Una reverencia más
Domingo en Texcoco. El tercero de
Ayala, se revolvió, le corneó entre los muslos y lo tiró. No aceptó ayuda, trabajosamente
se incorporó, sin decir nada y salió sangrante del ruedo por su propio pie para
ir a morirse once días después, febril, delirando toros y jaleando suertes. Tenía
setenta y tres años. Era febrero de 1886. Mandaban en la torería Lagartijo y
Frascuelo, y en México Porfirio Díaz.
Nacido en
Puerto Real, Cádiz. Aprendió a lidiar en el matadero y en cuadrillas de toreros
modestos: “Lorencillo”, Bartolomé Ximénez, Benítez Sayol… A los 17 tomó un
barco a Montevideo, “Desperdicios” le dio alternativa. Después otro a La Habana,
y desde allí, a los 23, ya con cartel, arribó a México, donde toreó los últimos
50 años de su vida. 725 corridas documentadas.
En 1840 lo
describe: alto, fornido, listo, hábil, hermoso, aunque “algo pesado”, la
inglesa Fanny marquesa de Calderón en una crónica epistolar de la corrida que
lidió en la capital el 5 de enero a su honor y el de su esposo, enviados de la
Reina Isabel II. Vestido de azul y plata. Ocho toros. Tauromaquia clásica. Pases
regular, natural y de pecho, pocos, los justo para igualar y matar. A volapié o
recibiendo. Aunque al uso local, dicen, también con algún metisaca por
ahí.
Entronizó
a Hispanoamérica la liturgia, ornamentos y técnica de la corrida española dieciochezca;
la de Romero, Pepe Hillo y Costillares. La de hoy. Tozudo, alcanzó con ella triunfos,
vitola de figura, idolatría, dinero, rango social, y maestrazgo.
Recién
llegado se había horrorizado viendo a Guadalupe Díaz “El Caudillo”, caporal de
Atenco, torear usando su propio hijo (Ponciano), como engaño. Luego se hizo mentor
del niño y padrino de alternativa. Este acabó superándolo en la suerte suprema
pues la ejecutaba de rodillas, y tras la confirmación por Frascuelo en Madrid, le
sucedió en la primacía nacional.
Andaluz jovial,
disfrutaba cante, baile y jarana. Al final envejecido, quebrado y reacio al
retiro, toreaba por treinta pesos. Tal fue la vida de Bernardo Gaviño Rueda. Su
larga carrera expatriada no alcanzó por eso mismo eco ni lugar destacado en la historiografía
española. Pero la mexicana, el tiempo y el mito han engrandecido su trascendencia
continental.
Todo esto
es de dominio público, archisabido, reeditarlo redunda. Sin embargo, cumpliéndose
ahora 134 años de su muerte, la obligación de una reverencia más quizá disculpe.
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