lunes, 21 de abril de 2025

ARANCELES - VIÑETA 565

 
VIÑETA 565
 
Aranceles
Jorge Arturo Díaz Reyes 21 IV 2025 
Coliseo de Arles. Fotograma: OneToro
Sobra decir que los aranceles no se los inventó Trump. De hecho, la independencia de los Estados Unidos empezó por el rechazo a los impuestos por el Imperio Británico a la importación del té. Pero sí debemos reconocer que Donald los ha vuelto a poner más de moda que nunca. Hoy, todos en el mundo hablamos de ellos como expertos. Y alegamos, qué porqué a este no y a este sí, que porqué acá no y allá sí, qué porqué hoy sí mañana no, qué porqué si éramos tan a amigos, qué porqué bla, bla, bla… Bueno, pues porque poder es poder, y el arancel es una de sus expresiones.
 
Sin embargo, entre tanta experticia arancelaria no creo haber oído a nadie revindicar que la Fiesta de los toros, la más antigua, la más culta, la que lo contiene todo (alegóricamente hablando), fuera primera en ellos y los haya transportado desde antes del diluvio hasta su versión actualizada, la corrida moderna, que según datos abarca ya unos cuatro siglos, XVIII a XXI.
 
Y no me refiero solo al cobro de más en sus intercambios económicos; impuestos gubernamentales, alquiler de plazas, precio de los toros, honorarios y derechos de los toreros, costo de las localidades, etc…
 
Me refiero a los intangibles que se cargan al valor del toreo en sí. A la dificultad, el riesgo, la destreza, el acierto, la integridad, la ética, la estética, la vida y la muerte…, por parte de quien se designa para ello; el presidente de la corrida. Quien interpretando a libre albedrío el reglamento y el deseo de los contribuyentes, impone o no sobreprecios a las faenas.
 
Estos colegas de Trump, (presidentes todos, guardadas proporciones) le han precedido incluso en su célebre estilo; a capricho y sin explicaciones.
 
Por ejemplo, ayer en Arles (vía TV), la corrida de Jandilla para lo que se llamó “el cartel estrella de la feria” salió codiciosa, exigente, brava, en el decir general. Algo blanda, algo dura. Algo noble, algo innoble. Algo a más, algo a menos. Pero de verdad, libre de abyecciones artísticas. Además, ráfagas de viento azotaban el bimilenario ruedo flameando capotes y muletas. Todo eso cotizaba el quehacer de los matadores, su estar en jurisdicción de cacho, su brega, su miedo, su apuesta.
 
Al final, con las dos orejas, del primero, el tercero y el quinto, los tres toreros se fueron a hombros. Y la gente, mucha, contenta tras ellos. No hubo conflicto entre palco y tendido. Valga decir, hubo complicidad. Incluso en cosas como eximir de aranceles un espadazo trasero y sangrante, minutos después de haber aplicado al menos el 245% a la estocada de la tarde que coronó una faena veraz al toro más renuente. Pero bueno, en democracia, y la Fiesta lo es más que ninguna, a los presidentes los eligen para eso. Gústenos a uno más a otros menos.

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