lunes, 10 de noviembre de 2025

EL RABO DE "LIGERITO" - VIÑETA 586

 
VIÑETA 586
 
El rabo de “Ligerito”
Jorge Arturo Díaz Reyes 10 XI 2025 
Morante, Rafael de Paula y el rabo de “Ligerito en el aire. Fotograma: OneToro
No leí menciones ni vi fotos de Morante de la Puebla, ni tampoco del resto de la élite torera, vigente o retirada, en el funeral de Rafael de Paula. Solo Curro y Fran, el nieto de Ordóñez. ¿Asistieron otros? No se. Raro, porque el pesar y la difusión fueron universales. Para el universo taurino, digo.
 
¿Acaso no fue “torero de toreros”? ¿Acaso no ha permeado su inspirada genialidad el alma del industrializado toreo actual? Seguro no. Sin embargo, y quizá por eso, antes de todos los recuerdos que me acudieron del gran muerto, estuvo aquel de La Maestranza, el martes 26 de abril, hace ya dos años y medio. Cómo pasa el tiempo.
 
Morante, azul y azabache, tras su aclamada faena al bravo cuarto, de Domingo Hernández, daba la vuelta con todos los trofeos en medio del delirio, (concesión inédita, en esa plaza, desde más de medio siglo atrás cuando le dieron a Ruiz Miguel los de un Miura). Al cruzar frente al octogenario Rafael, que lo contemplaba desde el callejón desaliñado y sin afeitar como le dio por andar en su vejez, eso sí con el proverbial sombrero cordobés de los toreros antiguos. Extasiado, con los ojos entrecerrados y su lela sonrisa.
 
Al paso, repentinamente, Morante le arrojó el rabo deLigerito” (que lo era), solo a él, y siguió sin detenerse, como si tal cosa. Sin un guiño, sin decir nada, ni un “para ti”, ni otras palabras que se hicieran célebres, lugares comunes, o introito de los muchos discursos que podrían derivarse para la historia de aquel gesto fugaz, pero profundo. De aquel instante tan, tan significativo entre artistas a muerte. Nada, solo la imagen que relampagueó pérdida entre el mundano barullo del triunfo.
 
Esa imagen, primero que otras muchas... Como la catedralicia media en los medios, cuando ya ni se tenía en pie, durante la corrida del bicentenario de la plaza de Aranjuez. O las imborrables de su arrobador debut en la Monumental de Manizales el 9 de enero de 1980… O las del 87, en el otoño de Las Ventas, sentado sobre el cadáver de “Corchero”, abstraído de todo, llorando, tras la bella faena, malograda a pinchazos y avisos.
 
O el relato personal de lo mismo, dos décadas después, en un bar taurino madrileño, por el viejo jefe del tiro de arrastre, copa en mano y transido por el recuerdo más conmovedor de su larga y funeraria carrera...
 
—No me atrevía, pero tuve al fin que hacerlo; golpearle la hombrera con los dedos…, maestro, maestro, levántese que me tengo que llevar el toro”.
 
O aquella confesión de Antonio Caballero: “Yo creía ser aficionado, hasta una tarde en Jerez, que vi a Rafael De Paula torear y me descubrí llorando. Entonces lo supe”.
 
O su cara despectiva, la vez que contra preguntó en una entrevista: ¿Técnica? ¿Qué es eso? Fueron tantas cosas...
 
No se si las figuras acudieron a su funeral. No me di cuenta, repito. Lo que si se, es, que aquel homenaje casi imperceptible que le rindió Morante en La Maestranza, años antes de su solitario final, podría, como el “Aleph” de Borges, haberlo contenido todo en su ínfima duración.
 
Entre los muchos obituarios de la semana (muchos), una frase: "No fue un héroe perfecto, fue un héroe verdadero.” Falible y sublime, humano, demasiado humano, cuál han sido los oficiantes que el culto trágico ha elevado a su mitología.

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