Viñeta 351
El toreo enseña
Verónica. Diego Ramos |
El resto es
futurología, ciencia poco fiable, pero muy socorrida para justificar el
presente. Más en estos días de incertidumbre cuando en caída libre buscamos
algo de que agarrarnos –¿Qué sucederá?
Los encargados de decidir
por los demás están obligados a prever, anticipar y cuando no adivinar. Como el
presidente de Colombia Iván Duque y el alcalde de Madrid José Martínez-Almeida,
quienes cada uno por su lado, apostaron a ello en estos días.
El uno anunció: “Olvidémonos
de eventos masivos (corridas) por largo tiempo”; y el otro, algo más
preciso: "Esta primavera y este verano no va a haber acontecimiento
multitudinario alguno (corridas) en España y posiblemente si lo
alargamos hasta el otoño tampoco".
Igual que a muchos, el
aviso, me sonó a derrota. Tanto como quizá suena el tercero a un torero en apuros.
La temporada colombiana está lejos, fines de diciembre, pero la europea, que
sigo siempre, ha sido abortada no más concebida.
Hace un par de meses
en el hotel Ibis de Bogotá, cincuenta metros acá de la Santamaría, domingo de
corrida, El Tato Cruz, aficionado caleño, habitual de San Isidro, comentaba feliz
que tenía su viaje familiar listo; pasajes, hospedaje, abonos pagados y me
conminaba a imitarlo —antes de que sea tarde —me
aconsejó con sonrisa de futurólogo.
Fue la primera
imagen que me vino cuando leí el vaticinio de don José y luego la de otros
amigos colombianos en similar trance, Rafael Giraldo, Paulo Sánchez, José
Miguel Sandoval, Alberto Lopera, Jorge Agudelo, etc. Pero atrás de aquellas
ilusiones personales frustradas, vi nublada la suerte de toda la temporada
española, colombiana y la de todo el toreo.
Además de
aficionado, soy médico viejo y mi juramento exige objetividad y mesura en las opiniones
cuando impliquen la salud. Consciente de todo ello expreso la mía, muy modesta.
Este virulento y
minúsculo invasor, de unas pocas millonésimas de milímetro, que nos agobia.
Contra el cual no hay tratamiento ni vacuna específicos, ha dejado la ciencia
en evidencia, metido a la humanidad bajo la cama y ocultado que se sigue muriendo
por muchas otras causas.
Aislamiento,
aislamiento, aislamiento… Único manejo. El mismo que hace dos mil quinientos
años hubiese recomendado Hipócrates. ¿Y el progreso qué? ¿Cuándo vamos a
emplear y hacer valer sus herramientas?
Hay que reaccionar, dejar
la pasividad, salir del escondite, dar cara al enemigo común y pasar a la
ofensiva. Porque si no el remedio será peor que la enfermedad. Lo afirman los
economistas, por experiencia, no por futurología. Y mucho antes lo había dicho El
Espartero: Más cornadas da el hambre.
Aunque pueda sonar
frívolo en las circunstancias actuales, no lo es; el toreo enseña. La vida es
peligrosa. Vivir es un riesgo constante, pero hay que vivir. Con la técnica que
se posee, urge dar el paso adelante y acometer la faena con valor inteligente.
Parar, de frente, con protocolos de control diseñados para ubicación inmediata
de focos, portadores y contactos; aislarlos, tratarlos y reintegrar con diseños
de seguridad laboral y social a los sanos. Ya.
Mandar, con liderazgo global, experto, informado, real, justo, fiable que aúne individuos
y naciones, no al contrario.
Templar, la embestida del virus, recuperando el terreno, el trabajo, la cotidianidad.
Ligar, los recursos y esfuerzos generales uno con otro para la reactivación.
Cargar la suerte, aguantando el riesgo (controlado), las bajas inevitables y el dolor.
Vaciar atrás el miedo y salir con cara alta.
Podrá ser lento,
como en el buen torear, pero hay que hacerlo y comenzar ahora. Sin rajarse. La
lucha biológica lo impone. Las pandemias son periódicas en los rebaños. Más en
uno tan grande, abigarrado y complejo como el humano. La historia lo demuestra.
Sí vamos a seguir huyendo cada que aparezca una (que vendrá), no tendremos
futuro ni futurología.
La corrida lo consagra,
por eso choca con el vano postmodernismo. La muerte existe, no solo ajena y en
la televisión. Hay que afrontarlo, negarla, taparse, no nos hará eternos.