VIÑETA 470
Por
aquí pasó Manolete
Jorge Arturo Díaz Reyes, VIII 29 2022
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Manolete en la Santamaría de Bogotá, 1946. Foto: Manuelhache |
Jamás toreó en Cali,
ni en sus alrededores. Mejor dicho, en Colombia solo vistió de luces en las
plazas de Bogotá y Medellín; la una cerrada desde hace años y la otra
reemplazada por un Centro de espectáculos, cualquiera, el que sea, menos
taurino. Fue por el año de 1946, agotó boletería en ambas y dejó historia. Más
por su sola presencia que por lo que hizo en el ruedo, que fue importante. “Vimos
a Manolete”, eso era todo, sí o no.
Bueno, los caleños
también podemos consolarnos diciendo algo parecido. Lo vimos, ya qué toreara o
no, es aleatorio. Esa fue otra de sus revoluciones. De él, en adelante las
figuras de moda no necesitaron torear para poner patas arriba las ciudades y
boca abajo las plazas. Y sin necesidad de ser Manolete, ni siquiera de
parecérsele, algunas con solo presumir de ser su evocación o su caricatura lo han
conseguido.
“El Monstruo” estuvo
por aquí unos minutos, en el viejo aeródromo, “Calipuerto”. También extinto.
Estaba ubicado en las afueras de la ciudad, donde ahora queda el gran mercado
mayorista de alimentos “Cavasa”. Allí aterrizó en DC3, haciendo escala, en su
viaje de Lima hacia Bogotá. Venía con su
séquito, sus consabidas gafas de sol y una camisa liviana de trópico, dicen.
Para qué fue eso.
Todo el que pudo se desplazó a verle bajar y subir al avión, me contaba mi
padre. Yo no, estaba recién nacido, pero es como si hubiese ido pues la
historia la escuché muchas veces desde que tengo memoria. Además, no necesita
ser cierta para que la crea.
Ese fugaz paso le
inscribió en la mitología taurina de la ciudad, hoy a punto de ser declarada
herejía. Dieciocho años después, otro torero, también cordobés, o de cerca
(Palma del Río), sin haber toreado, aunque luego si lo hiciera con gran éxito,
causó un impacto similar solo con ser anunciado. ¡Qué revuelo! Entonces, la
revolución manoletista ya no era revolución, era tradición.
Hoy lunes 29 de
agosto, a las cinco y siete minutos de la madrugada (Linares), y a las doce y
siete minutos de la tarde (Cali), Manuel Laureano Rodríguez Sánchez
cumplió setenta y cinco años de muerto, de gran muerto, y acá tan lejos, en la
ribera del Cauca, donde nunca toreó, le seguimos recordando con tanta devoción
como si lo hubiese hecho. Qué importa que no, en él creemos.
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