VIÑETA 566
Afición y manía
El Papa Francisco enarbola la
camiseta de su San Lorenzo de Almagro. Foto: El Economista
Manido, aunque imposible de probar ya, el viejo relato de Pepe Camará
viene otra vez a cuento. Una vez en Córdoba, tras un festival, El Guerra saludó
a Gallito:
— “José, qué gran tarde de toros has dado.
Eres hasta mejor torero que yo, por eso no comprendo que te esté durando tanto
ese “mamarracho” de Triana (Belmonte) que a mí me hubiera durado
diez minutos.”
—“Mire usted, maestro, con ese mamarracho como dice, toreo yo ochenta tardes
por temporada, y en setenta y cinco acabo con él (…), en las otras cinco, él tiene
un minuto que acaba conmigo, con usted y con la mamá de Lagartijo… porque le
hace al toro unas cosas que ni yo, ni usted, ni la mamá de Lagartijo pensamos
que se le podían hacer.”
Diálogo verosímil, pues El Guerra, torero histórico, y ya retirado, mayor
autoridad taurina de su tiempo adoró a Joselito. Dejó pruebas considerándole no
el mejor sino el único. Al punto que cuando este murió en Talavera declaró lapidariamente:
“Ha muerto el último torero”. Excluyendo
todos los activos entonces y los que vendrían por los siglos de los siglos. Y
hay que ver.
Décadas después, Filiberto Mira sintetizaría el consenso histórico: “Con José culminó la tauromaquia y con Juan nació lo que hoy entendemos por
toreo.” ¿Lo que ahora entendemos por toreo no es tauromaquia?
Consenso que abonado por gallistas purasangre como Corrochano (testigo),
e historiadores del crédito de Cossío, Luján o Abad Ojuel, ha llegado hasta nuestros
días oficializado cuál dogma.
Bueno, dogma interpretado por cada quién a discreción. Hoy, toreros que
se proclaman gallitos redivivos torean como Belmonte, y viceversa. Mientras los
adoradores, de unos y otros comulgan, loan cada uno al suyo, y se discriminan
mutuamente.
Es enfermedad de la afición al toreo (arte universal), aquella de quien
alguien prevenía, puede conducir al manicomio antes del cementerio. La monomanía;
somos los primeros, los únicos, los iluminados, los puros, los demás no.
¿Somos? A ver, cinco preguntas: ¿Le irrita y befa lo que no prefiere? ¿Vale
más su torero qué el toreo? ¿Valora con el afecto antes que con los hechos? ¿Hace
de las apariencias realidades? ¿Ama su verdad sobre la verdad misma? Si responde
afirmativamente al menos una, está listo. Considérese “puro”.
Reflexionaba sobre mi caso particular, cuando apareció en la pantalla del
computador el mensaje de un chat taurino en el que participo:
—!Hay que
canonizarlos! —Era Toño, uno de mis más viejos y queridos amigos (exmagistrado), respondiendo
a una foto de Enrique Ponce y El Juli, colgada segundos antes por otro chatero.
Entre tanto, en la televisión recordaban que el fallecido Papa
Francisco se preciaba hincha del equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro, y luego
salía Trump sonriente luciendo su gorra roja: “America first”. Sucede todo
el tiempo, en todas partes, con todo tipo de cosas. Está en la cultura, en la
red, en el espíritu. Esa tendencia que quizá terminará justificando la futilidad
recién advertida por Bill Gates: En una década los humanos serán
innecesarios.
Aunque nunca innecesarios para torear, me digo.
—¡Bueno, claro, para torear de la única manera que se puede torear ¡como
torea mi torero! — Imagino me responderían de inmediato muchos otros.
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