesta prohibida y toda la humanidad acorralada, leer las crónicas de aquel horroroso y épico año, en que José contra todo, mantuvo el toreo de pie, asombra y empalidece nuestros terrores actuales.

martes, 17 de marzo de 2020

CUARENTENA - VIÑETA 346


Viñeta 346

Cuarentena
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 17 de 2020

Fotograma de la serie Dark. www.netflix.com
Es imposible abstraerse en los toros cuando pasa lo qué pasa. En mi vida vi nada como esto. Ni he sabido que haya ocurrido antes. El mundo entero en cuarentena. Nunca, pese a que la historia está plagada de terribles pandemias, tan gran confinamiento se había impuesto.

La televisión muestra escenas propias de películas posapocalípticas. Las populosas calles y plazas de las megaciudades en todos los continentes, desiertas. La fiesta cancelada. El comercio en paro, la vida detenida, el tiempo congelado. A las pantallas de cada refugio llegan el miedo, las alarmas, los recuentos de casos, de bajas, de altas, de augurios, de fronteras tapiadas, de llamados a obediencia, de patrullas vigilando el vacío...

Ni antes ni después de cuando Colón iniciara la globalización, trayendo a la vulnerable población indígena de América la gripa, el sarampión y la viruela, que en corto tiempo, no más al terminar su cuarta visita (1504), habían exterminado los aborígenes de las islas caribeñas, mientras que los del continente caían como moscas. Bien lo han contado entre otros Bartolomé de las Casas en su época y hasta no hace mucho el médico-historiador Francisco Guerra, españoles ambos.

Tampoco lo logró el cólera, que se llevó un tercio de la población de Atenas hace dos milenios y medio y ha seguido reapareciendo, por un lado y por otro, periódica y devastadoramente hasta nuestros días. Ni las vergonzantes olas de lepra y sífilis “castigos de Dios”, ni la romántica epidemia de tuberculosis en el siglo XIX. Ni la espantosa bubónica que mató el 40% de la población del Imperio Bizantino en el 542. Ni la peste negra que dejara  34 millones de víctimas entre 1347 y 1353 y alentara la imaginación de Chaucer, Bocaccio y Petrarca

Ni la llamada “gripa española” (que no era española) en 1918, la cual mato 50 millones de personas, el triple de las ocasionadas por la “Gran Guerra” en cuyo curso apareció. Ni las más recientes: de SIDA “otro castigo” (1881…) que ha liquidado más de 30 millones dicen, o el H1N1 (2009-10) con 18.000 decesos , o el Ébola (2014) que se llevó 4.500 vidas en medio año. Ninguna de estas calamidades pudo encerrarnos tanto como ahora el coronavirus.

¿Por qué todo el rebaño humano se ha logrado movilizar, o mejor inmovilizar, con este solo cometido? ¿Por qué como nunca estamos juntos contra un mismo enemigo y no unos contra otros? ¿Por qué al fin la humanidad parece haber aceptado una causa común?

Si bien la salud en juego, la velocidad y la universalidad del contagió dan para ello, su mortalidad, baja comparada con la de muchas otras desgracias previas y presentes, quizá no tanto.

Por supuesto los medios, con su tecnología, ubicuidad, información en tiempo real y capacidad de persuasión han sido factor determinante. Cierto, pero no pueden ser la única explicación, pues no hicieron igual en las muy recientes aterradoras anteriores en que también se  justificaba y necesitaba. ¿Qué pasó?

No se. Lo que si sé es que terminará. También las pandemias, nacen, crecen y mueren. El miedo cederá, volveremos a la calle, a nuestros ritos, a la desunión y a las otras rutinas letales que nos caracterizan. Seguro, hasta la siguiente.

martes, 10 de marzo de 2020

CORONAVIRUS - VIÑETA 345

Viñeta 345

Coronavirus
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 10 de 2020



La humanidad acorralada por un microorganismo, ínfimo, invisible, pero tan prolífico que ya dentro de la célula se convierte en una verdadera fábrica. Hasta 150.000 hijos por minuto, dicen.

Periodistas, médicos, funcionarios, gobiernos, políticos…, todos opinando, aconsejando y haciendo a su antojo. Aislamientos individuales y masivos, parálisis, la economía mundial tambaleando, gente con mascarilla evitándose o saludándose a patadas y codazos. El cuarto jinete del apocalipsis; la peste, cabalga de nuevo sembrando el pánico, que borra la frontera del absurdo, impulsa comportamientos animales y agrava la situación.

