VIÑETA 570
Según San
Agustín
Foto: Las Ventas
Como hace 1.608 años, día más día menos, cuando el santo de Hipona, invocando
a Roma, cortó la discusión bizantina con los pelagianos por
aquello del pecado original. En tauromaquia, también decimos ahora, Madrid
locuta, causa finita.
Sí, Madrid siglo XXI no es Roma siglo V. Bueno, pero como si lo fuera.
Para bien o para mal da y quita. Y lo hace con la razón o sin ella desde su
catedralicia plaza de Las Ventas, en asamblea máxima, reunida, durante las
últimas ocho décadas, en la feria de San Isidro. El mes ecuménico del toro cada
año.
Momento y sitio en que más afición y crítica se concentran por metro
cuadrado en el mundo. Frente al toro capital y los toreros considerados más aptos
para oficiar el rito. En frecuencia y carteles proporcionales a su jerarquía
digamos. Obviemos el “sota, caballo y rey”, que ha sido de siempre. Para qué
llover sobre mojado.
¿Cómo está la Fiesta? Como está Madrid. ¿Cómo está Madrid? Quizá buscando
síntesis podríamos remitirnos en este 2025 solo a dos hechos. Uno, la insólita Puerta
grande a Talavante en la primera corrida, y su aún más insólita unción como
triunfador de la feria, por la empresa, de la cual es parte su apoderado. Segundo,
el masivo acto de idolatría por Morante de la Puebla, sin duda protagonista principal
de la feria, que siguió a la corrida final, de Beneficencia (8 de junio), el
cual desbordó los cánones, la plaza, las calles y aún más los medios, incluida
la televisión urbi et orbi.
Principio y fin con estrambote. Prólogo y epílogo delirantes que patentizarían
“el nuevo sentir de la fiesta”, cual reza un slogan de moda. Y podríamos
quedarnos así no más, con esos dos arrebatos. Corporativo el uno, y tan
juvenil, tan de concierto rockero el otro, que arrastró las demás edades con ėl,
empezando por el provecto palco. Podríamos concluir ahí repito, a sabiendas de
como se direccionan hoy los negocios, el espectáculo, el sentir y el consumo de
las masas.
Pero no, hay más. Entre los dos extremos pasaron cosas también
importantes (allí todo lo es), que trazaron líneas maestras a lo largo de las
otras 25 corridas del abono conciliar. Cierto, pasadas tres semanas, ya las han
desglosado mejor muchos enterados. Extensamente, doctamente, y algunos pontificiamente,
(quemando “herejes”). Por lo tanto, una opinión más de un viejo feligrés, que no
da misa, podría perdonarse, aunque redunde. Veamos:
Las grandes concurrencias, con menor promedio de edad, gritan en un
mundo decadente, que la Fiesta goza de crédito, salud económica y futuro... ¿Pero
cuál Fiesta?
Contra el pesimismo no diría que una de menos toro. Sobre la tendencia
secular al monoencaste “artístico”, menudeó el cinqueño, el cuajo, la romana
sobre los 550 kilos, y hasta casi 700 según tipo, el trapío (ovacionado y
premiado), las dignas armas. Menos toros caídos, menos toros devueltos. El toro
de Madrid, con su por suerte todavía natural e imprevisible talante.
Evidente vulnerabilidad y baja del rigor en el público (suma de todos
los sectores) y su hoy en día amanuense presidencia, en la valoración del toro,
la lidia y las recompensas. Los cascos de Madrid se aligeran, en ocasiones de
manera impúdica. Venden cada vez más a la clientela y hasta se exigen y
argumentan sesudamente, la bobería y las carencias de imponencia, ofensividad,
tamaño, poder, fiereza, indocilidad..., y viceversa. En general, se pica distal,
se banderillea de oficio, se lidia mal o no se lidia, se mata peor…, y se
premia.
Junto a la necesidad y el arrojo de muchos, campea la “profesionalidad”
desapasionada de otros. El “otro día en la oficina”, en vez del “morir a
Madrid”. Hay que ver. Para citar un ejemplo, cómo dejaron ir olímpicamente tres
puntudos toros de triunfo de El Parralejo el uno de junio. Como si nada, y hubo
aplausos de gratitud a la salida. ¡Qué nobleza!
Omitiendo la fundamental unidad ético-estética del toreo, faenas pintureras
inconclusas, y estocadas soberanas sin faenas idem, fuero celebradas con locura.
Mientras una total de Uceda Leal a “Rabioso” de La
Quinta, que llevó la conjunción de los dos factores esenciales al más alto
nivel de clasicismo, fue recibida apenas con fría complacencia. Y sin menciones
actuariales posteriores.
Sobre el general remiendo y disparidad de los encierros, uno completo
de La Quinta (Santa Coloma), brilló por su simetría, tipo, lámina y casta. Ya en
lo individual sobre la lógica variedad, hubo al menos nueve o diez toros que pudieron
haber sido distinguidos a gusto del consumidor, cada cual, como “mejor de la
feria”: Brigadier de Pedraza
de Yeltes, Chivita de Arauz
de Robles, Calentito de José
Escolar, Frenoso de Victoriano
del Río, Amargado de
Fuente Ymbro, Rabioso de La
Quinta, Zafio de Jandilla,
Comisario de Fuente Ymbro, y extendiéndonos
una semana por su impacto, Milhijas de Victorino
Martín, en la corrida In memoriam del 15.
No se puede hablar de Las Ventas sin mirar al tendido siete y afines, que
independientemente de su rótulo, conforman un sector de la afición sin límites
locativos exactos en la plaza, pero el más homogéneo en su arrogada propiedad y
defensa del reglamento y los cánones. Guardianes del Arca y la categoría. Ahí
siguen por fortuna, errando y acertando a buena fe, apasionados, irreverentes, aunque
a menos y puntuales en su devolucionismo, intervenciónes en la lidia,
confrontación del triunfalismo y protesta de fallos presidenciales. Su líder, el
altisonante “Rosco”, ha bajado la voz y ahora escribe. Sintomático.
La administración, a cargo de especialistas en turismo, se abre el rito
sacrificial, simultáneamente al ocio y la francachela. Qué tambien es rentable.
En fin, Madrid entra en lo que le ha venido reclamando largamente el esnobismo;
la banalidad de los tiempos que corren. Sí, Madrid entra, y tras de sí lleva el
toreo y todo lo demás. Causa finita.
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