Viñeta 172
Bob Dylan y el toreo
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 18 de octubre 2016
No pudo haber premiación más tradicionalista ni auténtica que la del Nobel para el cantante judío-norteamericano Robert Allen Zimmerman. Quien al parecer no se ha dado por enterado. No lo digo por ser su coetáneo, ni porque me gusten más que las de otros algunas de sus canciones, que ciertamente me gustan. Lo digo porque las cosas son como son.
Por ahí andan protestando que premiar un cantautor (como les dicen ahora), es negar la literatura y los libros. “Canta oh musa la cólera de Aquiles”, comienza uno primordial que fue cantado durante siglos, antes que decidieran convertirlo en letra muerta. La literatura ha sido desde siempre cantar de los cantares. La poesía es poesía por su musicalidad. La prosa también. Lo demás es escritura no literaria. Caligrafía.
Hey, mister Tambourine man play a song for me
I'm not sleepy and there is no place. I'm going to.
Pienso en esto balanceándome sobre mi corta rama de aficionado, recordando la música callada del toreo y leyendo a descubridores del agua tibia, modernizadores, anticristos que le anuncian nuevas eras. Partir su historia en dos, “humanizándolo”, convirtiéndolo en otra cosa, más aceptable, más turística. No desinteresadamente por supuesto.
¿Qué otra cosa sería? ¿Renunciar a la eterna partitura sintetizada por Pedro Romero: “Jamás huir, ni correr, ni saltar la barrera, ni contar con los pies. Parar hasta dejarse coger o lograr que los toros consientan…”?
¿Cambiarla por toros que no cojan a toreros que no pueden parar, para no alejar melindrosos de la taquilla con “mensajes bárbaros”?
Bueno. Habrá quienes lo consideren indispensable, lo aplaudan, y de pronto hasta tengan razón. Los tiempos cambian. Pero pienso que esa cosa ya no sería toreo. Sería como la escritura que renunciando a su sonoridad, deja de ser literatura para convertirse a libro de cocina, guía de armar muebles prefabricados, o manual para hacerse rico sin morir en el intento, por ejemplo.
Entre Bob Dylan y Pedro Romero hay un abismo, es verdad, pero lo cruza un puente; la autenticidad del arte.
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