Se desaconsejan actos nimios como dar la mano y se  cancelan eventos millonarios de los cuales parecería no podríamos prescindir sin dejar de ser lo tan humanos que presumimos en este siglo XXI. No se si a futuro inmediato suspendan algunas de las importantes ferias taurinas europeas. O si decidan las figuras torear a puerta cerrada, como ya lo hacen las del fútbol en algunos paises.

Observaciones profesionales, documentadas de que la mortalidad por Covid 19 (así llaman el bicho), al rededor del 3% de los infectados y casi exclusiva en personas muy vulnerables y debilitadas; ancianos con enfermedades sobregregadas, no han logrado serenar a los responsables del orden y el caos nacional e internacional.

Mientras tanto, los otros tres jinetes de San Juan; el hambre, la guerra y la muerte, que nunca paran y acaban con muchos, muchos más, continúan como siempre orondos haciendo de las suyas. Con la complacencia de unos, la complicidad de otros y la tolerancia de todos. Incluso podría decirse que a sus beneficiarios, que los hay, tal protagonismo de la pandemia les tapa tropelías y viene al pelo.

Por tro lado, decíamos, ante inminente amenaza de la vida, real o ficticia, el instinto prima sobre la voluntad, la razón y los condicionamientos culturales. Las poses y los melindres caen. Tal vez por eso los animalistas tampoco han salido a culpar las corridas, a protestar la crueldad de la medicina que pretende matar tan pequeño ser y a rechazar el empleo de otros más grandes en la busqueda de posibles tratamientos y vacunas. Es que la cosa no está para imposturas.


EL PESO DE LA PÚRPURA - VIÑETA 344

Viñeta 344

El peso de la púrpura
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, marzo 3 de 2020

4º toro última corrida feria de Cali 2019. Foto: Loperita
Antier terminó la temporada colombiana. Tres plazas de primera, diecinueve festejos, incluyendo novilladas (3) y festivales (2). Contracción. Números rojos. A ojo de buen cubero Bogotá, la primera plaza del país, y Cali, la de más albergue, perdieron dinero ¿Cuánto? No se, desconozco balances oficiales.

Manizales, caso aparte, ganó. Pero no tanto como para compensar el total nacional. Pierde la fiesta y su mañana ensombrece. ¿Porqué? Simple, no hubo suficiente concurrencia, las entradas no cubrieron los costos, nunca salió el cartel de “No hay billetes”. Los toreros de mayor precio no llenaron. Fue así de sencillo, así de duro.

En esto, el tirón de las figuras es el quid. Siempre lo ha sido. ¿Podemos olvidar acaso, aquí, las muchas décadas de abono vendido a totalidad diez meses antes, las largas y ansiosas colas, la reventa carísima y escasa, las plazas a tope?

Multitudes ávidas de toreo, congregadas al conjuro de nombres cabalísticos. En los sesenta: Ordóñez, Cordobés, Camino, Viti, Puerta, Cáceres, Cavazos… En los setenta: Palomo, Capea, Paquirri, Dámaso, Teruel, Girón, Ramos, El Puno… En los ochenta: Rincón, Espartaco, Robles, Manzanares, Ojeda, El Soro, El Cali, Armillita… En los noventa: Rincón, Ortega Cano, Méndez, Ponce, Joselito, Jesulín… Y en la primera década del siglo: Rincón,Tomás, El Juli, Fandi, Castella, Padilla, Ferrera, El Cid, Bolívar, Perlaza... No, no podemos ignorarlo, fue real, feliz y reciente.  

Tan reciente, que algunos de aquellos íconos aún están activos. Aunque ahora y aquí al menos, parecen haber perdido su ascendiente sobre las masas. No es una suposición iconoclasta, es la cruel aritmética.

Cierto, hay otros factores: Desatinos empresariales, asedio antitaurino, cambios culturales, carestía, elitización, debilitamiento de afición, domesticación del toro, facilísmo, impostación, desleimiento, enfriamiento del fervor… Todos estos y otros han contribuído a la deserción de la feligresía, la merma, taquillera, el desmedro económico y la incertidumbre del futuro.

Sí. ¿Pero, qué tanto han incidido también sobre ellos los primados, los que han llegado a permitirse torear lo que quieren, donde quieren, cuando quieren, con quien quieren, por cuanto quieren? Tristemente mucho. Porque si bien es cierto que han pagado esa principalía con valor, arte y sangre, no lo es menos qué los privilegios del rango conllevan la obligación de mantener la fe, la pasión, el rito y la congregación. Con hechos, verdades, fundamento, antes que con publicidad, retórica y coreografía.

