Viñeta 342
El asunto presidencia
La crítica de la autoridad es un derecho democrático básico. Pero
su ejercicio, en política, sobre todo, puede ser peligroso, tanto como el toreo.
No es necesario citar ejemplos.
En la corrida, que con su jerarquización alegoriza la sociedad no
pasa igual. Con frecuencia, en medio de una bronca, el alto palco se transforma
en picota, y en reo el befado presidente, sin capacidad represiva. Como en
Colombia donde por ley, su señoría ya no es ni siquiera funcionario estatal
delegado, sino particular nombrado por la misma empresa. Inerme, no le queda
más que tragar o doblegarse.
Las decisiones de Usía, pueden, con razón o sin ella, disgustar
a espectadores, apoderados, toreros, ganaderos, periodistas, publicistas, claques,
etc., detonando cargas y olas expansivas diversas a según la sintonía de los ofendidos
con los medios de difusión.
Qué si el encierro bajo mínimos desaprobado, qué si el toro a
devolver, qué si la segunda vara, qué el cambio de tercio, qué si la música o no,
qué si el indulto, la oreja, el rabo, la puerta grande, la chica… Imponer la
norma y el canon, deber de presidente, se ha vuelto asunto de opinión pública.
Sin embargo, pese a que los antitaurinos no lo reconozcan, las
broncas en plaza, por enconadas que parezcan, jamás pasan de ahí, de broncas. Contrario
a lo que sucede en estadios y otros escenarios temibles.
El domingo pasado en la Santamaría viví la última. Larga y
furibunda, por una oreja del quinto. ¿Quién tenía razón? La nueva presidencia, traída
de donde no hay toros, trató con perceptible inequidad a Luis Bolívar, toda la
tarde, y desdeñó la mayoría abrumadora que le pedía el trofeo. Seguramente, de
haber manejado la corrida toda con ese mismo rigor, la protesta hubiese sido
menor, o no hubiese sido. Pero la disparidad indignó.
Aunque soy de los que creen que reglamentariamente quien otorga
o niega orejas es el presidente y no la clientela, y de los que tratándose de
premiar prefieren el defecto al exceso. Comparando, no encontré simetría ni justificación
en este caso. Ni para la generosidad, ni para la cicatería. Las explicaciones
que gentilmente me dieron, presidente y asesor después de la corrida, en el bar
del hotel Ibis, poco antes de ser increpados muy duro por un torero no actuante
aquella tarde, me parecieron subjetivas y vanales.
Desde mi lugar opino, con todo respeto por los honorables dignatarios
y sus coincidentes, que Bogotá, capital de la república, la ciudad de más honda
tradición taurina en el país, posee cantidad de aficionados y profesionales,
veteranos, idóneos, con muchas corridas al año, con sabiduría, sensibilidad y comprensión
probadas, para escoger quién presida su plaza.
La empresa (que designa), es debutante, cierto, y bien
intencionada, por supuesto, pero visto lo visto luce sí no ilógico, al menos
desconsiderado que haya ido a buscar autoridad allende las fronteras del toro. No
es por criticar.
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