VIÑETA 567
Estética
esencial
Estocada de
Morante a “Bodeguero”. Foto: Arjona, Pagés
Hoy va la temporada sevillana 2025 por su décimo festejo. La he seguido
día tras día en las diversas crónicas, y he visto por la televisión dos
corridas; la sexta y la octava, ambas a plaza llena. Y creo que los dos
momentos de mayor conmoción han ocurrido en estas, que por coincidencia transmitió
Canal Sur.
Uno, con la faena de Morante al cuatreño “Bodeguero”, cuarto de Domingo Hernández en la sexta,
y el otro, con la de Manuel Escribano a “Mosquetón” el
cinqueño quinto de Victorino Martín en la octava.
Cómo pusieron ambos la plaza. Las cosas del público son del público. No vamos a
juzgar aquí su acierto, su justicia, su gusto, que ya incluso han sido descalificados
por algunas críticas preciosistas. Podemos mejor suponer el porqué de tan similar
explosión colectiva.
Para empezar, eran dos toros de talante antagónico. El domingohernández,
un soso remolón. El victorinomartín, un fiero indómito. Si algo tenían en común
era el alto grado de dificultad para conseguir con ellos ese clímax, ese delirio
a que llevaron la plaza. Siendo además que ninguna de las dos lidias (auténticas)
fue un dechado de pinturería ni estilismo. No podían serlo. De ahí se agarraron
los censores para dar por hecho que “no merecían las dos orejas”.
Dos maestros muy veteranos. Morante, a sus cuarenta y seis años, veintiocho
de alternativa, y víctima de una depresión incapacitante que lo apartó del
ruedo por meses, volvía cargado de responsabilidad, tras una intrascendente
reaparición en Resurrección, a una plaza que lo venera como artista, para enfrentar
los toros y su propia circunstancia. Escribano, por otro lado, cinco años
menor, torero de corridas duras en la plenitud física y mental de su carrera (21
años), exigido siempre a refrendar el alto cartel ganado con proezas anteriores
en ese mismo ruedo.
Dos gestas. Dos tauromaquias contrarias, dos bregas poderosas, que
superaron a muerte toros tan distintos, los amoldaron, y los pusieron a su merced.
Pero, sobre todo, dos dramas reales, en los que más allá de la destreza, la
inteligencia y el sentimiento se jugaron el honor y la vida.
Porque si a “Mosquetón” se le dio
la vuelta al ruedo, fue por la fiereza que mantuvo a Manuel en el filo de la
navaja, no por su docilidad. Y a “Bodeguero” no se la
dieron por su falta de emoción y fijeza, no de peligro, que obligaron a Morante
a entregarse por encima de sí mismo, hasta esa estocada encunada entre los
pitones, de la que como dijo al final, “Maté con
ortodoxia, como he querido poder hacerlo tantas veces...”
Qué está máxima respuesta emocional y premiación del público sevillano fuese
motivada por la estética trágica, esencia original del toreo (la épica), no por
su remedo coreográfico, y que haya sido en la Maestranza, “crisol de arte”
(cliché), meridiano de la historia (Filiberto Mira), muestra su vigencia en la
afición de nuestros días.
Estética esencial, aún resistente al espíritu de la época, que la empuja
cada vez más con la virtualidad, los abalorios y la vacía espectacularidad del “show business”.