Hoy cómo ayer, la devoción de los fieles, la superviviencia del toro, el futuro del culto está en manos de sus pontífices (figuras) y sus válidos, claro. Es el peso de la púrpura que decían los romanos. Un peso que debe hacerse sentir día tras día en el ruedo, pero igual en la taquilla, para sostener el caché, o sino, no.

martes, 25 de febrero de 2020

UNA REVERENCIA MÁS - VIÑETA 343

Viñeta 343

Una reverencia más
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, febrero 25 de 2020

Domingo en Texcoco. El tercero de Ayala, se revolvió, le corneó entre los muslos y lo tiró. No aceptó ayuda, trabajosamente se incorporó, sin decir nada y salió sangrante del ruedo por su propio pie para ir a morirse once días después, febril, delirando toros y jaleando suertes. Tenía setenta y tres años. Era febrero de 1886. Mandaban en la torería Lagartijo y Frascuelo, y en México Porfirio Díaz.

Nacido en Puerto Real, Cádiz. Aprendió a lidiar en el matadero y en cuadrillas de toreros modestos: “Lorencillo”, Bartolomé Ximénez, Benítez Sayol… A los 17 tomó un barco a Montevideo, “Desperdicios” le dio alternativa. Después otro a La Habana, y desde allí, a los 23, ya con cartel, arribó a México, donde toreó los últimos 50 años de su vida. 725 corridas documentadas.

En 1840 lo describe: alto, fornido, listo, hábil, hermoso, aunque “algo pesado”, la inglesa Fanny marquesa de Calderón en una crónica epistolar de la corrida que lidió en la capital el 5 de enero a su honor y el de su esposo, enviados de la Reina Isabel II. Vestido de azul y plata. Ocho toros. Tauromaquia clásica. Pases regular, natural y de pecho, pocos, los justo para igualar y matar. A volapié o recibiendo. Aunque al uso local, dicen, también con algún metisaca por ahí.

Entronizó a Hispanoamérica la liturgia, ornamentos y técnica de la corrida española dieciochezca; la de Romero, Pepe Hillo y Costillares. La de hoy. Tozudo, alcanzó con ella triunfos, vitola de figura, idolatría, dinero, rango social, y maestrazgo.

Recién llegado se había horrorizado viendo a Guadalupe Díaz “El Caudillo”, caporal de Atenco, torear usando su propio hijo (Ponciano), como engaño. Luego se hizo mentor del niño y padrino de alternativa. Este acabó superándolo en la suerte suprema pues la ejecutaba de rodillas, y tras la confirmación por Frascuelo en Madrid, le sucedió en la primacía nacional.

Andaluz jovial, disfrutaba cante, baile y jarana. Al final envejecido, quebrado y reacio al retiro, toreaba por treinta pesos. Tal fue la vida de Bernardo Gaviño Rueda. Su larga carrera expatriada no alcanzó por eso mismo eco ni lugar destacado en la historiografía española. Pero la mexicana, el tiempo y el mito han engrandecido su trascendencia continental.

Todo esto es de dominio público, archisabido, reeditarlo redunda. Sin embargo, cumpliéndose ahora 134 años de su muerte, la obligación de una reverencia más quizá disculpe.

miércoles, 19 de febrero de 2020

EL ASUNTO PRESIDENCIA - VIÑETA 342


Viñeta 342

El asunto presidencia
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, febrero 18 de 2020

La crítica de la autoridad es un derecho democrático básico. Pero su ejercicio, en política, sobre todo, puede ser peligroso, tanto como el toreo. No es necesario citar ejemplos. 
Bolivar mira al presidente en Bogotá. Foto: Camilo Díaz
En la corrida, que con su jerarquización alegoriza la sociedad no pasa igual. Con frecuencia, en medio de una bronca, el alto palco se transforma en picota, y en reo el befado presidente, sin capacidad represiva. Como en Colombia donde por ley, su señoría ya no es ni siquiera funcionario estatal delegado, sino particular nombrado por la misma empresa. Inerme, no le queda más que tragar o doblegarse.

Las decisiones de Usía, pueden, con razón o sin ella, disgustar a espectadores, apoderados, toreros, ganaderos, periodistas, publicistas, claques, etc., detonando cargas y olas expansivas diversas a según la sintonía de los ofendidos con los medios de difusión.

Qué si el encierro bajo mínimos desaprobado, qué si el toro a devolver, qué si la segunda vara, qué el cambio de tercio, qué si la música o no, qué si el indulto, la oreja, el rabo, la puerta grande, la chica… Imponer la norma y el canon, deber de presidente, se ha vuelto asunto de opinión pública.

