VIÑETA 545
Rebeco el grande
Rebeco y
Talavante. Foto: Las Ventas Foto: Las Ventas
Número 173 de Juan Pedro.
Negro, largo, bien cinqueño, astifino, de 672 kilos. Salió quinto. Era
miércoles 29 de mayo, corrida 17 de San Isidro.Talavante lo vio, y de una, sin tanteos ni castigos le citó para cuatro ayudados por alto, que no estatuarios por las recolocaciones, una derecha, un molinete, cuatro naturales y el forzado juntos, uno tras otro, raudos, pero ligados. Que detonaron en el tendido como una carga de profundidad. La dinamita fue la secuencia y la codicia, la emoción del toro que repitió vehemente, hallando un hombre bien parado y una mano suficiente para sostener el terreno. Cómo venía la tarde, sumida en un soso mal humor, este introito la redimió, cual milagro. Los cuatro naturales siguientes fueron más sosegados y gustosos sin que el galope hubiese perdido nada de furor. Morro abajo y el gran tonelaje haciendo cimbrar el ruedo y proyectando los pitones a ras de arena. Bravo toro, muy serio, pero también noble, pero también acompasado, pero también de tiro largo. Amado toro.
El paceño con sus diecisiete años de torero encima, lo comprendió, y avisado se dejó ir con él a una faena matizada de improvisaciones y repentismos que sonaban como a inspiración de consumo. Tras tres derechas, una arrucina inesperada, un cambio de mano y el de pecho abrumaron a la clamorosa plaza que había vendido hasta la última boleta, desde mucho antes, y no por él, ni por ese toro, cuyo trapío y codicia insultaban la piedad de los adoradores del toro enano y sinvergüenza. Derecha por una vez, cambio de mano, cuatro naturales in situ, redondos, dos más, tres más, molinete y el remate por arriba. Y la bravura no decrecía. El fondo parecía infinito. Pase de las flores, tres a rodilla en tierra, un desdén, uno de pecho y una firma, ambos mirando al público. Hubiesen podido parecer una falta de respeto al torazo, o un homenaje. Qué cada quién lo llame como quiera, pero la plaza, a juzgar por la estruendosa ovación en pie, la interpretó como una merecida corona para una obra en la que se habían conjuntado, tres elementos: el toro toro, el toreo con variedad de bazar, y el torero en su salsa. No faltaba más que la suerte suprema para que la faena abriera la Puerta grande. Solo eso.
Lo demás de la corrida fue anecdótico. La habitual displicencia de Morante, quien se inhibió con el encastado primero y con el otro no pudo pintar nada más que sus acostumbrados detalles aislados, que no faenas, ni siquiera tandas, y su horrible ejecución de la suerte suprema, y claro la idolatría de sus fans que se recrean en ello. Unos sobrevalorados lances de Aguado, por quienes no le exigen temple a la lentitud, y un encierro adulto, bien presentado que no vio su escasa emoción suplida por la entrega de los toreros. Exonerada toda la tarde, a cuatro voces desde la transmisión de TV, que como siempre descarga las culpas en los toros.
Juan Pedro Domecq, al final calificó a “Rebeco” como un “grandioso y bravo toro”. Estuve de acuerdo. Quizá el de la feria.
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