Sin embargo, pese a que los antitaurinos no lo reconozcan, las broncas en plaza, por enconadas que parezcan, jamás pasan de ahí, de broncas. Contrario a lo que sucede en estadios y otros escenarios temibles.

El domingo pasado en la Santamaría viví la última. Larga y furibunda, por una oreja del quinto. ¿Quién tenía razón? La nueva presidencia, traída de donde no hay toros, trató con perceptible inequidad a Luis Bolívar, toda la tarde, y desdeñó la mayoría abrumadora que le pedía el trofeo. Seguramente, de haber manejado la corrida toda con ese mismo rigor, la protesta hubiese sido menor, o no hubiese sido. Pero la disparidad indignó.

Aunque soy de los que creen que reglamentariamente quien otorga o niega orejas es el presidente y no la clientela, y de los que tratándose de premiar prefieren el defecto al exceso. Comparando, no encontré simetría ni justificación en este caso. Ni para la generosidad, ni para la cicatería. Las explicaciones que gentilmente me dieron, presidente y asesor después de la corrida, en el bar del hotel Ibis, poco antes de ser increpados muy duro por un torero no actuante aquella tarde, me parecieron subjetivas y vanales.

Desde mi lugar opino, con todo respeto por los honorables dignatarios y sus coincidentes, que Bogotá, capital de la república, la ciudad de más honda tradición taurina en el país, posee cantidad de aficionados y profesionales, veteranos, idóneos, con muchas corridas al año, con sabiduría, sensibilidad y comprensión probadas, para escoger quién presida su plaza.

La empresa (que designa), es debutante, cierto, y bien intencionada, por supuesto, pero visto lo visto luce sí no ilógico, al menos desconsiderado que haya ido a buscar autoridad allende las fronteras del toro. No es por criticar.

martes, 11 de febrero de 2020

HISPANISTAS GRINGOS - VIÑETA 341

Viñeta 341

Hispanistas gringos
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, enero 11 de 2020

Sorprendido el viajero en el recodo de un valle sombrío por un bramido ronco y espantosos, levanta la cabeza y en una frondosa quebrada del monte descubre una manada de fieros toros andaluces destinados a los combates del circo. Nada más imponente.

Foto: https://es.wikipedia.org/wiki/Washington_Irving
Así describió Washington Irving su primer contacto visual con el toro bravo español. Había salido a caballo desde Sevilla hacia Granada, viaje azaroso entonces. Era mayo de 1829. Año en que su patria los Estados Unidos de América cumplieran cuarenta y dos como república; en el Amazonas, las independizadas Colombia y Perú libraran su primera guerra de límites, y en España “Morenillo” y Lucas Blanco inauguraran la plaza de Albacete lidiando diez toros.

La curiosidad cultural de los estadounidenses por lo hispano, más allá de su voraz interés político, territorial y económico, ha devenido en arte aparte; Hispanismo. El neoyorkino quizá no fue el primer hispanista, como dicen, pero quizá sí el más popular, perdurable y profundo entre una larga lista de connacionales, que siguiendo el rastro agregaron sus individuales visiones a la construcción colectiva: Lisdell, Ticknor, Prescott, Longfellow, Wilcox, Hemingway, Michener, Welles, Brown… e infinidad de viajeros, turistas, narradores, poetas, periodistas, artistas, cineastas, estudiosos, académicos.

—Así nos ven. ¿Pero somos así? —Preguntan, unos complacidos, otros apenados por el retrato collage. Más ahora, sumidos en la dilución globalizante de las culturas que impone renuncias y adopciones, autodesprecios e impostaciones, despersonalizaciones y enajenaciones. La recurrencia de rasgos fisonómicos tan propios como el toreo (bullfigh), reflejados en la mirada del otro, provoca que se rechacen como estigmas o se asuman como legado según la particular conciencia de sí mismos.

Como sea, donde las corridas perviven, cualquiera, gracias a ellas, puede hacer la ruta y revivir aún, el asombro de Irving ante una manada de fieros toros errantes por su suelo nativo con todas las fuerzas que les da la naturaleza. Y hasta de pronto pensar como él: Nada más imponente, o lo contrario, según el caso.

Los hispanistas gringos tal vez no hayan podido develar con exactitud eso de la hispanidad, pero sí han dejado patente su existencia. Para pesadumbre de muchos hispanos atascados en la cuestión de ser o no ser.